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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Los ayatolas ya son de fiar

Apenas un mes después de que Estados Unidos haya sacado a Irán del registro de países gamberros, tres ministros españoles andan ya por Teherán a la búsqueda de contratos. El negocio es el negocio.

El de los ayatolas es un país en el que se mata a pedradas a las adúlteras, se ahorca a los gais por el mero hecho de serlo y el régimen condena a las mujeres a convertirse en meras "máquinas de parir". Esto último según la definición de Amnistía Internacional.

Ninguna de esas y otras muchas atrocidades ha disuadido al Gobierno de enviar a los ministros de Exteriores, Industria y Fomento a Irán para que sondeen las oportunidades de inversión que pudiera haber en la dictadura fundada por Jomeini. Motivos no le faltan, si se tiene en cuenta que el régimen iraní va a gastarse, de entrada, 323.000 millones de euros en la construcción de carreteras, puertos, aeropuertos y toda suerte de infraestructuras.

Entre los encargados de buscar ese alpiste para las empresas españolas figura la ministra de Fomento, Ana Pastor, que se vio obligada a usar el velo de reglamento con el que todas las mujeres -sean iraníes o gobernantas invitadas- deben cubrirse allí la cabeza. Pastor quiso rebelarse un poquito dejando caer la pañoleta como quien no quiere la cosa; pero su acto de insurgencia no duró mucho. Uno de los encargados del protocolo iraní le hizo notar su descuido: y tanto ella como las periodistas españolas que cubrían la información obedecieron con diligencia las instrucciones islámicas.

Nada más lógico si se tiene en cuenta que el dinero es el que manda. Irán viene siendo, más o menos, el cuarto productor de petróleo del mundo y, por si eso fuera poco, el que mayores reservas de crudo atesora bajo su suelo. Argumentos suficientes para que incluso una ministra desista de soltarse el pelo, si eso supone infringir las costumbres de sus anfitriones.

Siempre habrá quisquillosos que se escandalicen, pero en realidad esto ya había ocurrido antes en Guinea Ecuatorial. Olvidada durante decenios, la antigua colonia española pasó a despertar un súbito interés tras el hallazgo de una inmensa bolsa de crudo que convirtió a ese país en la tercera potencia petrolífera de África.

Políticos e inversores de todo el mundo -incluyendo a España, como es natural- descubrieron entonces que el déspota Teodoro Obiang no era tan malo como parecía. Bien al contrario, su nueva condición de presidente de un país que rebosa petróleo obró el milagro de convertirlo en un hombre de Estado al que ya se puede hablar y hasta abrazar. Prueba de ello fueron las visitas que el entonces ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, el presidente del Congreso, José Bono, y representantes de casi todos los partidos españoles giraron a la redescubierta Guinea.

Más o menos eso es lo que ocurre ahora con el Irán de los ayatolas, bendecidos por el rey del mundo, Barack Obama, a cambio de su promesa de renunciar a la fabricación de una bomba atómica.

Liberados de las sanciones que les impedían comerciar con su abundante petróleo, los clérigos de la antigua Persia han pasado a ser gente de lo más respetable. Tanto como para que tres ministros de España compitan con sus colegas de Alemania, Reino Unido y Francia en la carrera para obtener contratos de los ayatolas. Y si hay que ponerse el hiyab, o lo que haga falta, nos lo ponemos. La ministra Pastor puede dar fe.

stylename="070_TXT_inf_01">anxel@arrakis.es

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