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El nuevo cafetín que no pudo ser

El Ayuntamiento denegó en 1960 una prórroga más al bar de Luís porque su concesión estaba más que amortizada desde hacía mucho tiempo. La libre competencia a otra adjudicación parecía muy conveniente.

Aquella corporación municipal, no obstante, nunca pretendió dejar la Alameda sin un cafetín, tan necesario como agradecido por los paseantes. Por eso cuando la concesión quedó extinguida definitivamente enseguida anunció un concurso para concertar otra nueva.

En abril de 1962 el Ayuntamiento ofreció un servicio de cafetería, bar y restaurante mediante la ocupación del antiguo Helenes, que ya era suyo, con mesas y toldos en sus dos laterales. El plazo para la concesión fue de diez años, prorrogables de cinco en cinco, y el canon anual osciló entre 16.000 pesetas iniciales y 24.000 pesetas finales.

El fracaso registrado no desanimó al alcalde Filgueira, quien alentó al año siguiente un concurso de proyectos de nuevo cuño en el mismo solar y estableció para la concesión en juego una horquilla generosa entre diez y cincuenta años. Sin embargo al Ayuntamiento no convencieron los proyectos ofertados y volvió a declarar la convocatoria desierta.

A principios de 1964 el viejo bar de Luís seguía pendiente de derribo, y el Ayuntamiento llegó a un acuerdo con su propietario para quedarse con todo su mobiliario y menaje por 70.000 pesetas. Su propósito no fue otro que realizar una tercera convocatoria en condiciones bastante más modestas para tratar de poner en marcha un servicio tan necesario.

El local se ofreció llave en mano con mobiliario y menaje, listo para su explotación inmediata, y la concesión se redujo a un solo año por 25.000 pesetas de canon, mientras se barruntaba su futuro definitivo.

Celestino Galiano Iglesias, miembro destacado en la saga de las famosas churrerías, firmó la única oferta presentada. Sin embargo, la Comisión Municipal Permanente entendió que no cumplía las bases establecidas y consideró desierta la convocatoria otra vez más.

Todavía hubo en 1965 un cuarto intento con formato de bar-freiduría de nueva construcción y surgida al amparo del crédito ofertado por el Ministerio de Información y Turismo para bares situados en el Camino Portugués. Pero el incentivo tampoco sirvió de nada.

Los inviernos eran muy largos y, sobre todo, lluviosos; de modo que la rentabilidad de la concesión no parecía nada clara hace cincuenta años.

El alcalde Filgueira no tuvo otro remedio que tirar la toalla, el Ayuntamiento pagó 3.000 pesetas por el derribo del histórico bar Helenes y acabó malvendiendo los utensilios adquiridos.

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