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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

El poder es muy popular

Por muy rojos y extravagantes que puedan parecer, los alcaldes recién elegidos en las mayores ciudades de España son los políticos que más gustan a sus ciudadanos. Solo un mes después de las elecciones, la encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas -órgano estatal y por tanto, gubernamental- constata que Ada Colau es la política más apreciada en Barcelona, del mismo modo que Manuela Carmena en Madrid. Y otro tanto ocurre con el regidor de Valencia, Joan Ribó, que además es el único que alcanza la nota de aprobado frente a sus competidores.

Queda claro que el poder infunde carisma a quienes lo disfrutan, aunque esto ya se intuía. Sirva de ejemplo el caso del actual presidente de Galicia, Alberto Núñez Feijoo. Un mes antes de las elecciones que ganó por mayoría absoluta e incluso sobrada, Feijoo suspendía con una modesta calificación de 4,6 en la encuesta del CIS.

Como suele suceder en estos casos, la victoria de Feijoo en las urnas y su conversión en presidente obró una radical mudanza de opinión en los ciudadanos. Apenas un par de meses después de asumir el cargo, el mismo líder que antes militaba en el pelotón de cola de la popularidad, pasó a tener la mejor nota de la clase, muy por encima de sus contrincantes derrotados.

Más o menos eso es lo que ha ocurrido con los nuevos alcaldes que alumbraron las urnas del pasado mayo. Manuela Carmena, relegada al cuarto lugar en las encuestas preelectorales, disfruta ahora del primero en popularidad, con una nota del 5,99 que viene a equivaler a un aprobado alto. Su contrincante de Ciudadanos, Begoña Villacís, que era la mejor calificada antes de las elecciones, pasa a ocupar en cambio un módico tercer puesto ante el tribunal examinador de las encuestas.

El poder, que es un trasunto del dinero, ejerce por lo general estas magias y prodigios a favor de quienes lo detentan. Quevedo ya hizo notar en su día que el oro da autoridad al jornalero y al gañán, en una sentida oda al Poderoso Caballero "que con su fuerza humilla al cobarde y al guerrero". Si tales milagros obraba el dinero, otro tanto puede decirse del poder que convierte al feo en hermoso y tiene la fuerza suficiente para cambiar en un par de meses la opinión que los súbditos tenían de sus mandamases. No hay más que echar un vistazo a las encuestas del CIS antes y después de unas elecciones.

La única excepción a esta regla la ofrecería, si acaso, el actual presidente del Gobierno Mariano Rajoy. Al cabo de cuatro años en el poder, Rajoy obtiene una nota de 2,49 que lo sitúa en el décimo lugar entre los líderes preferidos por los españoles; si bien es verdad que todos ellos suspenden en el examen.

No hay razón para extrañarse. España es un país de hábitos vagamente latinochés, en el que triunfan los guapos como Suárez, González o Rivera; y más aún si a su buena presencia física añaden un punto de chulería. A fin de cuentas, el diccionario califica de "guapo" no solo al bien parecido, sino también al hombre bizarro y resuelto que "desprecia los peligros y los acomete".

Sería excesivo pedirle a un pueblo amante de tales virtudes que se entusiasme con la figura de un monótono registrador de la propiedad. En los demás casos, no hay duda de que el poder ilumina a quienes lo poseen. Las alcaldesas Carmena y Colau pueden dar fe de ello, aunque ya lo ha hecho el CIS.

stylename="070_TXT_inf_01">anxel@arrakis.es

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