En 1970 nos metieron a los debutantes en Bachiller en la matemática moderna. Se entendía bien, al menos al principio. Conjuntos, elementos, tipos de conjuntos, unión, intersección, diferencia... Pobre conjunto vacío, que era un buñuelo de viento o tenía un embarazo psicológico... Hasta los de letras fuimos capaces de entender los inicios de la matemática moderna, aunque no fuéramos capaces de saber para qué servía. Veníamos de las operaciones elementales de la aritmética, tan prácticas (sumar, restar, multiplicar y dividir), y de la regla de tres, tan de uso.

La primera aplicación de aquella matemática nos sirvió para seguir el pop nacional porque coincidió con la dispersión y reagrupación de los cuartetos y quintetos musicales a los que se llamaba conjuntos. Pero en seguida desapareció el fenómeno para dar paso a los solistas, unos conjuntos unitarios que se pusieron laca en el pelo y empezaron a cantar relaciones horribles, emocionalmente muy subiditas, o cantautores que musicaban poesía propia o ajena. El folk trajo conjuntos de muchos elementos pero con pocas intersecciones.

Ahora sabemos que la teoría de conjuntos servía para entender el perpetuo barullo de los partidos de izquierda, que se arrastraba en los setenta en todas las escisiones comunistas -alguna casi llegó a ser el conjunto unitario- y pareció terminar cuando llegó Izquierda Unida. Luego se vio que IU era para seguir desguazando al PC en conjuntos llamados corrientes. E irrumpe Podemos, un partido hecho con círculos, como se dibujaban los conjuntos. Hay muchos elementos y conjuntos que salieron de IU y están en Podemos. Y en Podemos la teoría de conjuntos sigue haciéndose práctica para entender titulares como Podemos, IU y Equo crean una plataforma contra la de Pablo Iglesias. Contrapodemos. La izquierda no se divide en PSOE y extrema izquierda sino socialdemocracia e izquierda, etcétera.