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Recordamos a dos "enriques"

Hablar de los que están en este tren express en que cruzamos el camino de la vida obliga de vez en cuando a recordar a los que se nos van y hoy me toca hablar de dos enriques. Imposible no olvidar a Enrique Veiga, que dijo adiós estas navidades y que muchos de vosotros habéis conocido en El Timón Playa, en Coruxo, a lo largo de los 43 años que este restaurante lleva abierto, otros habréis conocido en su infancia cuando andaba entre las faldas de su madre Josefa Ríos y su restaurante Timón de Montero Ríos, otros como compañero de placeres sobre las dos ruedas, que tanto le gustaron durante un tiempo... No se puede entender el Timón Playa sin su mujer, Chelo Delgado, pero tampoco sin él y su buen humor atendiendo al público o haciendo las compras en el mercado. Enrique, que también tuvo su etapa de placer bucólico y albariño en su finca de Tomiño, pasó los últimos años parcialmente postrado por su dolencia, durante la que leía todo lo que se podía leer. Nunca lo olvidaremos.

Y el otro Enrique, motero

Otro Enrique que se nos fue en navidades fue Enrique de la Iglesia Padín que no llegó a cumplir los 70 y, como Enrique Veiga, fue en tiempo libre un apasionado motero, aunque éste desde la juventud. Se marchó pero al menos cumplió su sueño de hacer la Ruta 66 de Este a Oeste americano, The Mother Road, que va de Chicago a Los Ángeles o,más concretamente, a Santa Mónica, y de la que fuimos dando información cumplida en esta sección. Enrique corrió muchas veces el Rally Rías Baixas porque los coches eran también afición suya. Melómano, lo que sí no pudo vivir fue su último proyecto e ilusión motera, que ya preparaba: un circuíto por los lugares de la música country con Nashville como eje.

Lolailo la cocinillas

Pero la vida sigue, queridos, y yo sé que los dos "enriques" leerían con una sonrisa en los labios que yo me embosqué ayer en casa con la Lolailo Domínguez, puesto el mandil ella para hacer honor a lo que con su arte y generosidad nos trajo de la ría de Rande Leo, de la Portela: unas robalizas gloriosas. Las abrió, un poco de ajo y perejil, un sartenazo... y aquí paz y después gloria, con un vinito fresco del Rosal, un Altos de Torona de Horacio. ¡Ah, los pequeños placeres que tenemos los pobres y qué bien cocina la Lola Lolailo!!

Y el reloj de la Colegiata

Y tengo que trasladar una queja sino a Dios a mi párroco del barrio viejo, Moisés Alonso, que tutela la iglesia Colegiata y a mí me enseñó algunos latines. Pater, es que nos tenéis a los del barrio absortos en las diez de la mañana, hora de la que no se mueve el carillón de la iglesia concatedral hace la tira. No sé si es que la iglesia no anda bien de cuartos o que el relojero Gerardo Alonso no tiene tiempo, pero habrá que arreglarlo. Y en Fin de Año, enfrente mismo, Patricia Paula, la morenaza de Con Alma Artesana, que creía que iba a dar las 12 campanadas, se quedó con las uvas en la mano, como los de Canal Sur.

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