En cierta medida, la Santa Compaña es como Galicia: si te atrapa vas de cráneo. Y cada cual ve en ellas lo que quiere. Martín Sarmiento vinculó la Santa Compaña -Estantigua en Castilla- a la mitología europea más que a la tradición cristiana de la procesión de las ánimas; el antropólogo Carmelo Lisón no dudó en adscribirla al mito germánico de la Cacería salvaje; José María Álvarez Blázquez (O vencello espiritual dos Fisterres atlánticos) consideraba el mito de origen celta. Curiosamente, Vicente Risco, tan atlantista él, no compartía plenamente la vinculación al mito germánico ni al celta y veía en la creencia en la Estántiga -así decían por Ourense- una manifestación de religiosidad heterodoxa. No sé qué opinaba al respecto Carlos Alonso del Real, siempre se opuso a la tesis del celtismo y encontraba en Galicia fundamentalmente influencias germánicas, aunque dado su falangismo duro me inclino a pensar que era de los de la Cacería salvaje. Intuyo que todos tenían algo de razón al estratificarse y entreverase en la leyenda distintas aportaciones. Pero no hubieran tenido la mínima razón si hubiesen militado intelectualmente para que los ingenuos abrazasen el mito convirtiéndolo en creencia de generalizada e indiscutible aceptación. Por el contrario, la sociedad civil y civilizada gallega los habría despreciado por indoctos, cerriles, anacrónicos, irracionales y tramposos.

Pues bien, a estas alturas del curso aún hay en Galicia maricomplejines que en aras de fomentar un nacionalismo celtarra continúan en la línea del simplón Murguía militando por el mito de Breogán -más absurdo incluso que el de la Santa Compaña- como garante del enlace racial de Galicia con Irlanda. Así, pertrechados de tan sólido aval genético podemos estar seguros de no ser bereberes, como el resto de españoles, eso dicen, sino descendientes -o ascendientes- del alto linaje de las siete naciones celtas. Por delante y por detrás, sube, Nicodemo, baja, Barrabás.

Si mis amigos de Charlie Hebdo han muerto por defender la libertad de expresión lo mínimo que puedo hacer es jugarme el tipo, un poquito, enfrentándome a otros talibanes no tan sanguinarios pero cuyas insidiosas prédicas -disfrazadas de arte o de investigación histórica- fragilizan igualmente los recursos racionales de la juventud gallega intelectualmente más desprotegida. Esto es, la fanatizan apartándola de la civilización.

Modestamente, en la estela del grandísimo Francisco Calo Lourido y del no menor Ángel Carracedo, uno también contribuye a arrumbar ciertos mitos.

Breogán musicalizado

El grupo de "música celta" Luar: Na: Lubre acaba de sacar su última composición "Torre de Breogán, a luz dos Milesiáns" acompañado por la Orquesta Sinfónica de Galicia.

La música celta es de hecho música popular del siglo XVII y ni siquiera los principales instrumentos que se utilizan son celtas. No lo es la gaita, desde luego, ni el arpa cuyo ejemplar más antiguo atribuido en Irlanda (al rey Brian Boru) remonta al siglo XI y no se ha encontrado por esas tierras ninguna anterior al siglo XV. El único instrumento conocido genuinamente celta es el carnyx/karnix, trompeta metálica usual en las batallas que, empero, las personas bien educadas nunca tocan en público.

Más céltico parece Lubre, el bosque sagrado donde los druidas celebraban los rituales. Aunque no en Galicia, claro está. Aquí, celtas pocos y druidas solo Panoramix en los comics de Asterix y Obelix. Tampoco debe sorprender lo de Torre de Breogán, ya estamos vacunados, si bien me gustaría saber qué relación tiene ese mítico personaje con Galicia y dónde se ubica o ubicaba la torre. Como no ha de faltar algún indocumentado que saque a colación el Lebor Gabala (en gaélico moderno, Leabhar Gabhála Éireann o Leabhar Gabhála na hÉireann) para justificar el emplazamiento donde hoy está la Torre de Hércules me adelantaré en corto y por derecho: puro cuento (ver mi artículo en este diario Desmontado a Murguía disfrazado de druida).

Que Breogán sea un mito no impide que desde el pánfilo de Murguía se le intente dotar de realidad concreta para enlazar interesadamente, contra toda evidencia y racionalidad, la raza gallega y la irlandesa. Y esto a mí me provoca mucho asco. Porque si hay un binomio que resulta repugnante y explosivo es nación-raza, puro mamoneo entre tontos para darse fuerzas al calor del establo racialista.

No es novedoso que los músicos se inspiren en mitos sin la mínima base histórica -inspirarse en el bosón de Higgs sí sería novedosamente genial- pero los de carácter racialista, verbigracia, el celtismo, deberían ser desterrados de entre los pueblos civilizados. No queda duda de los estragos que causó en los simplones El anillo de los Nibelungos, óperas de la Tetralogía wagneriana inspirada en la mitología alemana y escandinava. Si hoy día algún compositor alemán buscara inspiración en parecidos temas lo meterían en un manicomio. O en la cárcel. Hacer en la actualidad apología del celtismo, revivificando mitos extranjeros que no tienen ninguna relación con Galicia, equivale a substituir la ciencia histórica por el pensamiento mágico -propio de pringados- enladrillando el gueto mental en el que ha sido encerrada parte de nuestra juventud. La que cree -como los integrantes de Briga (Fortaleza, en celta/celtibero) y otros grupúsculos de matones que gravitan en el entorno de Resistencia Galega- que efectivamente Galicia es el fogar de Breogan, entre diversas payasadas que, a falta de mejores razones, justifican la lucha, cualquiera que sea el método, contra el invasor español carente de ADN indoeuropeo. Un horror, en fin.

Galicia está llena de maricomplejines, incapaces de asumir la propia individualidad, por una parte, y la galleguidad natural, por otra, que revisten con cuanto disfraz espiritual o textil tengan a mano -de druida, de vikingo, de guerrero celta, de escocés en kilt, de bardo, de suevo, etc.- impostando lo que no son. Como esos negros que se alisan el pelo y se tiñen de rubio, los muy arios. Ante tanta mugre, o Lubre, yo, queridos, prefiero disfrazarme de Llanero Solitario.

Al menos en esto Carballo Calero tenía razón y no es poco: Breogán en Galicia no pinta nada, lo que cuenta es la latinidad. Y ponía de ejemplo a Xelmírez. No es exactamente así, por supuesto, los gallegos estamos conformados con algo más que latinidad pero también franceses e italianos -por el vector celta y por el germánico en mayores proporciones que en Galicia- sin dejar de considerarse latinos.

¿Cuánto tenemos de celtas?

José Verea y Aguiar defendió la tesis de las raíces celtas de Galicia (Historia de Galicia, 1838). Pero fue Manuel Martínez Murguía al leer el Lebor Gabala, traducido del gaélico al francés antes que al inglés, quien abrazó pánfilamente los mitos atribuyéndoles fundamento histórico, endosándoles de paso a los gallegos (los conquistadores Milesios) la paternidad racial y lingüística de Irlanda. Dislate sin parangón en la historiografía occidental. Eduardo González-Pondal siguió poéticamente a Murguía y por tanto su caso es más disculpable. Suele serlo cuando se trata de poetas.

Sin embargo, el primero en dar al celtismo fundamentos algo científicos, alejados de la mitología, fue Florentino López Alonso-Cuevillas. Cuevillas, de personalidad muy distinta a los anteriores -reflexivo, metódico y serio en sus investigaciones- sistematizó los descubrimientos dispersos convencido, de buena fe, de sacar a la luz el pasado celta de Galicia. El noroeste de la Península Ibérica conoció una rica orfebrería en la que los torques (sustantivo del que procede Torcuato) fueron los elementos más característicos y conocidos de la Cultura Castreña. El primer análisis serio de los torques en Galicia lo plasmó Cuevillas en una obra pionera (Os torques do N.H. Hispánico, 1932) seguida de una síntesis no menos reputada (Las joyas castreñas, 1951). Estos elementos son de muy difícil datación debido al contexto en el que se encontraron pero Cuevillas les asignó, con ligera desenvoltura, una cronología entre finales del siglo III a.C. hasta después del comienzo de nuestra era. Klaus Raddatz (1969) tomó como base el trabajo de Cuevillas y lo destrozó cronológicamente negando además la existencia de relaciones directas de las piezas inventariadas con las de la orfebrería de Hallstatt y ninguna relación con la cultura propiamente celta de La Tène. De hecho, el comité científico de la gran exposición de los celtas en el Palazzo Grassi de Venecia (1991) no aceptó pieza alguna de la orfebrería gallega al considerar que, a pesar de su calidad, no podían vincularse a la cultura celta oriunda de Centroeuropa.

En casi toda la Península Ibérica hubo celtas -muchos se fundieron con los íberos en el crisol celtíbero- pero las trazas más visibles están en el Alentejo, en la meseta castellana (Segovia, Soria, Teruel, Ávila, etc.) e inexplicablemente en Cataluña, en pleno territorio íbero. En definitiva, el análisis documentado e intelectualmente solvente sugiere que en Galicia no hubo cultura celta intensiva ni extensiva. De aproximadamente cuarenta pueblos que por entonces habitaban Galicia solo cuatro pueden pretender ser celtas (por la lengua, no por los elementos materiales o funerarios, ni por la cerámica, ni por los torques, ni por las armas, ni por el sistema defensivo). De consuno, su aparición en Galicia fue tardía, posterior a la llegada de los celtas a Irlanda.

Alguna relación indirecta con la cultura de Hallstatt sí hubo, prácticamente ninguna, sin embargo, con La Tène. Como mucho, hubo importaciones culturales menores por la ruta marítima del estaño. Donde los celtas dejaron huella relativamente visible en Galicia fue en topónimos y antropónimos -dispersos entre otros más numerosos que no lo son- aunque quizás en yuxtaposición tardía en tiempos de la conquista y colonización romana. Esas aportaciones lingüísticas pudieron haber sido hechas, al menos en parte, por los propios romanos. El carro gallego, verbigracia, aun sin ser de rueda radial como el celta comparte en sus piezas y en el nombre la terminología céltica que a buen seguro utilizaban los romanos como hoy utilizamos, sin ser ingleses, palabras de origen anglosajón para la informática. Algo deben haber contribuido posteriormente los monjes británicos de habla gaélica -por ejemplo, el séquito del obispo Maeloc/Mailoc- que huyendo de los feroces paganos sajones en el siglo VI se asentaron en Galicia. Se olvida asimismo que los suevos tenían en su vocabulario numerosos términos celtas por haberse avecindado con ellos en ciertas regiones europeas (sin mezclarse racialmente pues sus códigos lo prohibían, a la par de los godos).

Los pocos y tardíos celtas que aquí hubo no dejaron influencia lingüística -salvo la antedicha- ni arqueológica, ni estilística. Desde el punto de vista etnográfico, costumbres y tradiciones, los entrecruzamientos culturales con el poso de romanos y germanos -y con la cultura castreña autóctona y con las aportaciones culturales celtas del Camino de Santiago- impiden sentar un diagnóstico afirmativo contrariamente a Bretaña, región con la que, a pesar de las superficiales apariencias, Galicia tiene poco que ver.

Solo quien ha perdido completamente el sentido de la realidad y sobre todo del ridículo puede vincular a Breogán con Galicia y a Galicia con Irlanda por esa vía.

*Economista y matemático