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La pseudoboda de Maroto

Finalmente, la semana pasada Mariano Rajoy asistió a la boda de su amigo y correligionario Javier Maroto, el exalcalde de Vitoria. Había gran expectación por saber si el presidente del Gobierno pondría sus ideas reaccionarias en materia de derechos civiles por encima de sus afectos personales, puesto que Maroto se casaba con todas las de la ley de José Luis Rodríguez Zapatero con otro hombre, su novio de hace una pila de años. Lo que el Partido Popular vino en denominar horrorosamente un "pseudomatrimonio" en el título del recurso que planteó ante el Tribunal Constitucional a la norma que equiparaba las uniones homosexuales con las heterosexuales. Esa impugnación de una ley avanzada y pionera, que ha sido copiada por democracias mucho más antiguas que la nuestra y que ha derribado barreras de homofobia, mantuvo durante siete años en vilo a las parejas españolas de hombres y mujeres que hasta el pronunciamiento de la máxima instancia judicial contra el PP no supieron con certeza que sus convivencias, hijos y bienes eran perfectamente legales y no corrían peligro. Siete años de incertidumbre. Ya sabemos que a Rajoy los devenires de las familias le dan un poco lo mismo, de otro modo jamás se le pasaría por la imaginación celebrar unas elecciones el 20 de diciembre, entre la fiesta del cole y la operación vuelta a casa por Navidad.

De manera que tras casarse por lo civil, los novios recibieron la bendición de la jerarquía de su partido y de parte de ese Gobierno cuyo ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, señaló escandalizado que con muchas parejas gais la especie humana se extinguiría como argumento para denostar uniones como la de Maroto. El tema de la boda fue Eurovisión, y al presidente le tocó sentarse en la mesa de Céline Dion. Tanto se animó la cosa que hasta se unió a una conga y danzó a Village People. Seguro que no se contoneó con la gracia de Miquel Iceta el otro día en el mitin de las elecciones catalanas; da mucho gusto ver bailar a quien se lo pasa bomba bailando. No sé si Rajoy haría cuatro nudos en una servilleta para ponérsela en la cabeza, pero sí estoy convencida de que dejó muy atrás aquella alusión que hizo a "la manía del Gobierno de parecer moderno" cuando le preguntaban por la ley de matrimonio homosexual y por ZP, y lo hizo al ritmo de Y.M.C.A. Un himno que recuerda a los hombres jóvenes que "no hay ninguna necesidad de ser infeliz".

No me sorprende la hipocresía en los próceres conservadores, su "haced lo que yo digo, pero no lo que yo hago", y esa ley del embudo que ofrece el lado ancho solo a amigos y allegados. Nunca me pregunté si Mariano Rajoy se sacudiría la caspa y acabaría asistiendo a la boda de su amigo: estaba segura de que no perdería la ocasión de ofrecer una imagen menos rancia, toda vez que a los votantes ultramontanos ya los perdió con su reforma coja del aborto. Lo que me sigue pareciendo inexplicable es la pertenencia de Javier Maroto a un partido que malgastó el dinero del contribuyente en ir contra la ley que le da un derecho que antes no tenía y que el viernes ejerció con orgullo. A través de su afiliación, y luego en el desempeño de distintos cargos públicos, el exalcalde de Vitoria ha trabajado activamente a favor de los intereses de sus siglas, o lo que es lo mismo, contra los intereses de la comunidad homosexual a la que se honra en pertenecer.

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