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Delirios cotidianos

¿No lo sabían? ¿No imaginaban los ejecutivos de Volkswagen que algún día se iban a descubrir los trucajes en los coches? Por lo que vamos sabiendo, es difícil imaginar que no. El software que se instaló en los vehículos diésel era muy complejo. Y ese software estaba pensado para hacer trampas en los controles de la Agencia Americana del Medio Ambiente. El presidente de la empresa en EE UU dice ahora que todo fue idea de tres ingenieros de Volkswagen y que la compañía no tuvo nada que ver con la manipulación. Pero todo eso es altamente improbable; o más que improbable, es un completo delirio.

¿Qué ingeniero en su sano juicio se arriesgaría a colocar en miles de coches, sin anunciárselo a sus jefes, una trampa inventada por él para burlar las pruebas anticontaminación de una agencia federal americana? Y sobre todo, ¿qué ingeniero no habría corrido a enseñarle ese nuevo software a sus jefes, buscando la correspondiente felicitación y, sobre todo, el correspondiente cheque con seis ceros? Porque hace falta ser muy zopenco para manipular los coches por tu cuenta y riesgo, sin decírselo a nadie y sin buscar un beneficio que puede ser astronómico. Y por otra parte, para hacer una cosa así hay que planificar las órdenes en la cadena de producción. Varios técnicos subordinados tienen que conocerlas y ponerlas en práctica, ¿no? O sea, que lo más lógico es pensar que los directivos estaban al corriente de todo, aunque siguieran fingiendo que no sabían nada. ¿Creían que la trampa era tan buena que nunca iba a ser descubierta? ¿O más bien creían que, aunque fuese así, nunca les iba a pasar nada?

Fuese lo que fuese, esos directivos han dado muestras de una frivolidad y de un infantilismo que ponen los pelos de punta. Y sí, de acuerdo, la trampa era tan buena que no se descubrió hasta que un equipo de investigadores de una universidad de Virginia Occidental se puso a comprobar si los coches se ajustaban a las exigencias medioambientales. Pero todo el mundo sabe -o debería saber- que en América se hacen pruebas de todo y que allí nadie da nada por sentado (en Europa, por desgracia, no siempre es así). Y lo peor de todo es que Volkswagen tiene unos 200.000 empleados en todo el mundo, y esos empleados dependen de la buena imagen de la marca. ¿No se le ocurrió a nadie que esos trucajes estaban poniendo en peligro miles y miles de puestos de trabajo? Y no solo se trata de los empleados, sino de todos los compradores que se gastaron su dinero en un vehículo diésel de Volkswagen. ¿A ningún ejecutivo se le ocurrió que esos trucajes podían comprometer incluso la misma supervivencia de la compañía?

Si se piensa bien, la escandalosa irresponsabilidad de estos ejecutivos es idéntica a la de la infanta Cristina e Iñaki Urdangarín (o Matas, o Rodrigo Rato, o María Antònia Munar, o Bárcenas, o los responsables del fraude de los ERE en Andalucía). ¿Es que nadie imaginó que algún día iba a ser descubierto? ¿O es más bien que ninguno de estos personajes era siquiera consciente de que estaba haciendo algo que no podía hacer? O peor aún, ¿es que aun sabiendo que estaban cometiendo un delito creían que nadie iba a pedirles cuentas? ¿Se consideraban invulnerables? ¿Creían que nunca iban a ser investigados? Supongo que en su conducta hubo una mezcla de todo, pero al final lo único que estos personajes demostraron fue tener una pavorosa falta de sentido de la realidad. A su lado, cualquier monja de clausura -suponiendo que quede alguna, claro- tenía una idea mucho más fiel de los mecanismos con que funciona la vida.

Lo malo de este asunto es que la desconexión de la realidad que demuestran estas conductas se corresponde casi simétricamente con la falta de sentido de la realidad que exhibe la izquierda que supuestamente debería luchar contra ellas. Y lo digo porque acabo de ver en YouTube un mitin de los dirigentes de la CUP que no sé si da miedo o pena o risa (quizá una mezcla de todo). Los oigo hablar, los veo levantar el puño, los escucho hacer sus propuestas -o más bien proclamas, porque esta gente no hace propuestas-, y me pregunto de dónde han salido, qué han leído, en qué mundo se han movido (y ese mundo, me temo, ha de ser muy parecido al de las antiguas monjas de clausura). ¿Realmente creen que es posible hacer todo lo que dicen que van a hacer? ¿No han oído hablar del pago de nóminas? ¿De la deuda pública? Pues no, parece que no. Y el delirio sigue y sigue.

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