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Xabier Fole

el correo americano

Xabier Fole

Boss

"Chicago es la gran ciudad americana", escribió Norman Mailer en 1968. "Quizá la última de las grandes ciudades americanas". El crítico literario George Steiner, por su parte, la definió como una "megalópolis de intensidad pura"; un lugar "en donde la brutalidad en la política, en el arte, en el jazz, en la música clásica, en la ciencia atómica, en el comercio y las tensiones raciales resultaban palpables y se dejaban sentir como una descarga". Mailer y Steiner tuvieron la oportunidad de comprobar, el primero como reportero y el segundo como estudiante, las posibilidades que ofrecía el paisaje urbano. Chicago también ha sido, tradicionalmente, un nido de corrupción. Una corrupción, claro, muy americana. Puede que lo mejor de "Boss", serie de televisión que pretende mostrar el turbulento escenario político de la ciudad, sea, precisamente, la representación de esa brutalidad que se expande por el territorio del estado de Illinois.

La historia comienza cuando a Tom Kane, un alcalde corrupto de Chicago, le diagnostican una enfermedad degenerativa cuyos efectos (temblores, alucinaciones, pérdida de memoria) se presentarán de forma progresiva, según las previsiones de su médico, en la vida del regidor. Se nos muestra, entonces, un mundo plagado de políticos malvados, ambiciosos y vengativos, en el que cualquier maniobra criminal, desde la extorsión hasta el asesinato, es aceptable para alcanzar (o mantenerse en) el poder. A pesar de las buenas interpretaciones (Kalsey Grammer, conocido por Frasier, popular serie de comedia de los noventa, hace sin duda el papel de su carrera interpretando a Kane), la sugestiva temática del relato, inspirada -aunque la trama se desarrolla en la sociedad actual- en el inmenso poder que ostentaba el Partido Demócrata a finales del siglo XIX y principios del XX, y el recibimiento relativamente bueno que le dio la crítica especializada, el proyecto fue cancelado tras la segunda temporada debido a los bajos índices de audiencia.

La serie, obviamente, tiene sus defectos. Demasiadas subtramas constituyen un guion que resulta todavía más confuso cuando se manifiestan, por fin, los síntomas de la enfermedad del alcalde, a quien vemos actuar, una vez conocida la irreversibilidad de su demencia, como un gánster sádico y despiadado. Impulsados por motivaciones casi siempre siniestras, los personajes (asesores y concejales), algunos atormentados, apenas descansan en la continua perpetuación de la ignominia, sobrecargando su verborrea violenta y sexual hasta el paroxismo, mientras la historia se convierte, a medida que va perdiendo verosimilitud -no sé si intencionadamente-, en una parodia del género con el que se la asociaba.

Se pueden extraer, sin embargo, algunas lecturas interesantes. La corrupción es una enfermedad contagiosa que, tras ser propagada por un determinado lugar, acaba infectando, salvo excepciones, a todas las profesiones y estratos sociales. Algo que, como es lógico, ya sospechábamos. Las personas infectadas, además, sufren alucinaciones. Es decir, la corrupción no existe. Aquí se produce, quizá, el efecto más curioso. A lo largo de los episodios de esta serie, en la que, por cierto, jamás se habla de demócratas o republicanos, se puede observar cómo nadie pone en duda, ni por un momento, que los fines justifican los medios. Todos ellos, con independencia de los métodos utilizados, tienen la absoluta convicción de estar sirviendo a los ciudadanos. Incluso aquellos que promueven las causas más admirables acaban realizando actividades delictivas o fusionándose con los que las patrocinan. Al final de la primera temporada, no obstante, Ezra Stone, jefe de personal y principal organizador de las corruptelas del alcalde, percibe que Kane, debilitado por la enfermedad, solo lucha por su propia supervivencia, y finalmente le acusa de haber perdido el sentido de la realidad. Sus acciones ya no están justificadas, se lamenta Stone, puesto que Kane se preocupa únicamente por permanecer en la alcaldía a toda costa. El interés, en definitiva, es personal. Entonces sí, solo cuando prevalece lo individual sobre lo colectivo, aparece, por primera vez, la palabra corrupción. "Y yo no puedo soportar eso", dice Stone.

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