Una década después de su creación, con el baile de la Calabaza plenamente consolidado y convertido en un negocio redondo, la creación de una fundación que llevó su nombre resultó mano de santo para acabar con aquellos desarreglos económicos que tanto dieron que hablar.

Como única entidad responsable de aquella gallina de los huevos de oro, se pasó de un plumazo del descontrol más absoluto a una fiscalidad regida con puño de hierro merced a esa fundación que realizó con sus pingües beneficios una encomiable labor cultural y benéfica.

José Ignacio Castro estaba allí para dar fe y desempeñó un papel destacado en su loable gestión. Hoy todavía cuenta con orgullo como en alguna edición llegaron a obtenerse unos beneficios líquidos de medio millón de pesetas después de pagar todos los gastos hasta el último céntimo.

Tanto dinero aportó una notable vida cultural a Marín por medio de conferencias, representaciones teatrales, conciertos y libros para la Biblioteca Municipal. Gracias a una beca de la fundación Calabaza pudo Manuel Villanueva terminar sus estudios y convertirse en catedrático de Geografía.