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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Un ourensano en la batalla naval de Santiago de Cuba en 1898

Estoy cómodamente sentado en un sillón de mi biblioteca. Cuando estoy sentado a gusto y no hago otra cosa, siempre evoco al londinense Gilbert Chesterton que se admiraba de inventos humanos como la silla. Él, que valoraba y se maravillaba de sus posesiones, se interrogaba sobre el diseño y tallado de las cuatro patas de un asiento. Constituían una creación práctica del hombre que se sumaban al par de ellas naturales que Dios nos había concedido al Crearnos. Ya se sabe que sentarse en el suelo no es plácido y con las dos patas propias las alternativas son: de pie, de cuclillas o de rodillas. Y por cierto, mucho tiempo de hinojos causa bursitis dolorosa en las rodillas, de ahí que le llamen el "mal de monjas". Además, el que les escribe está muy cansado. Con la estimada ayuda su querido cuñado Rafael, ha ejercido los últimos días el oficio de carpintero, que no es el propio, y le ha dejado extenuado. No obstante, al profesar de maderero ha organizado un poco su almacén/archivo, lo que le permitirá localizar mejor las fuentes de estos sueltos.

Y mientras estaba en plena organización ha topado con un libro olvidado. Uno de esos ejemplares que, además de su interesante contenido, llevan un trozo de la propia historia de sus dueños anteriores, que lo hacen singular y que creo podría interesarle a mis lectores. El libro lo había comprado en el mercadillo de libros de segunda mano de la Plaza de Armas de La Habana (Cuba) en octubre del año 1997. Viajó allí para participar en un conglomerado de reuniones que se llamó: Congresos: "Cuba. Pediatría 97". XXIII Congreso Nacional de Pediatría; I Congreso "La Salud del niño caribeño a las puertas del Siglo XXI; II Congreso Internacional "La salud del niño menor de 5 años"; IV Congreso Nacional de Terapia Intensiva Neonatal y Pediátrica. El congreso fue penoso, desde el punto de vista científico, pero le dio la oportunidad de conocer algo de Cuba, vivir algunas anécdotas curiosas y sufrir algunos lances que un día ha de contarles. El título del libro es: La escuadra del Almirante Cervera (Librería San Martin Editor; s/f, principios 1900). Su autor fue el militar, marino, escritor y político Víctor María Concas y Palau (Barcelona, 1845 - Baños de Montemayor, Cáceres, 1916), Jefe del Estado Mayor del almirante de la Armada Española Pascual Cervera y Topete (Medina Sidonia, 1839 - Puerto Real 1939) y comandante del crucero acorazado Infanta María Teresa. Este formaba parte de la escuadra española que heroicamente se enfrentó y sucumbió frente a la norteamericana en el combate naval de Santiago de Cuba, el 3 de julio de 1898, a la salida de la bahía de esta ciudad.

Entre las hojas del libro que adquirí en La Habana, encontré una carta manuscrita por un marino ourensano, de la tripulación del citado crucero. El hombre había sobrevivido al desastre naval en el que, después de una fuerte explosión, el barco se incendió. La carta que hoy desentierro y doy a conocer, está en muy mal estado de conservación, es en parte ilegible, está escrita en castellano, con pésima caligrafía, mala sintaxis y peor ortografía. La misiva está fechada en Santiago de Cuba, el día 22 de abril de 1900 y va dirigida a su "queridísima mamá". El soldado español, que firma con el nombre de Juan F, cuenta cómo, a pesar de estar herido en la cara por metralla y con una pierna "medio dislocada", salvó su vida nadando desnudo hasta una playa cercana. Una vez en tierra consiguió, "arrastrándose como una cobra", que los "manvisis" (mambises, nombre de los guerrilleros independentistas cubanos, asociado e Eutimio Mambí, oficial negro que desertó del bando español cincuenta años antes), no le hicieran prisionero. En Santiago de Cuba fue acogido por una familia de origen canario y una vez recuperado de sus lesiones, consiguió trabajo en una fábrica de tabaco, lo que "le da para comer y la ropa". Después explica que no quiso ser repatriado por "o medo de que lo manden a otra guerra" y que ahora "no tiene posibles para el biaxe y un dia lo hara". Se queja de su pequeña y sucia aldea -cuyo nombre no cita- y después elogia Santiago de Cuba que dice "es más grandsisimo y bonitisimo que Orense y porencima tiene iglesia y castillo enormes". Termina preguntando por el estado de salud de su madre y de su hermana y declara "encontrarse bien a Dios gracias junto a una moza hermosa algo negra de piel". La carta es evidente que no salió nunca de Cuba y alguno la guardó dentro del libro de Concas. Dudo que lo haya hecho el propio marinero, a quien uno no imagina leyendo el relato dada su falta de erudición, y dada la inmediatez con el año de su edición, en Madrid.

Un tercio, gallegos

La tercera parte de la tripulación de la Armada Española que fue en el siglo XIX a Filipinas y Cuba eran gallegos.

En febrero de 1898 Estados Unidos decretó el bloqueo naval de la isla de Cuba. En mayo del mismo año la flota del Pacífico de Estados Unidos se enfrentó a la flota española de Filipinas y, a pesar de nuestra supuesta superioridad naval, la escuadra española fue totalmente destruida en el denominado desastre de Cavite. Ante la derrota, el gobierno de España decidió enviar a Cuba la Flota del Atlántico, que zarpó en abril de 1898, al mando del Almirante Cervera. El enemigo norteamericano era claramente superior. Antes de zarpar, Cervera escribió una carta a su hermano en la que, entre otras cosas, le decía: "Vamos a un sacrificio tan estéril como inútil; y si en él muero, como parece seguro, cuida de mi mujer y de mis hijos". A su llegada a Cuba, la flota española permaneció atracada en el puerto de Santiago tratando de eludir el combate contra las flotas estadounidenses. El día 2 de julio de 1898, el capitán general Ramón Blanco ordenó a Cervera desde La Habana a abandonar el puerto de Santiago, ante la amenaza de ocupación de la ciudad por las fuerzas terrestres estadounidenses y el peligro de captura de los barcos. Cervera, convencido de la imposibilidad de lograrlo escribió al ministro de Marina Segismundo Bermejo: "Con la conciencia tranquila voy al sacrificio, sin explicarme ese voto unánime de los generales de Marina que significa la desaprobación y censura de mis opiniones, lo cual implica la necesidad de que cualquiera de ellos me hubiera relevado". La flota salió de puerto a primeras horas del 3 de julio, con los buques escalonados en orden decreciente de tamaño y potencia de fuego. A la notable inferioridad de las fuerzas navales españolas frente a las a las estadounidenses se sumó la incapacidad de Cervera para planear una estrategia militar coherente y estructurada. Como consecuencia, la Flota del Atlántico fue destruida en un solo día en la bahía de Santiago Cuba.

La cuarta parte de los dos mil marineros integrantes de la escuadra española eran de A Coruña y también había muchos otros provenientes de otras partes de Galicia, como el autor de la carta hoy comentada. La mayoría eran campesinos. Una tercera parte de los tripulantes murió en el desastre. El resto -incluido el mismo Cervera-, salvo los pocos que escaparon, fueron llevados a un campo de concentración en Estados Unidos, donde permanecieron varios meses. Finalmente fueron repatriados y muchos de ellos internados en el lazareto de Oza, donde un elevado número fallecerían por la infección de sus heridas y las diferentes epidemias del momento. Cervera y sus oficiales supervivientes fueron sometidos a un procedimiento sumario contra ellos. No obstante, la aclamación popular y las influencias internacionales concluyeron con el sobreseimiento de la causa.

El trágico episodio naval supuso la pérdida definitiva del poderío naval español. A lo largo del litoral aún yacen, bajo las aguas del mar de la bahía santiaguera, los restos de los buques de la armada española del Atlántico. Santiago Romero en La Opinión (14.10.207) redactó un artículo, Rescatados del Olvido, en el que afirmó que "esos muertos sufrieron también la segunda muerte del olvido". En 1907, en el cementerio municipal de Pereiró, se erigió un monumento funerario de la Cruz Roja, tallado por el escultor cambadés Francisco Asorey González, en honor a los soldados repatriados de Cuba y Filipinas.

Y esto es todo. Finalizo con un consejo: lean el relato de Víctor Concas. Hagánlo en el libro de Martín de Riquer y Borja Riquer, Reportajes de la Historia. Relatos de testigos directos sobre hechos ocurridos en 26 siglos (Barcelona: Acantilado; 2010). A mí me lo recomendó y regaló mi querido hermano José María Martinón. Fue un acierto. Es un libro sin precedentes, por su amplitud geográfica y cronológica, que incluye 153 narraciones que afectan a toda la humanidad. Se lee sin esfuerzo. Cada día libre, un relato.

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