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Las arriesgadas apuestas de Tsipras

Las elecciones griegas de hoy culminan ocho meses de promesas, desafíos, derrotas y juegos de manos

El líder izquierdista griego Alexis Tsipras se enfrenta hoy a unas elecciones que desvelarán el recorrido que le queda al complejo entramado de promesas, desafíos y juegos de manos en el que lleva embarcado desde que, en junio de 2012, perdió las segundas legislativas de ese año por apenas tres puntos ante los conservadores de Nueva Democracia. Tsipras se enfrentará al veredicto de unos electores desilusionados por el fracaso de su pulso con Alemania y el resto de acreedores internacionales. Unos electores que no han acabado de entender muy bien cómo se pasó del 60% de noes del referéndum de julio a la inmediata firma del tercer rescate. El veredicto llegará, además, en un marco presidido por el mantenimiento del corralito bancario y por la explosión de la riada de refugiados sirios que a diario desembarcan por millares en territorio heleno y abonan el huerto neonazi de Amanecer Dorado. Un cuadro complejo, pues, que se traduce en un empate técnico en las encuestas e impide saber si mañana Grecia se despertará conservadora, izquierdista o abocada a un Gobierno de concentración.

Tsipras inauguró su mandato en febrero con la pesada carga de haberse impuesto en los comicios con un catálogo de noes. No a las condiciones pactadas en 2012 para el segundo rescate, no a la austeridad, no a los recortes sociales, no al pago íntegro de una deuda inasumible. Él era el mago rojo destinado a liberar a Grecia de la dictadura de los mercados, quintaesenciada en la canciller Merkel y en Wolfgang Schäuble, su siniestro ministro de Finanzas, a quienes no ha dudado en recordar que dirigen el mismo país que tan solo unas décadas atrás comandaban los nazis que ocuparon Grecia. Toda una batería artillera a cuyo frente colocó a una estrella mediática, Yanis Varufakis. Un heterodoxo ministro de Finanzas que se desplazaba en moto, gustaba a muchas mujeres y a no pocos hombres, y se revestía de la autoridad que desprenden los claustros universitarios anglosajones.

Siguieron cinco meses apasionantes de cuyo desenlace dependía en parte, para desgracia de Tsipras, la proyección política real de todo un enjambre de movimientos de "indignados", con el meteórico Podemos de Pablo Iglesias a la cabeza. Cinco meses de desafíos de David y amenazas de Goliat que, al final, se saldaron con lo que economistas de izquierda santificados por la academia sueca, como Krugman y Stiglitz, calificaron de golpe de Estado financiero: el corralito de finales de junio. Tsipras, privado por el euro-marco de la potestad de acuñar moneda, uno de los atributos inmemoriales de los señores, había perdido la batalla.

Es entonces, estamos a principios de julio, cuando el derrotado líder izquierdista griego se ve obligado a diseñar una doble jugada que muchos de sus electores todavía no han acabado de entender o digerir. Tal vez porque no están familiarizados con el concepto de plebiscito. Tsipras acepta la última propuesta de los acreedores, pero solo para tener un texto que someter a un referéndum en el que, por supuesto, hace campaña por un no que acaba siendo la opción escogida por el 60% de los votantes. Y, acto seguido, respaldado por el fervor popular, vuelve a la senda que abandonó en febrero y firma el tercer rescate. Ochenta y seis mil millones de euros en tres años, sembrados de claroscuros, que por lo menos le garantizan una asistencia financiera a medio plazo que incluye el saneamiento de la banca griega. Además de cerrar el angustioso periodo de inyecciones puntuales destinadas a saldar tan solo el siguiente vencimiento de deuda. Sin olvidar, y no es lo menos importante, la escisión que la firma del rescate provoca en el interior de Syriza. Una ruptura que le permite desembarazarse del ala más radical de su partido y, de paso, le deja en minoría. O, lo que es lo mismo, le obliga a dimitir y convocar unas nuevas elecciones, las cuartas desde mayo de 2012, de las que, en el caso de imponerse, saldrá revestido de autoridad plebiscitaria. Listo para gestionar la nueva etapa y, tampoco esto es lo menos importante, para gobernar Grecia sin tener que consumir buena parte de su energía en la lucha con los acreedores.

Solo las urnas dirán si durante los ocho meses transcurridos desde las elecciones de enero Tsipras, que el viernes estuvo respaldado en Atenas por Iglesias, ha pilotado el bólido griego con la destreza suficiente para seguir a sus mandos tras haberlo llevado en una dirección bien diferente a la prometida. Si lo consigue, habrá abierto una vía izquierdista de acceso al Gobierno que, sin ser nueva, no ha sido excesivamente frecuentada en la Europa de las últimas décadas. Si, por el contrario, da en fracaso, habrá recortado muchas alas y unos cuantos discursos indignados.

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