Pues la verdad es que, dicho sin pizca de mala intención -ni de hacer juegos de palabras-, a estas alturas y a la vista de cómo parecen ir las cosas, quizá procedería que las Mareas y Podemos dejasen de darle más vueltas a su posible alianza. Y así, aparte de no "marear" más la perdiz electoral que pretenderían cazar entre ambos si llegan a un acuerdo, evitarían volver locos a los cada vez menos -al decir de los sondeos- gallegos interesados en su pacto.
Conste que ahora mismo lo único que parece claro es que el objetivo de los diálogos entre ambas fuerzas no es elaborar un programa común y ni siquiera un catálogo básico de principios a los que habría de ajustarse, sino decidir qué tipo de coalición harían y sobre todo, bajo qué nombre y orden de fuerzas. Luego vendría supuestamente lo de la confección de las listas y algún que otro lío a la hora de elegir los candidatos y situarlos en orden.
Claro que, tal como dijo el maestro Ortega y Gasset -uno de los firmantes del Pacto de San Sebastián que la hizo posible- ante los primeros disturbios de la II República, "no es esto, no es esto". Adaptada la frase a este tiempo y necesidades. equivaldría a insistir en que lo que precisa el país es algo más que una sopa de letras o una declaración de intenciones: lo que exige el momento son medidas para mejorar la vida y hacienda del personal.
(En esa línea, y como prólogo, no estorbaría que los interlocutores, si se les puede llamar así, aclarasen qué tienen en común grupos en apariencia tan diferentes como las Mareas -también distintas entre sí- y Podemos, salvo, claro, un difuso propósito de cambiar el mundo empezando por el sistema. Pero, por el momento, sin especificar ni cómo ni qué otra fórmula habría que adoptar.
Y no es un asunto menor. El partido de Pablo Iglesias ha cambiado en menos de tres meses de propuestas y modelos -la última vez, con giros en apariencia desesperados para coincidir con el griego Tsipras- sin que se sepa bien cuál es ahora la que asume. Y Mareas tiene una oferta para cada una de las ciudades del país, pero no se conoce, al menos con seguridad, qué plantea para Galicia y en qué marco estatal la encajaría.)
Expresar estas opiniones, que -naturalmente- no tienen por qué compartirse, supone el riesgo, relativo, de incurrir en las iras de unos y otros. Que sí coinciden en que les gustan poco los puntos de vista que no conectan con los suyos y suelen caer en la antigua tradición de apelar a conspiraciones mediáticas o conjuras del capitalismo o, en la orilla de enfrente, de los famosos judeo masones. Pero convendría que alguien eliminase ya las incógnitas. Por el bien de todos.
¿O no?