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Ceferino de Blas.

Los nuevos antitaurinos

De las más de dos mil conferencias que se impartieron en el foro de este periódico, desde 1993 a la actualidad, solo una se suspendió por la protesta de un grupo contestatario. Hablaba el torero Paco Camino sobre tauromaquia. El grupo irrumpió en la sala al grito de "el mejor torero es el torero muerto".

Hubo otros intentos de boicotear los actos. Por ejemplo, la charla de Francisco Franco Martínez-Bordiu sobre su abuelo, que se interrumpió media hora, pero que reanudó el nieto del general cuando pudo continuar o la protesta contra el embajador de Israel, que quedó en conato.

También quisieron boicotear a Ana Botella, introducida por Mariano Rajoy, cuando Aznar estaba a punto de llegar a La Moncloa. Un grupo de sindicalistas no la dejó hablar hasta que el conselleiro José Cuiña pactó con ellos.

Pero solo consiguieron su propósito los antitaurinos.

El vendaval de protestas que se producen en los últimos tiempos, con prohibiciones explícitas de las corridas de toros a golpe de imposición o de legislación territorial, no se había visto hasta ahora.

Aunque el movimiento antitaurino es antiguo. Tanto que este periódico, siguiendo a otros colegas de la región, ya en el ultimo tercio del siglo XIX se manifestó varias veces contrario a los toros.

Y si el Faro se pronunció en ese sentido, por la simbiosis que existe entre la sociedad viguesa y el periódico, acrisolada a lo largo de ciento sesenta años, habrá que convenir en que el pueblo vigués, en general, no es taurino.

Puede alegarse que, en otras oportunidades, el decano condescendió con los toros. Así ocurrió, cuando en Vigo se construyó una plaza (1896) donde se celebraron algunos festejos, pero entre la guerra de Cuba y que el coso no resultaba rentable, desapareció la Sociedad Taurina Viguesa. En 1901, se disolvió la sociedad, según testifica el cronista oficial, Rodríguez Elías.

Más que fomentar las corridas, el periódico favoreció un proyecto que consideraba beneficioso para la ciudad, como siempre ha hecho cuando se trata de los intereses generales locales. Pero una vez que dejó de tener interés empresarial, declinó en su apoyo. Y ya no hubo más toros en Vigo, salvo unos intentos en los pasados años cincuenta.

La disparidad de criterios entre defensores y detractores data al menos del siglo XVIII, y se ha basado en argumentos, como si se tratase de un debate de ideas. Ambos exhiben razones para defender su postura, que nunca trató de imponerse por la fuerza.

Desde el comienzo de la polémica, taurinos y antitaurinos han argumentado sus posturas. Unos alegan que es una representación bárbara, en la que impera el maltrato y la crueldad, y otros refutan que la tauromaquia es una tradición secular, un gran espectáculo y un arte, en el que se han inspirado poetas y pintores. No existe mejor remate para la vida de un animal bravo, que ha vivido en libertad, que una plaza de toros, enfrentado a la habilidad y al valor de un diestro. Nada que ver con la situación de los animales para consumo encerrados en granjas.

Pero ocurre que mientras en el pasado las razones contra la tauromaquia se basaban en exclusivos principios de humanidad, ahora se han mezclado cuestiones de identidad. Es decir, los nacionalismos. Se interpretan las corridas como la expresión racial españolista. De ahí la campaña contra los anuncios de los toros de Osborne de las carreteras.

Desde entonces se ha endurecido la contestación. Los nuevos antitaurinos, los animalistas, se manifiestan con violencia extrema, casi revolucionaria, que argumentalmente no se corresponde con la causa que pretenden perseguir, en teoría más próxima al pacifismo. Por su parte los antiespañolistas rondan la incongruencia cuando prohíben por decreto los toros y mantienen los "correbous", aún más salvajes.

Se puede defender cualquier objetivo con argumentos e inteligencia. Nunca con la imposición ni la violencia, entre demócratas que admiten el principio de que el fin no justifica los medios.

Los nuevos ayuntamientos han traído a pueblos y ciudades la polémica de los toros. En casos excepcionales, como en San Sebastián, la nueva corporación ha recuperado la tradición, pero la mayoría, como en A Coruña, quiere acabar con ella.

Por fortuna, por la práctica no taurina de generaciones, Vigo se salva de estar en el huracán de la polémica. Es una suerte, porque evita crispación a una ciudad que avanza en la templanza. Ya se vio como recibieron a Paco Camino los antitaurinos locales.

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