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Los robots no son cristianos

La rendición que representó la homilia tecnocrática del Papa en La Habana

El otro día Francisco, durante la homilía que ofreció en La Habana, en la plaza de la Revolución por más señas, con la imagen del Che al fondo, dijo: "El servicio nunca es ideológico ya que no se sirve a las ideas sino que se sirve a las personas". Supongo que el carnicero de La Cabaña, desde el infierno donde sin duda mora, se habrá reído a mandíbula batiente porque el Papa se manifestaba como un tecnócrata, lo cual, en ese contexto, equivale a rendirse. Frente a la ideología comunista está la cristiana -bueno, el orden cronológico es el inverso- y no los hechos desnudos por muy caritativos que sean. Sin buenas obras la fe no vale nada, cierto, pero sin fe las buenas obras no pasan de filantropía, que está muy bien pero para eso sobra el Vaticano y todo lo demás.

El Estado de obras de aquellos ministros españoles entregados a la tecnocracia en los años sesenta del pasado siglo iba por ahí -hechos y solo hechos- frente a los ideologizados falangistas. El resultado a la vista está, se alzaron con el santo y la seña los socialistas, amanecidos con todos los ecos de la España negra, y este país está a punto de desaparecer porque una nación ni se forja ni se mantiene solo con grandes embalses, industrias pesadas, buenas autopistas, hospitales modernos y universidades superheterodinas.

Aunque Bergoglio no es Ratzinger supongo que habrá leído "Las palabras y las cosas", de Foucault, publicado en 1966 y que incluye su legendario estudio sobre "Las Meninas", de Velázquez. Ese ensayo lanzó al filósofo francés al estrellato internacional. Cómo sería que, en un ataque de cuernos, Sartre se tiró a su cuello afirmando que Foucault era "la última barricada de la burguesía". Lo de siempre, lo mismo que diría el Che y con él todos los totalitarios de izquierdas. Foucault respondió: "Pobre burguesía, si me necesita como barricada es que ha perdido el poder". Bueno, pues las palabras, que son cristalización de las ideas y las personas, esencia sublime de las cosas -perdonen que me ponga tan cursi-, están enlazadas aunque no identificadas. Y nunca jamás disociadas.

Supongo que el Papa, que parecía estar visitando una democracia impecable donde, por supuesto, no hay ni un solo preso político ni se persigue al cristianismo en cualquiera de sus confesiones, quiso dejar en el corazón de Cuba al menos una crítica sutil. No seré yo quien lo critique, ni remotamente, pero conviene indicar que unas ideologías son liberadoras y otras embrutecedoras y que el servicio a las personas si no se realiza desde una ideología muy libre y poderosa -y muy encarnada: ese es el secreto- humilla al beneficiario y lo convierte en un resentido que antes o después acaba devolviendo mal por bien.

Solo así se explica que en España, el país más católico del mundo, exista tal odio hacia la Iglesia. En la Guerra Civil fueron asesinados más de 7.000 curas. Ni Nerón, Diocleciano, Robespierre y Stalin juntos. Y ahora el catolicismo patrio debe de estar a la altura del cubano y gracias.

En Cuba predicar es predicar libertad y predicar libertar es predicar libre mercado y predicar libre mercado es predicar capitalismo. Eso no lo va a hacer nunca un Papa -insisto, no lo critico- y menos después de la rendición preventiva de Obama.

La Iglesia se mete a opinar de todo, desde los baches de las carreteras hasta las peripecias de los condones, pero a partir de ciertos grados de complejidad, luego de materia con verdadero calado, los pastores consagrados parecen más mudos que parlanchines, sea ante la dictadura cubana o frente a la secesión de Cataluña. Claro que hay que servir a las personas pero ¿como lo haría un eficacísimo robot?

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