Recientes estimaciones parecen indicar que Podemos goza de creciente aceptación entre el electorado del PSOE y del PP. En cuanto a los eventuales votantes verdaderamente convencidos por las propuestas de Podemos es difícil saber qué les subyuga fundamentalmente ¿La radicalidad del discurso? ¿La estética general anticonformista? ¿La ambigüedad que, a la par de los horóscopos, permite a cada cual sentirse representado si no es por esto sí por lo otro?

Conscientes de falta de experiencia y formación, los dirigentes de Podemos recaban asesoramiento. Uno de los asesores, el catedrático Juan Torres, universidad de Sevilla, buen amigo con el que intercambio reflexiones desde hace veinte años, está entre los economistas europeos que tienen, en mi opinión, las ideas más lúcidas respecto al papel de la moneda en una economía productiva. En otros campos de la macroeconomía quizás puedan cuestionarse sus planteamientos pero en política monetaria, si algún día se le dan los medios para llevar a buen término sus propuestas, es probable que asistamos a un despertar que beneficiará a trabajadores, empresarios y al propio Estado.

Ahora bien, si en las altas instancias de Podemos la inteligencia no está ausente es difícil observarla en la masa de seguidores. A juzgar por la asamblea celebrada el 2/11/2014 en una cafetería viguesa para votar a candidatos a organismos estatales de Podemos, el nivel de los votantes y el del único postulante -un yayoflauta casi octogenario, ingeniero- hay que situarlo a ras de suelo. Preguntado cómo pensaba regenerar el tejido industrial el susodicho respondió -bromeando, parece ser- "Fusilando a la mitad de los empresarios". Aunque no fue elegido, de los 84 votos emitidos contó con 12 favorables y 69 en blanco. O sea, 12 guerracivilistas y 69 almas amorfas.

¿Y si en realidad lo que late bajo el auge de Podemos fuese la fe en creencias milagreras? Es decir, la superstición populista, la pregnancia social de teorías del complot que recorren España enganchando a cohortes de ingenuos que siguen la embriagadora flauta de oportunistas resabiados.

| El caso del independentismo gallego. Para despejar el brumoso panorama empezaré aventando un ejemplo bien conocido entre nosotros que servirá de referencia comparativa.

Es razonable suponer que en algunas personas la militancia nacional-socialista corresponda a una estrategia individual muy racional para conseguir el reconocimiento -gracias a la organización política constituida en grupo de presión- y ventajas que por propia valía no podrían alcanzarse en competición abierta y limpia. Verbigracia, premios literarios, rectorados, enchufes, representatividad, cuotas reservadas, subvenciones y discriminaciones positivas a favor de las así llamadas lengua y cultura propias y unas cuantas cosas más.

Sin embargo, allende las situaciones de maximización de la utilidad personal es habitual que en la militancia independentista domine el efecto de la superstición política en cualquiera de sus variantes. Una de ellas, ligeramente patológica, es la conspiranoia. Quiere decirse, es pura superstición apoyada en creencias tullidas, irracionales, hacer extensivos los propios deseos al afirmar que en una Galicia independiente viviríamos mejor. A lo máximo que podría aspirar Galicia independizada es a calidad de vida y amplitud cultural por debajo de la portuguesa y dependencia exterior más alta. Por tanto, exceptuados los que tienen interés material directo en conseguir la independencia -los políticos nacionalistas porque, en cualquier circunstancia, por muy revuelto que fuese el río sacarían siempre el copo repleto- quienes militan ingenuamente no se apoyan en base racional sino supersticiosa, de carácter conspiranoico. Esto es, creen firmemente que existe, y dan por bueno cualquier indicio, una conspiración colonizadora orquestada desde Madrid complotada con el concurso de cipayos del interior, entre los que a buen seguro me cuento sin saberlo y sin cobrar.

| Teorías del complot. Esquemáticamente, la mentalidad conspiranoica designa un conjunto de disposiciones sicológicas que favorecen la adhesión a cierto tipo de teorías del complot. El militante independentista resiente profunda necesidad de encontrar sentido a acontecimientos complejos -espectaculares o con gran carga emocional y populista: As Encrobas, la navallada de las autopistas, el Prestige- asociada a la desconfianza respecto a explicaciones que percibe deformadas y distantes del núcleo de la verdad. La teoría del complot centralista permite, de esa guisa, reducir en el independentista la ansiedad generada por un mundo densamente reticular y complejamente tramado. La dificultad de intelección de dicha complejidad lleva al independentista a compensar, con una solución mental de facilidad, el poder de decisión y acción sobre el entorno político, cultural y social en mutación del que se siente excluido y desposeído. El retorno instintivo a la matriz aldeana, al paraíso perdido que nunca existió, le resulta inevitable. No es de extrañar, pues, su rechazo de la sociedad abierta, amplia e integradora toda vez que fuera del reduccionismo nacionalista la comprensión polisémica de las sociedades modernas requiere movilizar recursos intelectuales y conocimientos cuya adquisición impone algún esfuerzo.

El/la independentista experimenta con la voluntad de romper España, origen y causa del complot, una altísima sensación de autonomía personal, de autoestima, de superioridad moral y de libertad individual frente al poder centralista conjurado para requisársela. En suma, al militante independentista la teoría del complot españolista le permite situarse, con poco esfuerzo intelectual, en el centro de la Historia. Razón por la cual alterna la pendencia con el gimoteo, también en sede parlamentaria, frente a los contradictores. Como el asunto va por escalafones -arriba se situaba Castelao pero actualmente su estética parece algo ridícula, demasiado pacífica, si bien hay quien le sigue imitando el sombrero- los que desentrañan el complot intentan parecerse, al menos en el discurso populista, a los líderes revolucionarios de otras latitudes -el Che, Mao, Chávez, Ben Bella?- seguidos por una masa mentalmente apática, adoctrinada en la escuela y la universidad, reacia a esfuerzos interpretativos complicados, difíciles, ingratos, largos, personalmente desestabilizantes.

| El caso de Podemos. Podemos se diferencia específicamente del independentismo gallego, y de otros más institucionalizados, en que ha sabido penetrar el espectro social sin recurrir a mitos históricos ni a fétidos cadáveres embalsamados en mentiras, tipo Murguía, ni a las lenguas propias -la española es solo propia de Burgos, claro, deben decir en Cuba- demostrando mayor capacidad que los nacional-socialistas para interpretar las corrientes de la época y ser más permeable y abierto, más receptivo, a lo que le importa crucialmente a la ciudadanía y por lo que esencialmente sufre. Y la ciudadanía no sufre, es evidente, por no ser independiente de los inexistentes complotistas madrileños. De hecho, si bien se mira resulta absolutamente humillante para el nacional-socialismo -e indicativo de cuan fuera de lugar está su apolillado planteamiento- que un partido que no existía hace un año le esté segando la yerba bajo los pies.

Todo ello siendo así, hay que anotar de consuno en el haber de la habilidad política de Podemos indudable desparpajo para dar alas a su discurso en las redes sociales y saber servirse del vector televisivo con el fin de encauzar las expectativas de quienes hasta hace poco no sabían cómo enviar por el conducto político el malestar que resentían (aconsejo la relectura del artículo del maestro Anxel Vence -"Triunfo del partido de la Tele"- en este diario, 4/11/2014) Por otra parte, con calculados pasos de lobo, lo que prevalece en Podemos, de momento, no es asaltar el cielo, puro eslogan, sino poner el bipartidismo patas arriba. No lo van a conseguir, pero qué bien lo van a pasar los independentistas catalanes. Y los otros.

A pesar de las diferencias señaladas, temo que Podemos comparte con el independentismo algunos rasgos populistas y conspiranoicos. La ventaja a favor de Podemos, ciertamente, es que su conspiranoia es más difusa, casi diría, más normal, no manifiesta rasgos que degeneran en odio de esencias abstractas, o fabuladas, pero en formas concretas de rechazo a todo lo español. En el militante de Podemos no se observan los trazos obsesivos de la conspiranoia independentista que centra la propia vida, su razón de ser, en un complot explicitado en infantiles metáforas tales un señor de Valladolid que pasaba por allí.

En Podemos, la sospecha en relación a autoridades, partidos políticos, lobbies o élites que complotarían secretamente para dominar la vida pública, la finanza, los medios de comunicación, no constituye radicalmente una obsesión propia de paranoicos sino que cristaliza en una creencia vaga, una sospecha difusa juzgada más o menos probable pero sin establecerla firmemente y, sobre todo, no implica en sus militantes que la confabulación vaya dirigida arteramente contra ellos como sucede entre los independentistas. Además, los militantes de Podemos no fabrican teorías conspiratorias sino que siguen borrosamente a las que están en circulación, contrariamente a los independentistas que sí las inventan.

La gran baza que las mejores mentes de Podemos ocultan en la manga, empero, es que aunque el mensaje en este momento suena radical y populista, y hasta visceral y primitivo, como el del yayoflauta, exacerbado por el anonimato de las redes sociales, acabarán moderándolo sin renunciar a su único objetivo: empoderarse. Y entonces Podemos sería realmente peligroso.

*Economista y matemático