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Pedro de Silva

Nuestro hombre en La Habana

En la novela de Graham Greene del que tomo el título, un falso espía logra colarle al MI6 como planos de bombas diseños de la aspiradora a cuya venta se dedica. Si Francisco no fuera jesuita, y encima argentino, el gobierno castrista le colaría como Habana el recorrido por algunas calles repintadas. Si le dejaran patear las calles a solo 50 metros de las que recorra ya no habría riesgo alguno, incluso aunque no fuera jesuita, de que ignorara la devastación. Otra cosa será que Francisco, aun sabiendo lo que hay, disimule por pura (y entendible) conveniencia, para tratar de salvar sus trastos, o sea, los restos de una Iglesia católica que en la Isla está siendo lentamente devorada por la santería. El viaje será un éxito diplomático y abrirá algún ventanuco en el techo, pero la apertura no vendrá de ahí, sino de Internet, la droga más codiciada, a 3 dólares la hora y con interrupciones.

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