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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Exploración clínica de Don Quijote

"De cuantos comentadores caen sobre el Quijote, no los hay más temibles que los médicos. A punto se meten a escudriñar de qué especie era la locura de Don Quijote, su etiología, su sintomatología y hasta su terapéutica. ¿Que Don Quijote está loco? Bien, ¿y qué?". Son palabras de don Miguel de Unamuno (La locura de don Quijote. Salamanca, 10.04.1905). A uno, en su calidad de escribidor circunstancial, no le importa rubricarlas. Sin embargo, le puede su condición de médico y la propensión profesional, al igual que otros muchos colegas, de utilizar el saber facultativo para enjuiciar personajes de la ficción literaria como si tuviesen naturaleza humana. Asimismo, este su articulista dominical recuerda su promesa de tratar el tema (La locura de Don Quijote. Faro de Vigo, 12.04.2015), para dar acabado cumplimiento de la proverbial frase: "Cosa prometida es medio debida; y debida enteramente si quien promete no miente".

Y por si uno aún estuviese indeciso para emprender la tarea, el propio Unamuno se pregunta: "¿Qué tiene que ver lo que Cervantes quisiera decir en su Quijote, si es que quiso decir algo, con lo que a los demás se nos ocurra ver en él? ¿De cuándo acá es el autor de un libro el que ha de entenderlo mejor?" Con esta cuestión Unamuno se anticipa a la estética de la recepción, al imponer la exigencia de que el lector exprese con toda libertad su propia experiencia literaria, a la que el autor médico suma el análisis de la realidad biológica.

Las dificultades para tal objetivo son notorias, de manera especial para el que les escribe, en razón de sus propias limitaciones, y de la convicción expresada de que don Quijote sufre dos locuras distintas. Una concierne a la primera parte del libro, en la se imagina un mundo ideal distinto al real. En la segunda parte, son los que le rodean los que mudan la realidad para engañarlo. Encajar dos formas distintas de desequilibrio mental en la misma entidad nosológica es difícilmente conseguible.

Muchos son los autores que han discutido el tipo de locura que padeció don Quijote. Ya me he referido en el artículo antes citado al primero de todos, Philipe Pinel, y al primer español, Antonio Hernández Morejón. Imposible enumerar cada uno de los trabajos originales meritorios y mejor olvidar los que son solo sandeces con presunción de genialidad o "refritos" descarados. Pero sí querré llevarles de la mano hasta aquellos autores que considero esenciales, cuando plantee el diagnóstico diferencial de la afección de don Quijote, lo que por razones de espacio he de dejar para otro suelto. Y lo hago, sobre todo, porque antes de analizar la psicopatología de don Quijote a la luz de la nosología actual, resulta obligada la exploración física del personaje, a través de los rasgos corporales descritos por Miguel de Cervantes en los distintos capítulos de El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha. Tal intento ya había sido realizado antes, con indudable acierto, por el anatómico y también creador de la identificación dactilar en España y Portugal, Federico Olóriz Aguilera (Granada, 1885 - Madrid, 1912) -véase en Caracteres físicos de los personajes de El Quijote. Madrid: Real Academia Nacional de Medicina; 2005-. De su trabajo me valgo, a modo de índice temático, para ir a las páginas que arrojan los mejores datos físicos del hidalgo manchego.

La edad de don Quijote estaba en torno a los cincuenta años. Era de alta estatura -en aquella época para considerarlo así bastaba con que su talla superara los 170 cm-. No era corpulento -cuando el Caballero del Verde Gabán admira la "grandeza de su cuerpo" se refiere a lo largo y no a lo ancho- y que es lo mismo que viene a decir Sansón Carrasco: "lo estirado y avellanado de miembros". En el episodio de la batalla de los cueros de vino, en el que se exhibe desnudo, el cuello es de "media vara" y las piernas "muy largas y flacas". Tal descripción no se contradice con la de complexión recia que le atribuye el propio Cervantes, pues es compatible un esqueleto fuerte y bien constituido, aunque esté mal velado por carnes secas, escasas y "amojamadas". Incluso cuando regresa a la aldea después de su segunda salida, le dan la apariencia de estar "hecho de carne de momia". En conjunto, a lo largo de toda la obra, la flaqueza es un rasgo permanente del hidalgo que le daría formas angulosas y duras.

Falta en el texto una explicación sobre la conformación craneal. No obstante, Olóriz interpreta que la cabeza es un óvalo prolongado, lo que hoy denominaríamos dolicocefalia, por su mal encaje con la bacía de azófar del barbero (que es redonda), y en la que ve un yelmo de oro de Mambrino. En lo referente al rostro no hay dudas: era largo, muy largo, "de media legua de andadura", seco, enjuto y amarillento sin dejar de ser moreno. En lo referente a la cara del hidalgo, el mismo autor hace diferentes y atinadas deducciones que le permiten afirmar que su faz conformaba un óvalo prolongado, ancho en la frente, escurrido en las mejillas y estrecho hacia la barba. Asimismo exhibiría arrugas, dada su delgadez y sequedad, transversales en la frente, por sus frecuentes abstracciones, y verticales a los lados de nariz y boca, como expresión permanente de su carácter melancólico y retraído. Nada se dice de sus orejas y de sus ojos, aunque sobran elucubraciones de diferentes facultativos. "La nariz aguileña y algo corva", como característica común de nuestros nobles castellanos. No era calvo, pues cuando Sansón Carrasco le vence dice que sus cabellos eran entrecanos, pero no sabemos su color primitivo. El mismo personaje nos dice que los bigotes del héroe eran "grandes, negros y caídos". Tampoco hay duda que tenía barbas. En la aventura de los leones quedan sus barbas bañadas con el suero de los requesones y antes de comer en la casa de los Duques, cuando le dan lava-caras en lugar de lava-manos, la encargada del jabón afirma: "le manoseé las barbas con mucha priesa, levantando copos de nieve". En relación a sus quijadas, eran "estrechas, y por dentro se besaban la una con la otra" -no olvidemos su nombre, ¿ideó lo de Quixada, Quijano o Quijote en sentido burlesco? -. En relación con la dentadura sabemos que presumía de conservar todas sus muelas: - "enteras y muy sanas [?] porque en toda mi vida me han sacado diente ni muela de la boca, ni se me ha caído, ni comida de neguijón ni de reuma alguna". Sin embargo, Sancho le contesta: -"Pues en esta parte de abajo no tiene vuestra merced más de dos muelas y media; y en la de arriba, ni media ni ninguna; que toda está rasa como la palma de la mano". Más tarde, en la batalla de Alifanfaron, la situación empeoraría, pues una pedrada le derribaría varias muelas, entre seis y siete y media. El periodista y abogado Luis Cavanillas Avila, en su libro La medicina en el Quixote, 1957 -libro muy raro, solamente una vez publicado por el mismo autor, que me regaló mi hijo Federico en las Navidades de 2007- hace hincapié en la exacta coincidencia de los dientes de don Quijote con los de Cervantes, tal como relata en su autosemblanza en el prólogo de sus Novelas Ejemplares. El dato no es baladí si se considera lo que la obra Don Quijote pueda tener de autobiografía, pero también para la posible identificación antropológica de sus restos. En el mismo sentido Cavanillas sostiene que la locura del caballero es una locura "razonada", pues la mejor novela que una persona puede escribir es la de su propia vida y esto es lo que fue el Quijote para Cervantes.

También el libro Don Quijote nos da otras noticias de los caracteres somáticos del hidalgo. Parece ser que tenía bastante vello poblando su piel morena, pues deja constancia de ello la batalla de los cueros de vino, en el que se relata que su corta camisa dejo ver el abundante vello que cubrían sus nada limpias piernas. Tenía un lunar pardo con ciertos cabellos a manera de cerdas a la mitad del espinazo. Sus brazos eran vigorosos o al menos presumía de ello. En cuanto a sus manos, las describe el propio caballero al entregarle una de ellas a Maritornes por el agujero del pajar: "No os la doy para que la beséis, sino para que miréis la contextura de sus nervios, la trabazón de sus músculos, la anchura y espaciosidad de sus venas, de donde sacaréis que tal debe ser la fuerza del brazo que tal mano tiene".

A todo ello se suman diversos caracteres fisiológicos que se consignan a lo largo de la historia de don Quijote. Tuvo fino el oído y aún más fino el olfato, como lo prueba la medrosa noche de los batanes. Sus músculos eran vigorosos y podía dar golpes formidables, aunque le tocó a menudo ser vencido. Su voz era grave y sonora, aunque fuera ronquilla de ordinario, según pudo oírse al cantar el romance a Altisidora. Disponía de un estomago activo y tolerante, capaz de adaptarse el régimen alimenticio irregular de la vida aventurera. Sin embargo, le dice a Sancho: "Come poco, y cena más poco; que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago".

Don Quijote no se consideraba inquebrantable. Él mismo afirma ser de carnes "blandas y no nada impenetrables", "criadas entre sinabofas y holandas". Mas si se consideran las caídas de caballo, los apaleamientos, las pedradas y los múltiples traumatismos e inclemencias sufridas, se ve que hicieron poca mella en su organismo y que pronto se reparaban. De ello podemos deducir que era un organismo fuerte y sano.

Y termino por hoy, no sin antes hacerles una recomendación. Si tienen la ocasión, pasen por Ciudad Real y hagan una visita al Museo del Quijote y Biblioteca Cervantina, donde se pueden contemplar la exposición interactiva "Entre bastidores. La maquinaria teatral en tiempos de Cervantes". Se trata de una oportunidad única al poder participar de forma dinámica, niños y mayores, y vivir así la realidad cervantina.

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