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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Dos silencios elocuentes

Como era de prever, a medida que se acerca el día de las elecciones catalanas, el ruido argumental va en aumento. La fanfarria de las simplificaciones tiende a sofocar la música propia de cada opción política, y todo lo que oímos se reduce a un estrépito de trompeta y tambor como en las charangas de pueblo.

En esas circunstancias, lo más prudente sería cerrar las ventanas y aguardar tranquilamente a que el recuento de votos del próximo domingo nos aclare a qué tipo de nueva confusión nos encaminamos (y nadie dude de que esta irá en aumento). Pero en las modernas sociedades mediáticas ese aislamiento se hace imposible, el ruido de la actualidad entra por todas partes y te acabas enterando de lo que sucede aunque no quieras. La última semana hemos asistido a un desfile de personalidades políticas, financieras y empresariales avisando a los ciudadanos catalanes de los males que les aguardan si en un futuro próximo su país alcanza la independencia y deja de pertenecer al Estado español. Una nómina de lujo, desde la canciller de Alemania, Angela Merkel, al presidente de Estados Unidos, Barak Obama, hasta la patronal bancaria y el presidente del Banco de España, pasando por el presidente de Telefónica, señor Alierta, y el dueño de una marca de ropa que viste a las novias.

El catálogo de previsibles desgracias es impresionante (expulsión de la Unión Europea, de la zona euro, de la OTAN, y, lo que es mucho peor, de la Liga de fútbol española , y hay que ser una persona de recio carácter, como el señor Mas, para enfrentarse a ellas sin que te tiemblen las piernas. No obstante, todavía quedan por decir algo dos poderes importantes, quizás los más importantes en la historia de España. Me refiero a la Iglesia y al Ejército, esas dos instituciones a las que la Constitución de 1978 reserva un papel relevante. Respecto de la Iglesia, el periodista Miguel Ángel Aguilar, de forma humorísticamente aviesa, pidió desde las antenas de la SER (cadena competidora de la radio de los obispos) que se pronunciase sobre la licitud de la independencia de Cataluña. E insinuó que si no lo hacía es porque aguardaba a que la situación política se decantase claramente, tal y como había hecho el episcopado español el 1 de julio de 1937 respecto del bando de Franco durante la Guerra Civil cuando ya se adivinaba quiénes iban a ser los vencedores de la contienda.

La maldad de Aguilar estuvo muy bien tirada y fue de efecto fulminante, porque al día siguiente el cardenal de Valencia, Antonio Cañizares (que es muy vivo y muy listo), manifestó explícitamente su apoyo a la unidad de España. En cuanto a la opinión de las Fuerzas Armadas, a las que en el artículo 8º de la Constitución se encomienda como principal misión "garantizar la integridad territorial y el orden constitucional", todavía no hemos oído nada. En tiempos no muy lejanos ya hubiéramos escuchado eso que antes se llamaba "ruido de sables", una forma eufemística de aludir al enfado en los cuartos de banderas. Claro que, en aquellos tiempos, al señor Mas tampoco se hubiera atrevido a plantear lo que ahora plantea.

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