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De vuelta y media

Los bares de la Alameda

Los quioscos del "Barbas" (La Terraza) y "Luís" (Helenes) se ubicaron en los años treinta a la entrada del paseo por la calle Echegaray y gozaron de gran popularidad

El proyecto más antiguo que se conoce de instalar un quiosco permanente de bebidas y refrescos en la Alameda para ofrecer un descanso y calmar la sed de quienes frecuentaban sus selectivos paseos data de finales del siglo XIX.

Una denominada "Comisión popular ejecutiva de obras de utilidad y embellecimiento de Pontevedra" pidió y obtuvo autorización del Ayuntamiento el 14 de marzo de 1899 para prolongar el trazado de la Alameda hasta la línea férrea y construir un quiosco. Ambas cosas estaban muy demandadas.

Durante los treinta años siguientes no fueron pocas las solicitudes para ubicar quioscos que llegaron al Ayuntamiento, desde Rosa Paz hasta Anselmo Martín, pero sus instalaciones resultaron efímeras. Eran de quita y pon y duraron lo que duraron, por causas diversas. Solo el bar del "Barbas" y el bar de "Luís", en la jerga popular, adquirieron carta de naturaleza y permanecieron allí durante largo tiempo.

El bar del "Barbas" se llamaba en realidad La Terraza, pero casi nadie lo conocía ni denominaba por su nombre comercial. Su instalación se produjo a principios de 1929, casi un año y medio antes del bar Helenes, que perteneció al tal Luís.

Ambos quioscos se ubicaron en el paseo de la derecha, hacia abajo y hacia arriba, respectivamente, de la entrada que aún conserva la Alameda frente a la calle Echegaray. Aunque el segundo continuó abierto una década más que el primero, los dos fueron muy populares entre los pontevedreses.

El Ayuntamiento otorgó en 1929 a Gaspar Ferrao López, que no era otro que el "Barbas", la concesión de un quiosco por un plazo de diez años prorrogables de cinco en cinco, y un canon diario de 2,25 pesetas.

El bar contaba de dos fachadas iguales hacia Echegaray y la Alameda, con una longitud total de 249,05 metros. Disponía de una galería con amplios ventanales a ambos lados, y una escalera interior subía a la gran terraza descubierta que dio nombre al quiosco. Su tamaño fue mayor que el bar de Luís y en su origen también estaba mejor puesto.

El "Barbas" era un portugués mal encarado, cuyo rostro lampiño evidenciaba el malintencionado apodo. A pesar de la antipatía del personaje, su local disponía de un atractivo irresistible para la juventud de su tiempo, motivo más que sobrado también para faltar a clase de vez en cuando en el vecino Instituto: una estupenda mesa de billar ruso.

El billar ruso del bar del "Barbas" sirvió de escuela de aprendizaje de varias generaciones de mozalbetes pontevedreses: de Rafael Landín a Sabino Torres, quien hoy recuerda con nostalgia aquella afición de juventud. Solo había otra mesa semejante en el bar X, esquina de Riestra con General Mola.

Por su parte, el primer bar Helenes de Luís González Fernández, respondió a un diseño firmado en 1930 por Antonio López Hernández, cuyos planos todavía hoy guarda el Archivo Municipal. Aquel reputado arquitecto ya había realizado por encargo de Manuela García y Enrique Paredes, respectivamente, dos preciosos quioscos para venta de tabaco y prensa, que lucieron en la plaza de la Herrería.

El bar de Luís disponía de una parte central cerrada y dos zonas laterales abiertas para mesas y sillas con columnas de hierro forjado que sostenían un sencillo techo desmontable. El conjunto respondía perfectamente a la exigencia municipal de cuidar al máximo su armonía con el entorno.

La Comisión Municipal Permanente autorizó la concesión solicitada en 1930 por un período de seis años prorrogables e impuso un arbitrio diario de 2,25 pesetas, exactamente igual que a La Terraza.

Cumplido ese plazo, el promotor presentó al Ayuntamiento en vísperas de la Guerra Civil un proyecto más ambicioso para reemplazar su primer quiosco. El diseño llevaba la rúbrica de Robustiano Fernández Cochón, arquitecto provincial y profesional reputado, y disponía de planta baja con terraza abierta y un piso superior.

En esta ocasión, el arquitecto municipal Emilio Quiroga informó en contra de la autorización del piso de arriba. Como en la práctica esa decisión suponía una discriminación con respecto a su competidor, el Ayuntamiento autorizó treinta metros más de largo por siete de ancho. La concesión se aprobó el 18 de abril de 1936 por un período de doce años prorrogables y un canon diario de 2,75 pesetas.

A principios de los años cuarenta, el bar de Luís tenía el viento de cara tras la renovación acometida, y presumía como concesionario del bar del Círculo Mercantil e Industrial.

Por el contrario, el aire soplaba en contra del bar del "Barbas", dado que el Ayuntamiento le negó una prórroga de la concesión y acordó su desalojo porque el propietario también lo utilizaba como vivienda propia. Afortunadamente para Gaspar Ferras López, el Tribunal de lo Contencioso falló a su favor en 1941 el pleito entablado y todavía siguió en la Alameda algunos años más.

Tanto en uno como en otro caso, el Ayuntamiento siempre dejó bien clara la temporalidad de ambas concesiones. Las prórrogas en juego no respondían a ningún condicionante y solo obedecían al parecer de la corporación de turno. Una vez declarada la extinción del permiso, se estipulaba que el quiosco pasaba a propiedad municipal, tal y como ocurrió finalmente.

El primero en desaparecer fue La Terraza, cuya última concesión sin solución de continuidad se declaró extinguida el 9 de abril de 1948 por una corporación encabezada por Calixto González Posada. Dos meses más tarde el local pasó definitivamente a propiedad del Ayuntamiento.

Porfirio Diz Baltasar, un contratista muy conocido y bien relacionado con el Ayuntamiento, realizó la demolición del quiosco en 1949. De ahí que solo los pontevedreses que peinan canas recuerdan su existencia a duras penas.

El bar Helenes tuvo una vida más larga, probablemente gracias a la simpatía de su fundador, y duró una década más. Luís Isolino González Boullosa, funcionario de la Delegación de Industria que había heredado el bar de su padre, solicitó en 1959 otra prórroga por diez años. Pero una corporación presidida por Prudencio Landín Carrasco consideró inviable tal petición.

La ejecución del acuerdo municipal se retrasó bastante, hasta el punto que su cumplimiento final recayó en el nuevo alcalde. Una Comisión Municipal Permanente encomendó a Filgueira Valverde el mal trago de comunicar personalmente al bueno de Luís hijo la mala noticia. No hubo vuelta atrás.

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