Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Tratos con el demonio

Casi ochocientos fieles han perecido bajo una avalancha de cuerpos cuando se disponían a apedrear al diablo en La Meca: y no es la primera vez que una tragedia así ocurre. Sucesos similares -y aun con mayor mortalidad- se han dado en esa ciudad santa hasta una docena de veces, varias de ellas durante la ceremonia de lapidación simbólica del demonio.

Sería exagerado sacar conclusiones, pero casos como este invitan a pensar que Satanás anda suelto, por más que los descreídos tendamos a rebatir tal afirmación. No opinaba lo mismo Baudelaire, poeta del mal y especialista en el asunto, quien no dudó en advertirnos de que la mayor de las astucias del diablo es hacernos creer que no existe.

Los más aprensivos creerán ver, quizá, la mano del Maligno tras el drama de la muerte de peregrinos que cada cierto tiempo se produce durante el acto ritual de apedreamiento del demonio. Una sola vez sería mera casualidad, pero cuando el suceso se repite en tres o cuatro ocasiones parece razonable conjeturar que pudiera tratarse de algo más que un accidente. Hay explicaciones más terrenales y seguramente más plausibles; pero por si sí o por si no, en la duda conviene no tirarle del rabo a Belcebú.

Desgracias como estas no suelen ocurrir en Galicia, pese a que también sea tierra de acogida de miles de peregrinos a Santiago. Cierto es que el Apóstol no reúne en un solo día a multitudes tan vastas como las que peregrinan a La Meca; pero tampoco en Compostela se incurre en la temeridad de arrojarle piedras al diablo, simbolizado por una pared de granito.

La explicación podría residir en que el gallego es un pueblo algo pagano e imparcial en estas cuestiones de teología. Bajo el principio de que Dios es bueno, pero no por ello el demonio ha de ser malo, en Galicia se trata con respeto al Príncipe de las Tinieblas y hasta se le dedican fiestas populares como la que se celebra en Pontevedra durante el mes de agosto.

Tan grande es la familiaridad de los gallegos con el demonio que incluso le cantamos festivas coplas populares vinculadas a la climatología, como la que asegura que cuando llueve y hace sol, el demonio anda por Ferrol pinchando a las mujeres con agujas y alfileres. Se conoce que, más que un espíritu del mal, vemos en el diablo a un simple duende aficionado a cometer travesuras.

A veces, cierto es, se hace necesario conjurarlo mediante el oportuno exorcismo; pero aun en tales casos, se trata de un procedimiento respetuoso como el que hasta no hace mucho se practicaba en la acreditada romería de O Corpiño, allá por Lalín. Entre aspersiones de agua bendita, pulpo bien picante y latinajos que solo Lucifer comprende, se le conminaba a salir del cuerpo de cualquier infeliz cristiano en el que pudiera haber entrado, aprovechando un despiste de su ángel de la guarda.

Era un método que hoy llamaríamos no invasivo, con el que se intimidaba al diablo por la vía de la persuasión. Mucho más conveniente que la de la agresión, habida cuenta de que el demonio es un ser azufroso que se sulfura con facilidad.

Infelizmente, los terribles -y repetidos- sucesos de Arabia Saudita sugieren a los escrupulosos que no conviene tentar, ni mucho menos, apedrear al demonio aunque no nos caiga bien. Acostumbrados a traficar con influencias, los gallegos conocemos la utilidad de tener amigos incluso en el infierno. Por lo que pueda pasar.

stylename="070_TXT_inf_01">anxel@arrakis.es

Compartir el artículo

stats