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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Galicia echa a volar

Como no todo va a ser vender ropa y marisco, el Gobierno de Galicia se ha propuesto convertir a este reino en una potencia aeronáutica dentro del subsector de aviones no tripulados (o drones). Los gallegos nos pasamos el día mirando a las nubes, de modo que la idea no puede ser más feliz.

No es la primera vez -ni acaso la última- que aquí se pretende hacer realidad el viejo sueño de vivir del aire. Años atrás, por ejemplo, los montes galaicos se poblaron de molinos como los del Quijote, instalados con el propósito algo mágico de ordeñarle kilovatios al viento. Fue así como este esquinado lugar, tan alejado de La Mancha, llegó a convertirse en una de las primeras potencias eólicas de la Península y aun de Europa.

Por desgracia, el negocio de las energías renovables dejó de serlo, frustrando con ello la conversión de Galicia en un paraíso de la ecología y el kilovatio limpio.

De aquella experiencia podría aprovecharse, sin embargo, la industria de facturación de aspas nacida aquí al calor de los molinillos. Tripulados o no, los aviones cuya fabricación quiere favorecer la Xunta necesitarán hélices, que bien podrían manufacturarse en las factorías que antes surtían a los ingenios de viento. Por no hablar del pequeño pero prometedor grupo de industrias aeronáuticas gallegas que ya fabrican componentes para algunos de los aviones que surcan esos cielos de Dios.

Escépticos como somos por aquí, quizá nos cueste creer que Galicia vaya a reconvertirse en potencia del aire con sede en un aeródromo de Lugo. Pero tampoco nadie pudo imaginar hace tres décadas que allá por Arteixo iba a nacer un gigante mundial de la producción, distribución y venta de ropa. O que en O Porriño surgiría una industria de la farmacia capaz de extraer del mar productos ya patentados para el combate al cáncer y otras enfermedades.

En lo de echarse a volar, la Galicia que siempre anda entre las nubes y el cocido tiene incluso más antecedentes que en el ramo de la costura o la botica.

No solo se trata de que contemos con la patente de los nubeiros: esos trasgos voladores que andan enredando entre los nimbos y gozan del poderoso don de desatar las tormentas a su antojo. Por si eso no bastase, de aquí salieron también algunos de los pioneros de la aviación en los comienzos del siglo XX. Gente como José Piñeiro, que financiaba sus aparatos con las ganancias de una fábrica de gaseosas e inventó la acrobacia del "vuelo de la gaviota", consistente en tocar el mar con el ala del avión y salir pitando hacia arriba.

Gallego -y de Lalín- fue igualmente Joaquín Loriga, piloto que tomó los mandos en el vuelo inaugural del autogiro de Juan de la Cierva y aun alcanzaría mayor fama como integrante de la tripulación del primer vuelo entre Madrid y Manila. A la nómina hay que agregar todavía al as de la aviación Ramón Franco -hermano de otro Franco más famoso- que en una pirueta de lo más galaica pasó de republicano insurgente y anarquista a combatir en las filas del Ejército sublevado. Los gallegos somos así e incluso más raros cuando nos da el aire.

Tan copiosos precedentes invitan a recibir con optimismo -todo lo cauto que se quiera- el proyecto de hacer de Galicia una referencia en el negocio de los drones que la Xunta se dispone a afrontar en los próximos meses. Nada más lógico en un país dado al encantamiento, donde todo va por el aire y vuelve por el viento.

stylename="070_TXT_inf_01">anxel@arrakis.es

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