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De vuelta y media

El baile de la Calabaza

Una pandilla de universitarios de Marín promovió en 1964 este evento que marcó una época inolvidable en El Vergel

Después del baile de la Peregrina, que en la época dorada del parque de verano de Mollabao "era el mejor lugar de Europa para cenar", según atinada sentencia de Rafael Sáenz-Díez que sabía bien lo que decía, el baile de la Calabaza de Marín en el parque de El Vergel fue otro evento magnífico aunque en versión junior, que trascendió el ámbito local y propagó su fama a parte del extranjero.

El baile de la Calabaza se forjó en el verano de 1964 entre los cachorros de familias de toda la vida de Marín. Aquel divertimento vacacional no paró de crecer con el paso del tiempo, hasta que generó la fundación Calabaza, de recuerdo igualmente gratísimo por las incontables actividades que promovió con las ganancias obtenidas.

Hace cincuenta años las discotecas y los pubs brillaban por su ausencia. Solo estaban las verbenas y los guateques para aprender a bailar y empezar a tontear. Aquel baile fue otra cosa distinta, de rango superior y hasta entonces inexistente.

Probablemente un toque de glamour facilitó su irrupción con buen pie entre una juventud universitaria que apuntaba alto y buscaba un espacio a su medida para el sano divertimiento. Allí se ligó mucho, con atrevimiento y desparpajo pero siempre con estilo, y se iniciaron no pocos noviazgos que acabaron bien, o sea en boda, aunque luego también llegaron algunas separaciones.

"El baile empezará a las once y tres minutos de la noche y ¡cuidado! porque si llega usted más tarde? también podrá entrar".

Así terminaba la chistosa invitación elaborada para el I Gran Baile de la Calabaza que hoy se guarda como oro en paño. La cita estaba fijada para el 1 de agosto de 1964 en el "paradisíaco" parque El Vergel, "si el cheiro de Celulosa lo permite".

El tarjetón advertía con respecto a la etiqueta para tamaña ocasión que "el baile será de semi-gala, o sea, calcetines nuevos y corbata". La gente entendió el mensaje y se esmeró mucho con una indumentaria muy formal.

El Vergel vistió sus mejores galas y el parque lució una espléndida iluminación en una noche tirando a fresca, pero apacible.

Alicia González Costa tuvo el privilegio histórico de ejercer como madrina del evento naciente y recibió como presente una calabaza de plata. Mariví Pérez Martín, María Eugenia González Alonso, María Isabel Sancho Casas, María Amalia Santiago Fernández (todas de Marín), y Cristina Quintela Costa y Mary Costa Lourido (de Vilagarcía pero con familia arraigada en Marín), formaron su corte de honor. Todas asistieron escoltadas por sus respectivos acompañantes impecablemente vestidos con el perceptivo esmoquin y la clásica pajarita negra.

Tampoco faltó el obligado pregón que escribió Manuel Blanco y que a mitad de la fiesta leyó Leonardo Rosales. Un pregón que cincuenta años después se antoja bastante melindroso y más formal que desinhibido.

"Primero fue una sencilla idea, una pequeña y sugestiva llama nacida al calor de una tertulia. Después, al amparo de nuestro entusiasmo, el naciente fuego pronto avivó y tomo forma? Que esta noche sea la cumbre de nuestras vacaciones, olvidadas ya las fatigas pasadas y lejanas todavía las futuras? Que se llene el aire de afecto, de comprensión, de sinceridad, de confianza y de amor. Que no seamos, en fin, uno todos sino todos uno? Que el próximo curso colme a todos de éxitos y entonces en el verano de 1965 celebraremos de nuevo nuestra fiesta con mayor realce".

La parte musical corrió a cargo de Los Tesseos, grupo integrado por cuatro estudiantes compostelanos; Los Juniors, formado por aficionados marinenses que pusieron toda la carne en el asador para no quedar mal ante su público, y el peso de la fiesta recayó en Los Players, conjunto músico-vocal de cierto prestigio y largo recorrido.

Los organizadores repartieron más de mil invitaciones gratuitas entre el estamento universitario. Ahí estuvo el gran error de esta primera edición: en la entrada gratuita al parque. Porque si bien la cita resultó un éxito de público, la parte económica dejó algún agujero abierto de incierta consideración. De modo que la entrada gratuita se suprimió desde el año siguiente.

La fastuosa leyenda que envuelve al baile de la Calabaza asegura que para sufragar aquella primera edición tuvo que poner dinero de su bolsillo Quico Salazar, el joven más pudiente del grupo promotor. Al volante de su imponente Renault Alpine, Quico fue la envidia de su generación y enseguida promovió el Sexto Club, una discoteca para intimar de glorioso recuerdo que lo convirtió en un empresario de postín.

Tras una segunda edición, a la tercera fue la vencida y el evento no se libró de su bautizo por mal tiempo. Previsto para el 6 de agosto de 1966, el baile se aplazó de antemano hasta el día 10, en que ya pudo celebrarse con normalidad.

En tal ocasión la madrina elegida fue Gilda Massó Milleiro, otro apellido señero que tomó el relevo de su antecesora María Esther Touza Fernández.

Pitusa Torres, Pilar Cerecedo, María Eugenia Pardavila y María Elena Casal, ejercieron como damas de honor y estuvieron acompañadas por Leonardo Rosales, José Manuel Pena, Antonio Martínez Pazos y Javier Gatañaduy, respectivamente. Por su parte, Ángel Blanco Taboada, presentado a su vez como un psiquiatra residente en Baltimore, dio su brazo a la madrina.

Carlos Alberto Touza Fernández hizo de maestro de ceremonias y el pregón corrió a cargo de Alberto Blanco Losada. El cartel musical sufrió un cambio radical con respecto a las ediciones anteriores y estuvo conformado por Los Rivers, Juventud y Los Cuaqueros.

A partir de entonces, el baile de la Calabaza nunca faltó a su cita anual con el primer sábado de agosto como habitual referencia durante dos largas décadas. Su pequeña gran historia merecería un libro que nunca se escribió, ni seguramente tampoco se escribirá. Porque exigiría remover su lado más feo a causa del vil metal y hablar de alguna mano larga sobre la codiciada recaudación, que rompería todo su encanto de forma muy injusta. Ese asuntillo vale más no removerlo para no enturbiar su cálido recuerdo.

Necesariamente hay que quedarse con su parte buena, que fue lo que hicieron quienes asistieron el pasado año a un estupendo y divertido guateque en el Club del Mar de Aguete para celebrar su cincuenta aniversario.

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