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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

La vida en blanco y negro

La televisión estatal acumula un tesoro documental extraordinario. Sobre todo de la época en que era la única autorizada. Una situación de privilegio que abarca desde la dictadura hasta los gobiernos de Felipe González, que fue quien abrió la vía a las emisoras privadas. El 28 de octubre de 1956 se iniciaron las retransmisiones y las imágenes llegaron con grandes deficiencias solo a algunas zonas de Madrid y a las pantallas de las pocas personas que pudieron permitirse el capricho de adquirir a precios desorbitados unos aparatos de muy escasa calidad.

La ceremonia de inauguración fue presidida por el ministro de Información y Turismo Gabriel Arias Salgado, un hombre de arraigadas convicciones religiosas y furibundo anticomunista al que se atribuye haber dicho en público que el líder soviético José Stalin había intentado reunirse con el Diablo en un profundo pozo de una mina siberiana para trazar planes sobre la dominación del mundo. Lógicamente, con personas de semejante mentalidad al frente de la institución, los contenidos no eran demasiado atractivos. Pese a todo, la novedad del nuevo medio de comunicación atrajo pronto al público, el radio de acción se fue ampliando, y el régimen entendió enseguida que podía ser un eficacísimo medio de propaganda a su servicio. Sobre todo, contando con que la afición de los españoles a los partidos de fútbol y a las corridas de toros pudiera servir de catalizador de una opinión pública a la que había que mantener distraída de otros asuntos. El año 1959 se inauguraron los estudios de Miramar en Barcelona (una alternativa a Madrid) y ese mismo año se retransmitió en directo el primer Barça-Real Madrid, un encuentro que ya entonces pasó a denominarse el "partido del siglo". Prescindiendo de su utilización política por la dictadura, y de la vomitiva exaltación de la figura del general Franco, el fondo documental de la Televisión Española es extraordinario y de obligada consulta para quien quiera estudiar cómo se desenvolvía la vida en aquellos años oscuros. Digo lo que antecede porque hace unos días pude ver en la cadena estatal la retransmisión de un partido entre el Atlético de Madrid y el Athletic de Bilbao jugado muchos años atrás. No puedo concretar la fecha porque cuando me senté frente al televisor ya había comenzado la filmación, pero por la identidad de los futbolistas (Rivilla, Grifa, Calleja, Luis, Garate, y Ufarte entre otros por el equipo madrileño e Iribar, Aguirre, Arieta, Etcheberria, Orue, etc. por el equipo bilbaíno), calculo que pasaba de los cincuenta años. El partido se jugó de noche bajo la iluminación eléctrica una noche fría de invierno y llegó a las pantallas en blanco y negro.

Nada comparable con la calidad de imagen de los modernos televisores, pero el ritmo de juego de dos equipos lanzados al ataque me entretuvo mucho más que los aburridísimos bloqueos tácticos al uso, en los que solo de tarde en tarde el fogonazo de una acción inspirada rompe la monotonía general. Estuvo espléndido Iribar, agilísimo dominador del área, pese a los tres goles encajados. Y veloces y afilados como cuchillos, Luis y Ufarte, un pontevedrés recriado en Brasil, a quien se consideraba heredero del legendario Garrincha, quizás el mejor regateador de la historia del fútbol.

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