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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Más que tres puntos

Dado que el Barça es más que un club, la goleada que el otro día le embuchó el Celta ha de ser más que una victoria. De hecho debería valer por seis puntos, en lugar de tres, con lo que el equipo de Berizzo encabezaría en estos momentos la clasificación de la Liga. Urge modificar cuanto antes el reglamento.

Dicen los peritos en cuestiones de balón que el culpable de la derrota blaugrana fue su portero Ter Stengen, que es algo paquete y acaso trabaje infiltrado a favor de los enemigos de Cataluña. No hay por qué desdeñar tal hipótesis, pero también existen otras.

El club habitualmente azulgrana tomó, por ejemplo, la insensata decisión de vestir a sus jugadores de amarillo: un color que trae mal fario como sabe cualquier supersticioso y aun los que no lo son. De ello solía dar fe Luis Aragonés, el ya tristemente fallecido seleccionador de España, que abroncaba a sus jugadores si alguno de ellos cometía la imprudencia de vestir una prenda de esa tonalidad.

Por si el gafe del amarillo fuese poco, la camiseta que el Barcelona escogió para jugar en Balaídos llevaba impresa en su parte dorsal la bandera de Cataluña, justo en las antevísperas de unas elecciones autonómicas que también van a ser más que unas autonómicas. El presidente Mas ha conseguido, en efecto, que todo el mundo las vea como un plebiscito sobre la independencia de su reino.

Jugar con la bandera, como lo hizo por voluntad propia el club que es más que un club, no podía ser sino un acto de temeridad en las actuales circunstancias. Quizá sus directivos pensasen que la victoria del Barça era segura y, en consecuencia, obraría benéficos efectos sobre el ánimo de los votantes partidarios de la secesión, a solo cuatro días de la trascendental consulta.

Desgraciadamente para tan patriótica causa, el Celta tuvo la impertinencia de jugar como si el Barcelona vistiese en realidad de azul celeste, con el resultado de un baño de goles a orillas del Atlántico. Mejor les hubiera ido, sin duda, a los políticos al mando del imperio culé si atendiesen a los avisos de los hados, como solía hacer Aragonés. Una simple consulta a la estadística habría bastado para saber que el Barça perdió casi todos los partidos en los que saltó al campo vestido de amarillo y senyera; pero ni así se bajaron sus dirigentes de la burra.

Lances tan gloriosamente inesperados como el del otro día en Balaídos suelen ocurrir cuando la directiva de un club se convence de que el fútbol es la continuación de la política por otros medios. Luego pasa lo que pasa. Que los políticos gobiernan a patadas y los futbolistas se enredan en discusiones de orden estratégico mientras el equipo adversario aprovecha para llenarles la portería de balones.

Extraño nacionalismo el del fútbol. Nadie ignora que el Real Madrid nació bajo el impulso de dos barceloneses y que el Barça fue fundado, a su vez, por el suizo Hans Gamper. Tampoco importa gran cosa que sus héroes históricos y actuales lleven nombres tan castizos como Cruyff, Puskas, Di Stéfano, Koeman, Ronaldo, Messi o Zidane, a imitación de un Tercio mercenario de Flandes. Lo que de verdad cuenta es su identificación con los colores patrios, previo paso por caja.

Al final, eso sí, acaban descubriendo que el fútbol es un juego con su parte de azar en el que hasta un equipo de la remota Galicia puede chafarles la fiesta. Dura vida la del patriota.

stylename="070_TXT_inf_01">anxel@arrakis.es

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