Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El lugar de la ausencia presente

"Él (el muerto) pagó y nosotros debemos. Un puñado de tierra nos será suficiente para toda la eternidad y aquí nos matamos por allegar una fanega a nuestras posesiones". "Poco vale matarse, lo que está para uno no va a llevarlo otro". "La traemos con nosotros; la hora y el día menos pensado nos cae encima y no hay quien se escape". La muerte es una transformación de la manera de estar y de ser en el mundo, de la concepción general de la vida. Los muertos comprenden la vida desde otra perspectiva; vuelven a pedir a sus herederos que pongan las cosas en su sitio, que cumplan las promesas y los acuerdos que ellos han hecho y no cumplieron. Los muertos no están condicionados por circunstancias cambiantes y variables; lo ven todo "sub specie eternitatis". Esta visión del mundo de los muertos la tienen los vivos; éstos son quienes viven, comentan y padecen la muerte que es siempre, como otras muchas cosas, algo inminente.

Cuando se muere alguien próximo nos damos cuenta, como en ninguna otra circunstancia, de lo que podíamos haber hecho y no hicimos y quisiéramos haber hecho; nos damos cuenta del valor de lo que tenemos cuando nos falta, cuando perece o se muere, cuando ya no hay remedio. El contacto con la muerte pone en evidencia la vulgaridad y la superficialidad de la vida y la poca importancia que damos a lo esencial. Para la mayoría de la gente, el tiempo se reduce a las cosas que hacemos. Cuando no hacemos nada decimos: perdí el tiempo, y cuando no tenemos nada que hacer decimos: "No sé como matar el tiempo".

"Que solos se quedan los muertos", dice el poeta. "Cuando volvía de dejar a mi padre en la sepultura, yo no oía nada de lo que me decían los amigos que se esforzaban por distraerme y calmar mi dolor. La soledad en la que iba a morar mi padre en la sepultura me embargaba absolutamente". "Pensar que ahí se queda y ahí pasará los días de nieve, de lluvia, de calor me pone enfermo", decía otro familiar. "Cuando visito el cementerio salgo de allí con una sensación de profunda soledad. Allí cierro los ojos y rehago el mundo pero cuando los abro ellos no están. El amor a los muertos es para el que los ama, soledad".

Los vivos andamos afanados en juntar un poco más de tierra, en llevar más allá los lindes de nuestras fincas. La toma de decisiones en la vida está rodeada de circunstancias, unas propician el sí, otras el no y otras el "depende". La vida se compone de tantas nimiedades y tantas cosas importantes que podemos imaginar el mañana que deseamos pero no podemos saber como será porque cualquier cosa puede cambiar el rumbo de las cosas. La vida no es un abrigo que sacamos y ponemos a nuestro antojo ni algo que se pueda rehacer porque sólo se vive una vez y no tiene vuelta atrás.

La muerte es la última e irrebasable de las posibilidades del ser humano. Los vivos hablan de la muerte como de un caso que tiene lugar constantemente; nadie duda de que un día morirá pero, de hecho, sólo mueren los otros. La certeza de la muerte de cada uno es una convicción porque sólo podemos experimentar la muerte de los otros; su certidumbre va siempre acompañada de la indeterminación del cuándo y el dónde. La muerte pone punto final a mi existencia y es el deslinde perfecto de todas las otras vidas humanas.

Ante la muerte cada uno tiene el miedo que quiere porque depende de cómo se imagine la muerte. Los no creyentes dicen: "Se acabó" pero temen dejar esto. Los creyentes esperan una vida mejor y por eso no deberían tener miedo a la muerte pero temen "no estar preparados" y para ello desean más tiempo en este mundo. A mucha gente le viene a la cabeza todos o parte de estos pensamientos, el día de Todos los Santos o el de Todos los Difuntos, cuando visitan el cementerio. "Hablamos de los muertos porque están vivos", se dice.

Los antiguos visitaban la tumba del héroe. La cercanía al héroe era en proporción directa con la importancia social del muerto; cuanto más importante, más cerca de la tumba del héroe. Los cristianos peregrinan a la tumba de los mártires y en el centro del altar hay una reliquia de algún mártir y en torno al altar se enterraban a los feligreses más cerca o más lejos del altar según la importancia del muerto. Sólo en vida deseamos ser enterrados en este o aquel cementerio, al lado de este o aquel amigo, de nuestros padres, de nuestros familiares. La muerte es la culminación de todas las posibilidades porque puso punto final. A muchos meditar sobre ella les descubre la vaciedad de sus vidas, el sin sentido de las cosas que hacen o dejan de hacer.

El cementerio es el jardín de los antepasados, de los recuerdos, el bosque del silencio, una ventana abierta a otro mundo, el lugar de la presencia ausencia, allí en donde las palabras mueren en los labios, en donde las hierbas y las flores crecen a su antojo. Ni las mujeres ni los hombres cuidan los cementerios sino sus propios habitantes, los antepasados, fertilidad del mundo.

*Investigador del CSIC y autor del blog: Diario nihilista

Compartir el artículo

stats