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Joaquín Rábago.

La "roja" Viena se tambalea

Si el canciller Bruno Kreisky levantara la cabeza, seguramente no se lo creería. Desde 1919 y con el único paréntesis del fascismo, la capital austriaca ha estado gobernada por los socialistas y esa hegemonía de cerca de un siglo corre por primera vez peligro en las elecciones del 11 de octubre.

En la "roja" Viena hay avenidas y bustos dedicados a los padres de la socialdemocracia austriaca como Viktor Adler o Karl Renner y un gran bloque de viviendas, las primeras para obreros con todo tipo de servicios que se levantaron en la capital, lleva todavía orgullosamente el nombre de Karl Marx.

Hay incluso en pleno centro un pomposo monumento en recuerdo de los miles de soldados del Ejército rojo que perdieron la vida para liberarla del yugo fascista.

Sin embargo, no solo la capital, sino todo el país está sufriendo estos días lo que la prensa califica de "terremoto político". Los sondeos dan al partido ultraderechista FPÖ un 33 por ciento de intención de voto, un récord histórico, que significaría además adelantar por primera vez a los socialistas.

En Viena, el cabeza de lista y al mismo tiempo líder del FPÖ, Heinz-Christian Strache, está prácticamente empatado con el veterano socialista Michael Häupl, que lleva nada menos que veintiún años al frente del Ayuntamiento, en el que sucedió a otro veterano y popular político, Helmut Zilk, quien ocupó el cargo de 1984 a 1994.

El FPÖ ya obtuvo resultados espectaculares en las elecciones regionales de este año: las de Estiria, donde aumentó en dos tercios los votos, y las de Alta Austria, donde dobló sus resultados de un 15 a un 30 por ciento.

Los próximos al canciller federal, el socialdemócrata Werner Faymann, atribuyen ese auge de la extrema derecha sobre todo al problema de los refugiados, que llegan por decenas de miles al país, algo que está explotando demagógicamente, como no podía ser menos, el líder del FPÖ, un buen discípulo del difunto Jörg Haider.

Mientras tanto, en la vecina Baviera parecen querer aplicarse eso de que "cuando las barbas de tu vecino veas cortar?". La CSU allí gobernante no ha dejado de criticar a la canciller Angela Merkel por lo que consideran su invitación irresponsable a acoger en Alemania a todos los refugiados que fuese necesario.

Ese llamamiento parece tener ahora un efecto de bumerán, y no solo los bávaros, sino también los cristianodemócratas -correligionarios de Merkel- de los otros "laender" del país creen que el "buenismo" inicial de la canciller podría resultarles muy caro electoralmente si el entusiasmo inicial de la población, que se volcó literalmente con los refugiados, se convierte de pronto en irritación, fácilmente manipulable por los aficionados a pescar en río revuelto.

Cunde la impresión en muchos medios de que el país no podrá controlar las fronteras ante el aflujo masivo de solicitantes masivos y empiezan a publicarse informaciones que hablan de peleas entre refugiados de distintas etnias o diversas corrientes del islam -sunitas contra chiíes- en los centros de acogida.

El derechista Bildzeitung, en otras ocasiones claramente xenófobo, pero que en un principio se había sumado de modo sorprendente a la campaña de la canciller a favor de los refugiados, ha dado también un cierto viraje en su información y habla de que últimamente están llegando tantos que el Gobierno puede perder el control de cuántos son.

Y mientras tanto, un conocido escritor y dramaturgo conservador -muchos dirían que reaccionario- llamado Botho Strauss, publica un artículo en Der Spiegel en el que, a raíz de la crisis de los refugiados, insiste en una polémica tesis que defendió ya en otro ensayo en 1993 para denunciar la pérdida de los valores del espíritu y la tradición en medio de una sociedad dominada por las redes sociales y la corrección política, que él claramente ya no entiende y renuncia además a entender.

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