Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

De la libertad

El Derecho como idea central de civilidad y elemento útil frente al capricho

Cumplir la ley es un requisito para la convivencia civilizada y libre, incluso justa. Vulnerar la ley imponiendo a los demás la arbitrariedad de nuestro capricho es radicalmente antisocial y antidemocrático. Somos esclavos de la ley para poder ser libres, decía Cicerón.

Cada vez que alguien pretende desligarse de las leyes, para hacer su voluntad sin respetar la de los demás, incurre en dos errores imperdonables. El primero es imponerse por la fuerza, porque la ley es, cabalmente, respeto y argumento. El derecho establece los procedimientos para el diálogo libre sobre cualquier asunto, incluido el cambio de la ley misma. La ley se puede cambiar siempre, evidentemente, pero no se puede incumplir nunca.

La segunda es que, sintiéndose superior, piensa que puede liberarse a sí mismo mientras mantiene sojuzgados a los demás. Pero la aplicación de la ley del embudo no se sostendrá mucho tiempo, porque los demás decidirán que si vale la fuerza, vale también para ellos. El incumplimiento de la ley, la mera deslegitimación del Estado de Derecho, implica una inexorable y execrable legitimación de la violencia.

Como el roncón de la gaita, incansable, adormecedor, monocorde, insistente, parece extenderse por Europa, con eco en el castizo rezongar nacional, una nueva invitación a la locura, que no puede tener más justificación que nuestra propia iniquidad, ni admite el silencio de los juristas.

Unos y otros nos invitan a hacer lo que nos de la gana, sin respetar la ley, ni a los demás. Empezamos diciendo que la Constitución, votada entre todos, ahora no me viene bien, continuamos con que no quiero pagar impuestos pero tengo derecho a unos servicios públicos de cinco estrellas, seguimos con que aparco el coche donde me da la gana y cruzo la calzada con el semáforo en rojo y terminamos, si nos conviene, por justificar el robo y el asesinato.

Luego, para restituir el orden jurídico quebrado, se exigirá una justicia rápida. ¿Cómo de rápida? ¿Cuánto de vesania? ¿Como la de la guillotina alimentada por Robespierre, como la de los tribunales de Stalin o de Hitler, como la de Pol Pot o como la de Idi Amin Dada? Convendría pensar, supongo, por qué nuestra Constitución prohíbe los Tribunales de excepción y en qué precedentes piensa su artículo 117.6. Pero podemos afirmar, con seguridad absoluta, que los redentores sobrevenidos del nuevo orden no serán hombres de matices, porque nunca lo han sido.

Acudo una vez más, cuantas haga falta, a Abraham Lincoln que lo expresaba así en una conferencia dirigida a jóvenes de Springfield, en Illinois: "... me refiero a la creciente falta de respeto por la ley que invade el país; a la pujante disposición a que pasiones salvajes y furiosas sustituyan el sobrio juicio de los tribunales, y las masas, peores que salvajes, a los ministros ejecutivos de la justicia...Cuando a los hombres se les mete hoy en la cabeza colgar a jugadores o quemar a asesinos, deberían recordar que, en la confusión que acompaña por lo general a tales transacciones, resulta tan probable que cuelguen o quemen a alguien que no es un jugador ni un asesino como a quien lo sea, y que, actuando según el ejemplo que dan, la masa de mañana, cuelgue o queme a alguno de ellos... que todo amante de la libertad... jure... no violar nunca, en ningún aspecto las leyes del país, y no tolerar nunca su violación por parte de otros?".

Más tarde vendrán también las lamentaciones y las explicaciones. Sabremos con todo lujo de detalles por qué dejamos sola a la democracia, despreciamos el diálogo y entregamos el poder a nuestros propios asesinos. Ellos, los asesinos, tendrán la oportunidad de explicarse para mentir o redimirse; nosotros, los inocentes, tendremos la oportunidad de la revancha o el perdón, aunque no la de resucitar. La magnanimidad nos hará mejores, sin duda. Pero sería más práctico no callarnos, ser valientes.

La última broma europea fue de setenta millones de muertos, lo que pienso que dificulta asumir hoy, ante indicios repetidos, que las brújulas se magneticen y las voces se silencien. ¿Estamos locos? O es solo que, como escribió Paul Valéry, el arte de leer sin prisas y sin ser molestado, sabia y adecuadamente, que antaño respondía al esfuerzo y al celo del escritor con una paciencia de igual calidad, se está perdiendo, se ha perdido. Si es esto volvamos urgentemente a leer con calma, única prevención frente a la locura.

Según Albert Camus "...la estupidez insiste siempre, uno se daría cuenta de ello si uno no pensara siempre en sí mismo. Nuestros conciudadanos, a este respecto, eran como todo el mundo; pensaban en ellos mismos; dicho de otro modo, eran humanidad: no creían en las plagas. La plaga no está hecha a la medida del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar. Pero no siempre pasa, y de mal sueño en mal sueño son los hombres los que pasan, y los humanistas en primer lugar, porque no han tomado precauciones".

Los conceptos que permanecen hasta convertirse en clásicos no se fundan en la idea, tan perturbadora como falsa, de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Se fundan en juicios reiterados, constantes y comprobables. Porque lo que conocemos más lo hemos podido evaluar mejor y nos ofrece más confianza.

Esto es lo que ocurre con el Derecho, la idea central de la civilidad, que lo conocemos desde Roma y la experiencia lo acredita como útil frente a la imposición de la arbitrariedad o el capricho propio o ajeno.

Las plagas no son inevitables, nuestra libertad, nuestro coraje para elegir y nuestro Estado de Derecho las previenen. Tomemos precauciones, siguiendo el atinado consejo que Camus nos ofrece en "La peste". Más vale un "por si acaso" que cien "pensé-ques". Respetando a Roma, podremos atender a Atenas y a Jerusalén. Dibujaremos un destino, no sé si manifiesto, pero sí estimable y fecundo, el de Europa. Queda mucho por hacer.

Compartir el artículo

stats