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Ceferino de Blas.

Los no vigueses en la ciudad muy especial

Hace veinte años se produjo un gran acontecimiento en Vigo. Por primera vez en más de un siglo, el número de nacidos en la ciudad superaba a los venidos de fuera. Los periódicos lo publicaron con el relieve que se merecía.

Corrían los años noventa, y Vigo aspiraba a conquistar la cota de trescientos mil habitantes, empeño que todavía sigue pendiente. Aunque suele argumentarse que la población de hecho ha rebasado la cifra, la de derecho, que es la que cuenta en la estadística oficial, no se ha alcanzado. Y en los últimos años, con la crisis, el estancamiento familiar y la fuga de emigrantes, incluso se ha alejado.

El que haya más vigueses de nacimiento que de arribada supone que la ciudad ha empezado a asentarse, tras un crecimiento imparable. Se decía a medidos de los años veinte: "la población de Vigo es de aluvión, y se ha acrecentado por aluviones sucesivos más que por desarrollo natural".

Los analistas locales interpretaban entonces que la ciudad no se conformaría plenamente como "civitas" hasta que alcanzase la consciencia de sentirse como tal.

Para ello tenía que producirse una exaltación sentimental que se imponía como un reto a sus vecinos. "El buen vigués debe sentir en todo momento el orgullo de su pueblo, basado en la consciencia de saberlo la metrópoli atlántica del porvenir, la puerta Europa. A los mozos vigueses les corresponde crear el núcleo de la voluntad viguista".

A diferencia de otras urbes que experimentaron un gran salto demográfico, pero no lograron el empaste vecinal de los que llegaban, Vigo, tierra de acogida, ha logrado una integración muy acabada. Es una de sus peculiaridades.

Por lo general, a Vigo no se llega de paso, sino para quedarse, porque reúne las condiciones idóneas para ser lugar de recalada. Es receptiva y tolerante, ofrece oportunidades y una diversidad suficiente para que todos encuentren su acomodo. No es excluyente e impositiva como otras poblaciones.

Un episodio que ha entrado en la historia local ejemplifica esa capacidad de integración, y el hecho de que los llegados de fuera, en reciprocidad, ejerzan una aportación significativa a la sociedad, la economía, la historia y la cultura.

En 1925, el semanario satírico vigués "La Ráfaga" propuso que se homenajease a tres personajes que habían rendido grandes méritos a la ciudad en distintas épocas. Eran estos: el empresario Norberto Velázquez Moreno, el médico e historiador Nicolás Taboada Leal y el profesor José M. Sancha Valverde. "Ninguno de ellos es hijo de Vigo, pero Vigo les debe perenne gratitud", resaltó la prensa cuando se les erigió un monumento en Pereiró.

Representaban tres sectores muy apreciados: el empresariado, tan importante en el devenir económico y social, el profesional liberal y la docencia.

El homenaje simbolizaba la doble dirección del comportamiento de la ciudad: la sociedad adopta a los recién llegados y aprovecha sus méritos, pero no los trata como extraños, sino como propios. Se los apropia y no les dicta otras normas que las de ciudadanía.

Porque Vigo es plural, es una fusión de galleguidad y cosmpololitismo. La galleguidad proviene del interior, de los gallegos que se instalan en Vigo, en especial desde 1922, con la fundación del periódico "Galicia", como Paz Andrade, Lustres Rivas o Maside, con la tutela de Losada Diéguez y Castelao. Ellos le imprimen la esencia regional.

El cosmopolitismo llega del exterior, entra por el puerto, con hispanoargentinos como Amado Villar y Francisco Luís Bernárdez, con las colonias de extranjeros que se instalan en la ciudad. Sobre todo los ingleses, con el Cable Inglés, la naviera Mala Real, y el consulado, pero también los alemanes -recordemos a Carmen Kruckenberg- y el Colegio Alemán, y en el futuro los franceses con la Alianza Francesa.

Un ámbito del cosmopolitismo está vinculado a la liberación de la mujer, cuando en los treinta una viguesa Emilia Docet es elegida Miss España. Entonces, los concursos de belleza, a diferencia de ahora que los cuestionan las feministas, eran una demostración de libertad, de igualdad con el hombre. Y en Vigo se identificaba el cosmopolitismo con la existencia de dos clubes de hockey femenino.

El periodo más intenso de conformación de la "civitas" acontece en los años veinte, cuando se produce el despegue industrial y la conversión intelectual, en lo que tiene un marcado protagonismo América. De allí llegan personajes de las finanzas, a quienes se deben obras como el tranvía, y de la cultura. Coadyuva el retorno de ultramar de gallegos, como Julio Sigüenza, que dio a conocer a los vigueses a la poetisa Juana Ibarbourou.

La peculiaridad integradora de la ciudad hace que vigueses de adopción sean sus principales mecenas, como Policarpo Sanz y García Barbón, que comparten el callejero con foráneos de asentamiento y nativos.

Los foráneos ayudaron a conformar y a dar personalidad a la ciudad. Los catalanes trajeron el tratamiento del salazón y las industrias pesqueras. Con los religiosos llegados de diversas partes (Cluny, los jesuitas, los maristas), se fundaron los colegios. Arquitectos como el francés Michel Pacewicz aportaron alguno de los mejores edificios. Y los ingleses trajeron el fútbol, aunque fueron vigueses como Hándicap y Juan Baliño los que crearon el Celta. Foráneos han sido grandes alcaldes, empresarios imprescindibles, intelectuales, artistas y la masa de vigueses sin los cuales la ciudad no sería lo que es.

A los visitantes les impresiona la ciudad y asombra su potencialidad, como Pérez Galdós, que ya escribió en 1885 que "la más hermosa de las cuatro rías es la de Vigo, que también es el primer puerto de España y quizás de Europa". O en 1908, Emilia Pardo Bazán: "Todo el día se oye en Vigo el tintín de los picos; veis alzarse casas de una suntuosidad que sorprende". Y Julio Camba, en 1917: "Vigo produce realmente una impresión de asombro... La carrera loca emprendida hace años, continúa frenéticamente y lleva trazas de no acabar."

Pero son los vigueses de adopción quienes más entusiastas se muestran por el encumbramiento de la ciudad, su enclave, la belleza del paisaje. Por eso Celso Emilio Ferreiro la definió como "puro milagro". El milagro de su ría, sus puestas de sol, "su desarrollo físico como si las glándulas que impulsaron su crecimiento urbano tuvieran una prisa febril por agigantar su estatura."

El deterioro industrial, las reconversiones, la desaparición de empresas emblemáticas como MAR, Ascón o el Grupo Alvarez, y la merma de otros sectores de producción, en el último cuarto de siglo, frenaron la inmigración.

La ciudad necesita recomponer su fisonomía productiva y sociolaboral. También debe recuperar las condiciones para volver a ser tierra de arribada. Es difícil que se reproduzca un vuelco de crecimiento como el experimentado en los dos primeros tercios del pasado siglo, porque es una urbe asentada, pero precisa cambiar el signo.

Hay quien piensa que no ha sido bueno que los nativos superen en número a los que llegan de fuera, porque supone un estancamiento poblacional, y la pérdida del vigor que acompaña a los que vienen con afanes de prosperar y que tanto aportan.

La capacidad de acogida, de integración, que asume y absorbe lo que proviene del exterior -la industria, la cultura, los emprendedores, los intelectuales-- ser ciudad gallega y cosmopolita que impresiona a los que la visitan y cuyos más brillantes intérpretes son los vigueses de adopción, son cualidades que perviven y deben servir para retomar la senda del crecimiento. Y es que la ciudad tiene la capacidad de quebrar el principio de identidad: los no vigueses son vigueses. Por vivencia, por hechura, por integración.

La cifra simbólica de los trescientos mil habitantes, que el cronista oficial, Avelino Rodríguez Elías, aventuraba hace muchas décadas como el techo a alcanzar, sigue siendo el objetivo de la ciudad, que debe redefinirse para volver a crecer. Sólo lo hará con los que llegan que aportan sabia nueva. Con los no vigueses que con el paso de los años se convierten en vigueses.

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