Un delicioso folleto de cuarenta páginas elaborado por el legendario editor e impresor Víctor Torres sobre las fiestas de la Peregrina de 1935, que divulgó en su día el blog Vellapontevedra, resulta hoy un acompañamiento ideal para recrear aquellos días de vino y rosas hace ochenta años.

Atención a la fecha, que no está cogida al azar, sino que marcó un antes y un después. Las fiestas de la Peregrina ya no fueron lo mismo durante mucho tiempo como consecuencia de la Guerra Civil y sus negras secuelas. A partir de entonces resultaron más cortas, menos alegres y más pobres.

El folleto en cuestión resultaba un escaparate comercial muy atractivo, aunque no estaban todos los que eran por motivos obvios. Igualmente reunía un ramillete selecto de colaboradores literarios ya reconocidos o que empezaban a despuntar.

El domingo de la Peregrina, 11 de agosto de 1935, Pontevedra registró un enorme gentío. Entre tanto forastero, el marqués de Alhucemas, Manuel García Prieto, ex presidente del Gobierno, fue el visitante más ilustre que honró la ciudad con su presencia.

Desde Santiago, Vilagarcía y, sobre todo, desde Ourense llegaron trenes especiales por la actuación estelar de la Banda de Música de Rivadavia como invitada especial. Y también vinieron más coches que nunca para asistir a los toros. Esa afluencia inhabitual requirió una ordenación del tráfico por parte del jefe de la Policía Urbana, que salió airoso del envite circulatorio.

La procesión salió a las siete y media de la tarde, después de la corrida de toros que empezó a las cuatro y media, una hora imposible hoy. Y pasadas las nueve de la noche se realizó en la Alameda la inauguración de la iluminación festiva.

El hijo de Ricardo Melero, conocido industrial, disfrutó aquel año de uno de los privilegios más envidiados de la ciudad: ocupar vestido de ángel el trono de la carroza de la virgen, secundado por las hijas de otras distinguidas familias, Munaiz, Montenegro, Cot y Fidalgo, ataviadas como peregrinas.

Amén de la procesión con toda su pompa en el día grande, las cuatro patas destacadas de aquellas fiestas fueron los fuegos, los conciertos, los toros y los deportes náuticos. Cada actividad hay que revisarla en su contexto.

El gusto por la pirotecnia en todas sus modalidades era enorme y existía una gran rivalidad entre las distintas empresas. Las fiestas de aquel año empezaron con bombas y acabaron con bombas.

La traca del mediodía en la víspera de la Peregrina en la Herrería era popularmente conocida como "el gran follón" por el ruidoso bullicio a su alrededor. Ese mismo día por la noche hubo una potente quema de castillos y fuegos de aire. Uno de los platos fuertes del lunes 11 fue el concurso de madamitas. El jueves 15 no faltaron los tradicionales fuegos de San Roque. Y al día siguiente también se celebró una quema durante el festival de coros en la plaza de toros. Aquel olor a pólvora resultó en cierto modo premonitorio.

El deporte náutico, del wáter-polo al remo, mandó en aquella programación junto al tiro de pichón y al ciclismo con la prueba de cien vueltas a la Alameda. Ni fútbol, ni atletismo, ni ninguna otra especialidad.

El sábado 17 se declaró "Día de los deportes del mar" y su organización corrió a cargo del Club Marítimo, que celebró el cuarto aniversario de su fundación y abrió la jornada con un reparto de limosnas entre los pobres.

El partido de wáter-polo en As Corbaceiras a media mañana entre los principales clubs de Vigo y Pontevedra acabó como el rosario de la aurora. Cuando el marcado señalaba un 2-0 a favor de los locales surgió una considerable trifulca entre jugadores y espectadores a cuenta del pésimo arbitraje, que acarreó la suspensión del encuentro.

En la ciudad no se habló de otra cosa y la indignación estalló cuando la Federación Gallega anunció la descalificación de Pepe Rodríguez Ruibal, el mejor jugador pontevedrés, mientras el colegiado se iba de rositas.

Tanto en los pasacalles mañaneros como en los paseos de la Alameda, en la procesión, en los toros y hasta en la carrera ciclista, siempre estuvo alguna banda de música.

Además se celebró un concurso en la plaza de toros al que concurrieron cinco formaciones. "Una noche en Calatayud" fue la pieza de obligada interpretación. La banda de Meis, dirigida por el maestro Andrés Blanco, se alzó con el primer premio de 1.000 pesetas. Las bandas de voluntarios de A Lama y Arcade conquistaron el segundo (500 pesetas) y tercer premio (250 pesetas), por delante de Lantaño y popular de A Lama.

Aquel año se celebraron varias becerradas, festivales y novilladas, pero hubo una sola corrida de toros el día de la Peregrina, que atrajo a numerosos visitantes portugueses. La plaza estuvo llena.

El ganado de Indalecio García resultó malo de solemnidad; tanto que un bicho sufrió banderillas de fuego. Los toros impidieron el lucimiento de Victoriano de la Serna, Curro Caro y Félix Colomo, que estuvieron voluntariosos. Sólo pudieron lucirse en algunos lances y poco más.

Aunque las fiestas se prolongaron hasta el lunes 19, el cierre oficial de aquella programación se adelantó al domingo con la celebración especial ante el Palacio Provincial de la entrega de una bandera a la Guardia Civil en nombre de la provincia de Pontevedra. El acto revistió una gran solemnidad y congregó a numeroso público en la Alameda y Jardines de Vincenti.

La iniciativa partió del gobernador civil, Diego Fernández Gómez, quien relacionó su gesto de reconocimiento con la intervención del benemérito cuerpo en la sofocación de la revuelta surgida en octubre del año anterior.

Elena Iglesias, hija del general comandante militar de Pontevedra, actuó como madrina del acto y entregó la bandera al teniente coronel de la Guardia Civil, Ignacio Bahamonde, en presencia del general Cabanellas como invitado especial.

La ceremonia concluyó con uno de los grandes desfiles de la historia de la Gran Vía de Montero Ríos, donde participaron fuerzas de Marina, Artillería, Carabineros y Guardias de Asalto, además de la Infantería y Caballería de la benemérita homenajeada. Este broche para aquellas fiestas resultó perfecto.