Las elecciones del pasado domingo, en las provincias catalanas del antiguo Reino de Aragón, fueron precedidas de un acontecimiento deportivo (estadio de Twickenham, sábado 26 de septiembre) que revistió carácter tan pasional como los comicios de aquí y quizás de igual relevancia política allí a medio plazo.

Inglaterra es anfitriona y organizadora, este año, de la Copa del mundo de rugby XV. Y bien, Inglaterra -equipo de la sajona rosa de los Lancaster- fue sorprendentemente derrotada (25-28) en su catedral de Twickenham, ante 81.129 espectadores, por los rivales históricos, los célticos dragones rojos (Y Ddraig Goch) del País de Gales.

Los galeses nutren al rugby con una simbología nacionalista casi tan belicosa como muchos catalanes al Barça. En efecto, su identidad reposa en el carbón, el rugby y las corales. A los militantes nacionalistas del Plaid Cymru (Partido del País de Gales) les gustaría que el gaélico ejerciese el mismo efecto patriótico en la población pero es sabido -menos por los nazionalitaristas- que por mucho que se lleve el burro al abrevadero si no tiene sed no bebe.

Cerradas las minas de carbón los galeses se aferran al rugby y las corales. La emoción deportiva y patriótica que les procuran los encuentros a XIII o XV es notoria, cerveza mediante, no siendo menor la que manifiestan cuando entonan a coro Hen Wlad fy Nhadau (La tierra de mis antepasados) Salvo en ocasionales frecuentaciones cantadas, los galeses generalmente se desentienden de su lengua vernácula. Prefieren la del invasor inglés. Escoceses e irlandeses piensan lo mismo. Y tanto es así que llevados por su afición a la cerveza, a cantar en grupo, al rugby y hablar inglés, los aficionados galeses también atacan con fruición el himno de sus rivales históricos -Swing Low, Sweet Cariot- con mejor estilo y mayor entrega que los propios ingleses.

A la postre, los detalles menores - verbigracia, cantar en inglés- no carecen de repercusión política pues el Plaid Cymru solo cuenta con 11 diputados -de un total de 60- en la Asamblea del País de Gales. No obstante, el exaltante resultado del sábado 26 -con los precedentes de las votaciones de Escocia y Cataluña- ha dado renovados bríos a los nacionalistas cuya líder, Leanne Wood, es de armas tomar. No hay que olvidar que Phil Bennett, capitán del XV galés, para enardecer en 1977 a los jugadores ante el team inglés les soltó esta antideportiva parrafada: "!Recordad lo que esos bastardos han hecho al País de Gales! Nos han robado el carbón, el agua, el acero. Somos explotados, violados, controlados, castigados por los ingleses ¡A por ellos!"

Concedo a los escépticos que 1977 cae un poco lejos pero a veces una sola chispa, querido Mao, enciende la pradera entera. Empero, el rugby es mucho más, y mucho menos, que nacionalismo tabernario y chillón como bien explica Tony Collins, profesor de historia del deporte en la universidad de Montfort, autor de una suma impresionante sobre el rugby: The Oval World: A Global History of Rugby (Bloomsbury Sport, 2015)

En acotación, simplemente para ilustrar las parvadas que se esconden en el nacionalismo deportivo, de carácter racial, me permito señalar que los ingleses están equivocados al considerar Lancaster ancestral apellido sajón aunque fuese adoptado por ellos desde antiguo. Lancaster -otrora capital de condado en Inglaterra noroccidental- no es nombre sajón sino romano, compuesto de Lan - corrupción fonética del rio Lune- y caster del latín castra, campamento de legionarios. Pero no es menos erróneo el supuesto origen celta del Y Ddraig Goch estandarte artúrico con un dragón rojo que habría dado la victoria a los celtas frente a los sajones en batalla tan mítica como desconocida. En realidad, el mito evolucionó de un símbolo guerrero romano recogido erróneamente como celta en la Historia Brittonum (circa 829) El nacionalismo racial es así, puro infantilismo mito-mágico en el que pululan dragones, breoganes, unicornios y hasta Batman, si se tercia.

El 000001 de Abel Caballero

Lo que precede no hubiese sido suficiente para estimularme a desgranar estas líneas si un acontecimiento local, vigués y viguista, no hubiera atraído mi atención.

Gracias a que las simpáticas crónicas mundanas y casticistas ecos de sociedad de Fernando Franco se leen hasta en el Trópico de Capricornio, y más allá, acabo de enterarme que el socio con el número de carnet 000001 del Vigo Rugby Club es el muy emprendedor, eficaz y honradísimo alcalde Abel Caballero, tan respetado y querido por la inmensa mayoría de conciudadanos. Yo entre ellos a pesar de lo que me desespera su partido en la forma de (no)entender la densa historia de la nación española ni el Estado autonómico.

No me extraña ese 000001 de honor ya que nuestro edil mayor fue el primero en muchas cosas notables y difíciles. Estoy bien situado para saberlo. Más que antiguos colegas somos viejos cómplices intelectuales toda vez que tanto él como servidor disfrutamos del magisterio y la amistad de Luigi Pasinetti, su tutor, quizás el economista que mejor entendió el progreso técnico. Abel Caballero asimiló brillantemente la ciencia del maestro - y la de otros grandes economistas de la escuela de Cambridge- actuando posteriormente de adelantado y potente vector de su transmisión en España. La aplicación de la técnica matemática de las matrices unitarias en los sectores económicos verticalmente integrados se debe, en parte, a él. Un día voy a animarlo para que nos ilustre con unas planas que versen sobre el progreso técnico en estos confusos tiempos de tecno-optimismo, desempleo y desigualdad económica. Pero hoy no toca. Hoy quiero centrarme en el rugby pretextando ese carnet de honor 000001 y la victoria de Gales sobre Inglaterra.

El balón y los jugadores

El término rugby designa genéricamente una familia de deportes colectivos de balón con dos variantes, XIII o XV jugadores. A la par que en otros deportes de esas características -quizás el más viril junto con el balonmano y lejos de la brutalidad hormonada del fútbol americano- lo importante del rugby es la pelota y los jugadores. En el rugby se trata más bien de pelotas (el peso de la oficial está reglamentado en el rango 410-460 gramos). El balón de rugby, ovalado, se diferencia poco del que utilizan los jugadores de fútbol americano. Tanto en forma como en tamaño no hay prácticamente diferencia a primera vista. Un examen algo minucioso deja ver que los extremos del balón utilizado en el fútbol americano terminan casi en punta al tiempo que los de rugby propiamente dicho son redondeados. Esta pequeña diferencia genera comportamientos diferentes en sus trayectorias. La del balón de rugby es inestable y por tanto imprevisible en presencia de ligerísimo viento. El balón de fútbol americano atraviesa con mayor facilidad las líneas de campo del aire y se caracteriza por una trayectoria más estable.

En cuanto a los jugadores (rugbymen) la tradición transmite de generación en generación, desde el siglo XIX, que los mejores poseen piernas muy fuertes, brazos delgados, testículos poderosos y pene pequeño. Rasgos anatómicos que anticipan, al parecer, nobleza dentro y fuera del campo, corajuda rudeza en el juego y hambre de victoria y de superación. He ahí los materiales que amalgamados con el aprendizaje de la técnica conformaban a los grandes jugadores antes de la profesionalización que va a llevarse por el aire, temo, las virtudes legendarias de este deporte.

En el siglo XIX, ante los destrozos sociales de la revolución industrial se desarrolló la teoría del cristianismo muscular en las estrictas y elitistas escuelas y colegios particulares ingleses (private schools) La aristocracia y alta clase media, surgida de las profesiones liberales, empresariales, clero protestante y funcionarios del Estado, buscó propagar entre el pueblo -en GB y en el Imperio- la redención por el deporte. Popularmente, el rugby fue practicado por mineros en Gales y por agricultores en Francia. En España se adoptó tardíamente, preferentemente entre universitarios y no tiene arraigo notable.

Para explicar el capital de simpatía e imagen que aureola al rugby se recurre a sus valores intrínsecos asentados en Diez mandamientos que deben cumplir naturalmente los jugadores: respeto, solidaridad, humildad, superación moral, combatividad, autocontrol, convivialidad, gratitud, autenticidad y fraternidad. Más prosaicamente, emergen tres evocaciones para simbolizar en la práctica la forma que adoptan dichos valores. La primera es el espíritu del tercer medio tiempo, valga el oxímoron. Es decir, el encuentro alegre, entrañable, noblote, entre rivales -jugadores o espectadores- mezclados en el bar, la taberna, el pub o el restaurant en un bullicio feliz, estimulado por vino o cerveza y cocina copiosa y consistente, sin grandes refinamientos, tradicional y gastronómicamente solvente. La segunda evocación identifica al rugby con un público pacifico y limpiamente deportivo, muy alejado del hooliganismo que tan mala imagen da al fútbol. La tercera sitúa al rugby a contracorriente del fútbol, considerado ostentoso, dominado por el dinero, la violencia fuera y dentro del campo y espejo de egoísmo y rivalidad personal.

El rugby desarrolló una épica de camaradería y sencillez difícil de encontrar en otros deportes. Todo lo contrario del fútbol donde engreimiento y vedetismo se observan por doquier. Mario Balotelli, por ejemplo, tiene una estatua de sí mismo, en tamaño natural, en el salón de casa. Lamentablemente, con la profesionalización es difícil que el rugby no acabe como el fútbol y en ciertos aspectos -verbigracia, el dopaje- peor aun. Mucho nos gustaría que nuestro buen alcalde velase para que el Vigo Rugby Club quedara preservado de tales lacras.

*Economista y matemático