Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Una empresa que funcionaba como un reloj

A finales de los años cuarenta, esta ciudad contaba con muchas pequeñas fábricas: de tejas, pinturas, espejos, lejías, tejidos, juguetes, gaseosas, refrescos, caramelos y otros productos. Pero no eran industrias propiamente dichas; no pasaban de modestas empresillas familiares.

La Cros supuso de verdad el inicio de la industrialización de Pontevedra, con permiso de Talleres Pazó, hasta entonces la empresa más importante y con más trabajadores. Tafisa, Celulosas y Pontesa llegaron luego.

Erundino Lorenzo Rey, jefe de almacén desde que se abrió hasta que se cerró la fábrica, aún guarda un recuerdo muy cercano y nítido de La Cros. En razón de aquel puesto de trabajo y también como vocal sindical en representación del personal técnico y administrativo, conocía bien su clima laboral.

Un silbato ensordecedor marcaba el horario de trabajo de ocho horas diarias: de ocho a una, por la mañana y por la tarde de tres a seis, más treinta minutos a media mañana para tomar el bocadillo. Tres retrasos mensuales a la hora de entrada suponían la pérdida de un día de paga.

El personal llegaba a la fábrica andando o en bicicleta; las motocicletas aún tardaron un poco. Solo los que vivían cerca iban a comer a casa; los demás llevaban su almuerzo en tarteras y comían por los alrededores.

La fábrica funcionó como un reloj; sobre todo desde que se estableció un plan de organización y racionalización del trabajo. A partir de entonces se minutó cada operación y el nivel de exigencia se incrementó mucho. Pero obligó a todos por igual, desde el propio director hasta el último obrero.

La Cros pagaba unos salarios muy aceptables en comparación con los sueldos públicos. Por ejemplo, Erundino Lorenzo Rey ganaba como maestro 450 pesetas mensuales, y cuando dejó la enseñanza para trabajar en la fábrica como jefe de almacén pasó a percibir 1.200 pesetas. Casi el triple.

El esfuerzo en el trabajo tenía su recompensa como prima de producción, en tanto que el retraso sufría la penalización correspondiente y menguaba el sueldo.

A pesar de que el proceso de producción conllevaba bastante peligrosidad, nadie recuerda un accidente grave en toda su historia. Solo los peces del río Alba resultaron víctimas propiciatorias de algunos escapes tóxicos.

Sorprendentemente cuando el Ayuntamiento aplicó a mediados de los años sesenta el nuevo Reglamento de industrias molestas, nocivas, insalubres y peligrosas, declaró La Cros como "molesta y peligrosa", un grado más alto que la propia Celulosas, que pasó por la calificación de "molesta y nociva".

La Cros fue cosa de hombres; allí no trabajó nunca una mujer. A pesar de la exigencia en el trabajo, el mal rollo nunca prevaleció y la fábrica dejó un recuerdo bastante grato entre el personal.

Un buen número de ex trabajadores mantuvieron sus encuentros anuales en Pontevedra durante muchos años para recordar los viejos tiempos. Las partidas de dominó resultaban imprescindibles después de aquellos fraternales almuerzos. Hasta el director rivalizó con Erundino Torres a golpe de ficha sobre la mesa entre gran expectación de los asistentes.

Compartir el artículo

stats