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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Grecia y el yerno de Marx

Aunque el ganador oficial sea un marxista de la rama ortodoxa como Alexis Tsipras, el triunfo en las elecciones de Grecia le pertenece más bien a Paul Lafargue, el yerno que le salió rana a Carlos Marx. Más que su adusto suegro, es el autor de "El derecho a la pereza" quien sin duda inspiró, a título póstumo, el programa que le ha dado a la Coalición Radical de Izquierda -en griego, Syriza-- el gobierno con sede en Atenas.

Obsérvese que, nada más conocerse los felices resultados a su favor, el nuevo primer ministro griego proclamó el fin de la "austeridad" y, ya metidos en gastos, la defunción de la troika formada por la Unión Europea, el BCE que le sirve de banco emisor y el Fondo Monetario Internacional. Es decir: la derrota de los prestamistas de los que depende la concesión de nuevos rescates con los que pagar las pensiones de los abuelos, los sueldos de los funcionarios y, en general, el gasto público de Grecia.

Si la austeridad es, como sostiene la Real Academia, "la mortificación de los sentidos y las pasiones", ya estaba tardando la llegada de un gobernante decidido a abolirla. Ese es el griego Tsipras que, a diferencia de otros gerifaltes de su mismo palo ideológico, como Fidel Castro, no ha asumido el poder bajo la promesa de acabar con la diversión, sino con el deseo de que sus compatriotas la recuperen. Lo que se ha acabado en Grecia es la penitencia impuesta por Ángela Merkel, de modo que donde antes había recortes y aflicciones pasará a haber gasto a caño libre y felicidad general.

La austeridad consistente en ser sobrios, parcos en el gasto y ascéticos en el comportamiento es costumbre de luteranos aburridos que encaja mal con las alegrías de la Europa del sur. Tal era, sin embargo, la fórmula mágica propuesta -o más bien, impuesta-- por nuestra canciller Merkel, convencida como está de que todo latino lleva dentro un germánico que lucha por salir afuera.

Felizmente, Tsipras parece haber encontrado inspiración en las teorías de Lafargue, aquel yerno listo de Carlos Marx que ya a mediados del siglo XIX alertaba sobre el carácter embrutecedor del trabajo. Sostenía muy atinadamente Lafargue que "la pasión extravagante" de los obreros por la faena trae consigo un exceso de producción de mercancías con el paradójico efecto de hundir la economía y empobrecer, por tanto, a los propios trabajadores.

De acuerdo con las teorías lafarguianas, los anteriores gobiernos de Grecia aprobaron la prejubilación de sus ciudadanos a partir de los 50 años de edad, a la vez que pagaban sueldos de 66.000 euros anuales a los empleados del ferrocarril público y ponían en nómina de un solo hospital a 55 jardineros. Tampoco era infrecuente que un solo coche oficial tuviese a medio centenar de chóferes a su servicio.

Tan grande generosidad con el dinero que recibían de la UE -y de la troika ahora abolida por Tsipras-- dejó secas las arcas del Tesoro griego hasta el punto de hacer inevitables los tres rescates que, hasta el momento, ha sufrido ese desdichado país.

Por fortuna, el nuevo primer ministro ha buscado -y encontrado-- en Lafargue una solución a todos sus problemas, sin más que sustituir la austeridad luterana por la alegría en el gasto tan característica de los pueblos mediterráneos. Falta saber, eso sí, de dónde sacará Tsipras el dinero que necesita para la aplicación de su benéfico programa. Y lo malo es que Lafargue no dejó dicho nada al respecto.

stylename="070_TXT_inf_01">anxel@arrakis.es

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