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No basta el rescate del bienestar

La abstención del 24 de mayo ha sido similar a la de anteriores consultas, pero merece una pensada si es cierto que vivimos un cambio de etapa, de ciclo, o como quiera llamarse una transformación que, salvo en capas muy minoritarias, no cuestiona el sistema. Por encima del modelo de estado, que pide reformas y ajustes, el sistema es y será una democracia representativa. La masa del voto se redistribuye entre las opciones clásicas y las nuevas, pero no crece. Es difícil aceptar que toda la abstención traduzca apatía o pasotismo. Sin duda conlleva una cuota de desencanto y/o desconfianza en la acción política que los partidos clásicos no consiguen convertir en participación, pero tampoco los emergentes, que no han sumado sino restado a los primeros en proporciones aritméticamente computables.

Si el cambio de ciclo no moviliza a los electores pasivos, deja en el aire su capacidad de arrastre y las dudas consiguientes. PP y PSOE siguen siendo los más votados a pesar de los errores y presuntos delitos que han hecho tabla rasa de su deterioro durante más de treinta años de alternancia bipartidista. El primero perdió dos millones y medio de votos y el segundo medio millón, repartidos básicamente entre las hijuelas de Podemos y Ciudadanos. Tal vez esas transferencias describan menos el comienzo de una nueva etapa que la reforma de la anterior. Las invocaciones a la regeneración democrática, la transparencia administrativa y las políticas sociales nutrieron todas las campañas con mayor o menor intensidad y credibilidad. Pero un aproximado cuarenta por ciento del electorado ha permanecido insensible.

En campaña, los programas políticos no son leídos ni digeridos por la ciudadanía, y la acción de gobierno los incumple clamorosamente en ciertos casos. En general, solo trascienden los eslóganes y poco más. La crisis económica, no superada ni de lejos, ha hecho primar la economía en la defensa de los unos y la crítica de los otros. Ciertas voces apuntaron el error de ese planteamiento excluyente sin que, a pesar de algunos intentos, se entendiese que un cambio de etapa, o de ciclo, requiere un pensamiento nuevo, ideas e ideales que hagan creíble la promesa de mejor futuro. Quienes vivieron la salida de la dictadura conocen bien la potencia de la idea por encima de la crisis económica, también entonces sufrida. Si hay que rearmar una democracia degradada, posiblemente no baste prometer el rescate del bienestar y haga falta, además, una filosofía ilusionante y compatible con la diversidad, como fue la de la transición, despreciada ahora por quienes no la vivieron.

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