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Ganador en un segundo plebiscito

Además de dejar otra vez a los institutos demoscópicos por los suelos, las elecciones del domingo en Grecia, las segundas de este año, las cuartas desde mayo de 2012, demuestran que se puede revalidar el triunfo en las urnas pese a incumplir, punto por punto, lo prometido, siempre y cuando el candidato consiga que el votante le mire a él, no al programa electoral con el que conquistó su favor... ¡hace menos de nueve meses!

Tsipras no ganó anteayer unas elecciones, ganó un plebiscito. Y aunque se haya visto favorecido por la abstención, la más alta registrada en unas legislativas griegas, el líder de la izquierdista Syriza cosechó una victoria incontestable: ha perdido apenas un punto del respaldo que obtuvo en los comicios de enero y, aliado de nuevo contra natura con la derecha nacionalista, volverá a gobernar el país con mayoría absoluta.

Pero, además, ha logrado deshacerse de la escisión por la izquierda que provocó en Syriza la firma del tercer rescate. Los críticos de Unidad Popular no han obtenido representación en el Parlamento, lo que significa dos cosas: que los griegos quieren seguir en la eurozona y que, a la izquierda de Syriza, no quieren a nadie. O una tercera: que prefieren a una formación de izquierdas, en vez de a una de derechas, para ejecutar el durísimo ajuste que se avecina.

¿Cómo se revalida la confianza de un electorado al que se ha prometido acabar con la austeridad y no aceptar más rescates, después de firmar un tercero y sufrir una grave crisis interna a causa de la rúbrica del pacto con los odiados acreedores internacionales? Pues, a la vista está, con palabras y con mensajes, ese denostado material al que, en teoría, los números han barrido como si fuese polvo.

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, ya lo vio más que diáfano el viernes. Y como tiene parte en el asunto, o aspira a merecer la misma confianza que su colega heleno, sentenció: "Negociar es enormemente difícil, pero lo que los griegos tienen claro es que Alexis ha sido un león defendiendo a su gente, un león dando la cara por Grecia".

Un león, por cierto, que se valió de los zarpazos verbales y gestuales de otro, el sacrificado ministro de Finanzas Yanis Varufakis, para aparecer ante sus compatriotas como el político que les sacaría del pozo de la humillación. No en vano ya el domingo Tsipras dijo: "Grecia es sinónimo de lucha y dignidad".

Y, en efecto, el líder izquierdista heleno no ha sacado a su país del pozo, pero sí le ha devuelto algo de la dignidad perdida en la larga y agónica fase de negociaciones para satisfacer los vencimientos de deuda que acabó en junio. Lo hizo prometiéndoles que no habría tercer rescate y después firmándolo, pero en su favor hay que decir que en el ínterin se sometió a un voto de confianza convocando, en julio, un referéndum que ganó con el 60 por ciento de los sufragios.

En el plebiscito, no buscaba apoyo para acabar con las políticas de austeridad -como inequívocamente se desprendía de la pregunta planteada-, sino respaldo a su persona, robustecimiento de su liderazgo para tener las manos libres y negociar un tercer programa de asistencia que le permitiera acabar con la fase mendicante y acceder a un nuevo paquete de financiación. Un cínico diría que rectificó; un pragmático, que cometió traición.

Las elecciones del domingo vienen a ser la segunda parte del plebiscito de julio y el segundo aval que Tsipras obtiene a sus manejos en menos de tres meses. Es verdad que han podido ayudarle todos los desencantados de Syriza que decidieron quedarse en casa antes que votar a otras opciones, pero lo cierto es que pocos políticos europeos -si es que hay alguno- pueden presumir de haber obtenido tres veces en las urnas la confianza de los electores en tan corto espacio de tiempo. Máxime, después de prometerles que no haría lo que ha hecho y ya sabía que iba a hacer.

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