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Ceferino de Blas.

Rajoy no da titulares

Con el rifirrafe catalán, alguien ha exhumado un viejo documento oficial sobre el caso. Se trata del Diario Oficial del Ministerio de la Guerra del 7 de octubre de 1934. Comienza con el "Parte Oficial de la Presidencia del Gobierno" en el que se lee: "En Cataluña, el presidente de la Generalitat, con olvido de todos los deberes que impone su cargo, su honor y responsabilidad, se ha permitido proclamar el Estat Catalá. Ante esta situación el Gobierno de la República ha tomado el acuerdo de proclamar el estado de guerra en todo el país".

Al lado de ese texto aparece el pertinente Decreto, que firma el presidente de la nación, Niceto Alcalá-Zamora, y el del gobierno, Alejandro Lerroux García.

Con la copia del documento que circula por la red se acompaña este punzante comentario: "¿Hará lo mismo el fiera de Rajoy que Alcalá-Zamora y Lerroux en 1934?"

Aquello ocurrió durante el octubre revolucionario, cuando Asturias y Cataluña se levantaron en armas contra el Gobierno de la República, lo que nada tiene que ver con la actual situación. Ni tampoco cuando la Generalitat proclamó la independencia catalana, por segunda vez, al comienzo de la guerra civil.

Lo que acontece ahora, aunque tenga el mismo cerril propósito por parte de los independentistas, no se asemeja a las dos situaciones precedentes más que en el objetivo final.

Si se produjera lo peor, no hay duda de que Mariano Rajoy procedería según los cánones. Es la respuesta que ha dado a cuantas preguntas se le han formulado desde los medios de comunicación en los últimos tiempos.

En esos días de prodigalidad comunicativa del presidente de la nación, todos los periodistas, más o menos afectos o desafectos, hicieron lo imposible por sacarle titulares llamativos e imprevistos. Trataron de romper su ley interior de comportarse tal como se espera, con preguntas muy directas, incluso impertinentes.

Rajoy es de los que exaspera al entrevistador. La causa es que nunca colma con sus respuestas a los entrevistadores, que siempre quedan frustrados por no haber ahondado más en las cuestiones polémicas o conseguido más. Es como un frontón: preguntan y preguntan y siempre reciben la misma contestación. Como buen opositor que se tiene aprendida la lección no se mueve un ápice del temario. Por eso siempre es previsible. Dice lo que se espera que diga. Para quien no quisiera enterarse, bien que lo advirtió cuando comenzó su mandato: "Soy un hombre previsible".

Como ha ocurrido hasta ahora, que nadie aguarde un gran titular sobre lo de Cataluña, o lo que vaya a pasar en el futuro. La respuesta está escrita en los tratados legales. Actuará el estado de derecho, es decir, la Constitución.

Sin embargo, pese a los cabreos de los que se sientan frustrados por que no sea más explícito, mejor son obras que palabras. No deja de ser una garantía encontrarse a un tipo sereno, como "el americano impasible" de Grahan Greene, en circunstancias -en tiempos de tribulación no hacer mudanza-, en que la mayoría suele ponerse nervioso. Tener a alguien así al frente del país puede ser un buen antídoto contra los miedos.

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