A Santa Teresa la estudiamos en el bachiller de principios de los setenta como poetisa mística, practicante de una forma de rimar a Dios muy española. Era de las pocas mujeres que se estudiaban en cualquier asignatura. Nos decían que había reformado la orden carmelita y dicho que Dios también anda entre pucheros. Iba de pareja de hecho con San Juan de la Cruz. De San Juan apenas he vuelto a saber, pero Santa Teresa reaparece cada equis tiempo con la misma información pero distinto enfoque.

En esa década reapareció en las conversaciones orientando la mística como una pariente cercana de la meditación oriental de los monjes budistas, con unos éxtasis que se decían orgasmos sin manos y visiones alucinatorias de fiebres y hambres tan eficaces como setas y ácidos. A los setenta les interesaban el sexo, las drogas, lo extrasensorial. Algunos fenómenos extraños relacionados con la mística también despertaron el interés de la parapsicología, una patraña infestada de curas. En los años ochenta empezó a ser feminista, de esa manera tolerada para todos los públicos, como mujer de remango. Esa concepción acabó siendo aceptada por el feminismo menos religioso y por la religión menos feminista.

Como cualquier personaje histórico, para permanecer debe ser adaptable a los tiempos. En las celebraciones del quinto centenario de su nacimiento se cuenta que la reforma que hizo a las carmelitas, abriendo conventos aquí y allá, es un fenómeno de emprendimiento (traducido: Santa Teresa como Zara Teresa, abriendo tienda en las principales provincias). Hace dos años habrían hecho más hincapié en que su reforma -"descalzar" a las carmelitas- fue una exigencia de mayor austeridad, pero ya hemos cambiado de fase. También se tritura y salpimienta el dicho de "Dios anda entre pucheros", lanzando a la Santa Teresa cocinera y la comida de la España de entonces. Sor Chef.