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Ceferino de Blas.

El reto pardobaciano

Ceferino de Blas

En el centenario del último verano vigués de la Condesa

No se sabe si en sus crónicas viguesas, Emilia Pardo Bazán comentó la visita al Castillo del Castro, donde estuvo acompañada del alcalde, Joaquín Martínez López, que puso a su disposición un landó cuando todavía el Ayuntamiento no tenía automóviles. De existir esa crónica será deliciosa, porque nadie como ella describió las puestas de sol sobre Vigo. Y las del castillo del Castro son increíbles.

Mujer en tierra de hombres cuando no existía el feminismo, que ella contribuyó a implantar, fue una de las figuras más fascinantes de un tiempo poblado por personajes de la talla de Castelar, Giner de los Ríos o Galdós.

Aunque Menéndez Pelayo dice que era fea, y algo estrábica, como inmisericordemente la pintó Joaquín Sorolla por encargo de la Hispanic Society de Nueva York, tenía encanto para enamorar perdidamente a Galdós, y mantener romances sentimentales con Lázaro Galdiano o Blasco Ibáñez.

Fue apreciada hasta el punto de que le erigieron un monumento en vida, el año que viene hará un siglo, y odiada hasta el extremo por personajes tan distintos como Murguía, Curros, Pereda, Palacio Valdés y Clarín. Pero lo que más la hirió fue que la Real Academia de la Lengua le negase reiteradamente su mayor anhelo, ser uno de sus miembros.

Constituyó una de las más descaradas injusticias en la larga historia de la corporación, marcada por las mezquindades, al posponer a grandes literatos frente a oscuros especialistas.

Sobre Emilia Pardo Bazán se ha escrito en abundancia, desde obras magnas como la biografía en dos tomos de Pilar Faus, a aspectos específicos de su producción. Tanto investigadores nacionales como extranjeros. Porque es tal su personalidad que interesó a críticos y estudiosos de sus novelas, ensayos, cuentos, poesía y correspondencia.

Parte de esa obra inmensa no ha sido todavía catalogada. Lo último que se conoce es la aparición de una pieza de teatro inédita, "Perder y salir ganando". La encontró en la Fundación Lázaro Galdiano la profesora Patricia Carballal, mientras buscaba material para su tesis doctoral sobre el teatro de la condesa, el género literario en el que menos brilló.

También quedan flancos de su enorme biografía, que no han sido tratados o lo han sido parcamente. Por ejemplo: su relación con Vigo que fue una de las contadas poblaciones donde se representó su teatro. En 1910, en el Tamberlick, se puso en escena "La suerte", "obra de gran fuerza trágica, que obtuvo una excelente interpretación".

Hubo un tiempo en que ignoró a la ciudad, y lo dejó escrito en un artículo en "El Imparcial", que causó gran enfado a los vigueses.

Pero inteligente como era, desde 1891 que comenzó a acudir al Balneario de Mondariz, también solía visitar Vigo, primero de incógnito, y con el nuevo siglo de forma manifiesta. Hasta 1915, en que la visita por última vez.

Es justamente el reto que se abre a especialistas y estudiosos: recopilar cuanto escribió sobre Vigo. Está disperso en periódicos como "El Imparcial", en publicaciones como "La Temporada", en "La Ilustración Artística", de Barcelona, en periódicos extranjeros como "La Nación" de Buenos Aires, en la que escribió desde 1909 hasta 1921. Y en lo que hallen los investigadores, como la obra de teatro recién encontrada.

Es un buen ejercicio cuando se cumple el centenario de la última visita de la Pardo Bazán a Vigo. Sería fantástico descubrir que la escritora describió las vistas desde la fortaleza del Castro, cuando subió en landó con el alcalde Martínez López, que podía presumir de dos cosas: de devoción por la Condesa y de valor. Fue el alcalde que dimitió con toda la corporación al enfrentarse al Gobernador porque impidió que el aviador francés Garnier hiciese una exhibición de vuelo en las fiestas de Vigo.

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