Temprano, desde la niñez, ir a Baiona y caminar al Rompeolas ha sido un acontecimiento. Para mí y para cientos de miles de vigueses, de gente del resto de España y del extranjero. A pie, en bicicleta, en moto o en coche?ir y sentarse para observar el desafío de las olas contra las rocas incita a una auto-reflexión. Solo o en compañía, caminar es el modo más excitante. El escenario, frente a la inmensidad del océano Atlántico, de belleza única, invita al análisis de la furia de las olas y de la resistencia de las rocas, del símbolo de lo que se quiere alcanzar y de los obstáculos a abordar. El Rompeolas de Baiona impresiona la primera vez, permanece en nuestra sensibilidad para siempre.

Volví a Baiona en agosto. El dueño de un café que he frecuentado me advirtió que la carretera al Rompeolas había sido pavimentada y que luce espléndida y con una amplia acera "para caminar".

En efecto, el pavimento de la carretera luce excelente. Asfalto fresco y perfectamente nivelado, relieves incrustados para separar la carretera y la zona históricamente usada por peatones. Al comienzo, a la izquierda, obreros municipales trabajaban tras un camión formando el molde para pavimentar otra nueva acera.

Primera sorpresa: cada cuantos metros aparece pintado en el pavimento de la acera a la derecha el dibujo de una bicicleta; símbolo de exclusividad. Como no hay otra acera, a la subida y a la bajada mi pareja y yo y cien turistas usamos la "nueva" acera, compartida también por cien ciclistas e incluso por varios motociclistas. El tráfico mixto producía una circunstancia muy peligrosa para la seguridad de todos los usuarios. Buen número de ciclistas nos increpaban con frases como "¡Hijos de p---, apartaros!", "¡Me cago en ----, dejarnos pasar!" Solo un ciclista, cincuentañero, hizo sonar el timbre para pedir paso. Dos matrimonios extranjeros expresaron en alta voz su ignorancia sobre el significado de aquellas frases tan amenazantes, expresadas a grito pelado por ciclistas, y preguntaban qué querían decir. Cuando les traduje algunas de las frases al inglés se mostraron perplejos no sabiendo si criticar las groserías e irrespetuosidad de los ciclistas o la negligencia de las autoridades al no estructurar y señalizar propiamente esa zona de la carretera. Para colmo, automóviles, camiones y motocicletas rodaban a velocidad de carretera abierta, mucho más aprisa de los 40 kilómetros/hora que protegerían la integridad física de todos los usuarios. Y ciclistas, motociclistas y peatones se mezclaban peligrosamente sobre una acera que, por mérito, debería ser exclusivamente peatonal: directa vista al mar, sin obstáculo para detenerse y para fotografiar (perpetuar) el espectáculo.

De regreso, casi al final de la cuesta, me aproximé a dos de los obreros municipales que trabajaban modelando la nueva acera. Durante y al final de mi narración de lo sucedido, ambos coincidieron en una censura: "Sí, hay gente muy maleducada". Estuvieron de acuerdo también en que la situación podía evitarse. Y nos informaron de que trabajaban en lo que supuestamente será "la acera para peatones", es decir, incomprensiblemente distante de la vista y ésta obstruida por el tráfico veloz.

Ni en el mencionado tramo de carretera Baiona-Rompeolas ni en los alrededores tuve la suerte de encontrar una autoridad municipal con quien comentar mis observaciones (por eso lo hago desde FARO).

Ni el conductor del autobús a Vigo pudo aclararme por qué todavía no existe una parada precisamente a la cima, en donde ya generosamente han sido instalados una mesa y bancos de piedra para que el peatón se siente para asimilar aún mejor la exquisita belleza del paisaje.

Es decir, volver a visitar Baiona y caminar al Rompeolas sigue causando exquisito placer?pero hay que hacerlo?¡con cuidado!