Así pues, con las cartas sobre la mesa y a la espera de lo que hoy mismo pueda ser la última partida en el conflicto lácteo, habrá que esperar que la cordura que mostraron primero varias organizaciones de productores y después el resto -aunque algún sindicato enseñe todavía la patita por debajo de la puerta- se imponga y acabe el asunto con la firma de un acuerdo. Y que, por la otra banda negociadora, se den bastantes garantías de que no será papel mojado y se habiliten los controles necesarios.

Los dos elementos, acuerdo sobre precios dignos y sostenibles y garantías plenas de que se aplicará el pacto, son claves. Pero conviene insistir en que en ocasiones anteriores hubo algo parecido y al final nada se obtuvo. Por múltiples causas, pero sobre todo por una; la industria láctea, que es la más fuerte y tiene la sartén por el mango en estos contenciosos, no se atuvo a lo pactado y, usando a su favor los ángulos muertos de la legislación, sacó más ventaja a costa del resto.

Esto que se dice es, por supuesto, opinable, pero un repaso concienzudo a los precedentes lo demostraría hasta donde se puede, que en estos casos nunca es al cien por cien. Pero como ocurre en otros, hay veces en que basta la confirmación de parte de las sospechas para solidificar en cascada los argumentos que dan pie a tener en cuenta las demás. Dejarlo todo en claro y sin margen para interpretarlo como se quieraes papel de los gobiernos, que ejercen de árbitros.

(Otro dato permite afirmar que esa prepotencia existe: la evidente simpatía ciudadana hacia los productores. Y aunque haya riesgo de caer en el tópico de que el más débil ha de ser protegido de los abusos del forzudo, hay momentos en que eso es exigible y por tanto el arbitraje debe tenerlo en cuenta como factor de correción. Lo que a su vez no impide que el débil se equivoque y haga mal uso de su condición.)

En ese error cayó algún sindicato, y podría repetirlo hoy mismo. Algo que le supondría un grave desgaste de imagen, al reducir sus razones y la pérdida de sintonía con muchos de los que hasta ahora han asumido incomodidades y actos que en otra circunstancia supondrían un rechazo frontal. Y la pérdida de respaldo entre la población, que suele acompañar a los conflictos demasiado largos o artificialmente sostenidos y perjudica incluso a las mejores causas.

Lo obvio a estas alturas es que el sector lácteo gallego necesita una salida, y que el acuerdo que podría firmarse es útil. Es posible que deje flecos, pero hay veces -quizá ésta sea una de ellas- en que lo mejor es enemigo de lo bueno. Debería tenerse en cuenta.

¿No?