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Cien líneas

Amar y trabajar

Vuelve Freud a la actualidad de la mano de las editoriales que en su caso es el colmo de los colmos: el colmillo. Decía el sabio vienés que una persona sana es la que puede amar y trabajar, perogrullada sin paliativos que se vuelve contra él porque la verdad es que estaba como una cabra. Y afirmaba asimismo que los niños son perversos polimorfo que necesitan las recompensas inmediatamente, no pueden distanciar en el tiempo la conquista de un objetivo con la recogida de las mieles del triunfo y de nuevo se estaba retratando porque hizo de su vida una sucesión de rupturas pueriles so pretexto de tener razón que para el progenitor del psicoanálisis es sencillamente desternillante.

Forma parte de una trilogía que le dio una patata gigantesca a la humanidad: Marx nos pintó como resultado del Deus ex machina; Darwin solo vio monos sabios entre los humanos y Freud, resortes reptilianos en nuestras ciegas conductas.

El hombre deja de creer en Dios con aquellos ilustrados y sus pelucas empolvadas y en la centuria siguiente se convierte no ya en su vástago imposible de la divinidad sino en hijo de Satanás y sus fuerzas infernales incontrolables.

Pero de eso nada. Marx no dijo más que mentiras embrolladas a partir de las series estadísticas que falsificó para que sus delirios se convirtiesen en ciencia; Darwin montó una película Disney desde lo poquísimo que entonces se sabía -ni mu de genes y no digamos del ADN- y a estas alturas su mitificado relato no explica nada de nada y Freud miró al pozo más oscuro de su alma, vio cosas horribles y creyó que era así todo el mundo o, mejor dicho, se convenció de que no era un monstruo alegando que todos los éramos. Y convenció a la humanidad de su interesa interpretación.

Conclusión. El capitalismo derrota a Marx; la vida, al determinismo simplón de Darwin y la gente que puede amar y trabajar al acomplejado Freud que en eso sí estuvo atinado.

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