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Daniel Capó FdV

las cuentas de la vida

Daniel Capó

Las palabras cuentan

Leo en la revista "The Atlantic" que algunas ciudades de los Estados Unidos han puesto en marcha un programa enfocado a reducir el dramático abismo lingüístico que media entre los niños pertenecientes a familias de clase alta o media-alta y el resto. Desde que Betty Hart y Todd R. Risley publicaron en 1995 "Meaninguful Differences", los estudios sociológicos no han dejado de confirmar que, cuantas más palabras escucha un niño en sus primeros cinco años de vida, mayores probabilidades tiene de terminar el bachillerato y de estudiar una carrera universitaria. Los informe PISA han constatado que el indicador más fiable del éxito académico consiste en saber si los padres han leído en voz alta a sus hijos de forma habitual -al menos cuatro veces a la semana- antes de iniciar la escolarización obligatoria, esto es, a los seis años. Las razones pueden ser diversas, pero el hecho es que la riqueza del vocabulario cuenta (y mucho) en el futuro de las personas.

El niño que ha crecido en una familia poco implicada en su educación escucha una media de seiscientas palabras por hora, frente a las más de dos mil que escucha el de una familia donde se lee diariamente a sus hijos. De acuerdo con "The Atlantic", a los cuatro años el primer niño contará con un vocabulario de tres mil palabras, frente a las veinte mil del segundo. No se trata solo de cantidad, sino que también hay un sesgo cualitativo: una mayor riqueza verbal coincide con el conocimiento de más construcciones sintácticas, una mejor comprensión lectora y, seguramente, una más elevada capacidad de atención. Los seguidores de las escuelas Montessori o Waldorf suelen referirse a la importancia de lo que llaman "la pedagogía de la escucha": el placer de la narración, de los relatos orales y de los cuentos populares asienta la aptitud lingüística de los niños, además de enriquecer su imaginación moral.

Pueblo del libro por antonomasia, los judíos saben desde hace milenios que las palabras constituyen el mejor legado que unos padres pueden dejar en manos de sus hijos. Frente a esta evidencia, sorprende que en un país como el nuestro, definido por la magnitud estadística de su fracaso escolar, las autoridades educativas no remedien el notable déficit lector de los alumnos. En España se lee poco y mal. Quiero decir que se lee poco en las casas y se lee poco por lo general en los colegios. Las estadísticas bibliotecarias apuntalan estos malos datos en comparación con los países de nuestro entorno. Sin hábito lector, la curiosidad y la investigación se ven sustituidas por el sucedáneo de la respuesta memorizada; la comprensión cae y la capacidad de argumentación se debilita. Pensar que el uso de tabletas en el aula, las pizarras digitales o unos horarios escolares más amplios puedan suplir los beneficios de la lectura no deja de ser una ingenuidad asombrosa. Mientras que en infantil se siguen vendiendo programas para estimular la inteligencia de muy dudosa eficacia -o, al menos, poco contrastados científicamente, como sería el caso de la obsesión por la psicomotricidad-, el fomento de la lectura en voz alta permanece arrinconado en el desván de los olvidos. Los resultados académicos posteriores corroboran al milímetro este desinterés.

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