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Excalibur como síntoma

Es comprensible el revuelo que se armó por el sacrificio de Excalibur, el perro que pudo haberse infectado de Ebolavirus, dada la cantidad de personas que quieren más a los animales que a los seres humanos, incluso más que a los propios hijos. No debería sorprender, al parecer el 63% de dueños de mascotas las dejan dormir con ellos. Espero que no tengan un gorila de animal de compañía. El colmo, sin embargo, es que algunos animalistas llegan a considerar a los animales superiores a los humanos. Por ejemplo, los gatos, cuyos dictados, dicen, obedecemos: nos manipulan emocionalmente sin que nos demos cuenta.

Si bien se mira, una cosa es sentir afecto por las bestias y otra, propia de alguna disfuncionalidad síquica, odiar a nuestra especie. Aparte de las salvajadas largadas en las redes sociales o la histeria desencadena para impedir el traslado de Excalibur, hubo casos concretos de amenazas de muerte. Pero el problema es más profundo, va más allá del simple animalismo.

La antropofobia, miedo o detestación del ser humano, no confundir con la fobia social, constituye actualmente una corriente político-social camuflada bajo diversos nombres. Los antropofobos saben que son seres humanos pero sufren una disonancia cognitiva que les permite deslastrarse de su humanidad mostrando tal celo en la indignación que se sienten exonerados de pertenecer a la especie Homo sapiens. En las culturas occidentales, la más alta expresión moral de algunos grupos organizados, o de individuos que van a su aire, consiste, desde la década de los ochenta del pasado siglo, en entregarse a la crítica sin concesiones a todo lo que constituye la identidad humana. Desde entonces, en las opulentas sociedades occidentales, el humanismo político se desplaza hacia una nueva ética que sirve de valor refugio a la desvalorización del ser humano por relativización.

El espíritu crítico es una virtud necesaria en toda civilización madura pero su exceso la esteriliza por hipertrofia del relativismo. El relativismo a ultranza acaba concediendo que todo es relativo, que todo es igual, que una persona y un perro no son esencialmente distintos en derechos y, llegados a este punto, que un cerdo, un simio o un perro pueden ser superiores moralmente a los seres humanos. Además, por su carácter extremista, el relativismo cultural y moral degenera en exhibición ostentosa y coercitiva.

Raíces de la antropofobia

No es el animalismo la única manifestación de antropofobia. Dejando de lado probables insuficiencias síquico-morales de los antropofobos, cabe preguntarse cuáles son las raíces intelectuales que llevan a la detestación moderna del ser humano. Varias y diversas. Algunas se hunden en la obra del filósofo alemán Hans Jonas (1903-1993) El Principio de responsabilidad centrada, paradójicamente, en los problemas éticos y sociales creados por la tecnología. Otras, en la Deep Ecology del filósofo noruego Arne Naess. No falta tampoco el Transhumanismo, corriente que propugna la búsqueda del ser humano perfecto tecnología mediante. La que enlaza más directamente con el animalismo es el Antiespecismo popularizada por el filósofo australiano Peter Singer que, en La liberación animal, establece la idea de los animales moralmente iguales a los seres humanos.

Transhumanismo: el ser humano perfecto

Una forma insidiosa de antropofobia proviene del Transhumanismo. El antropofobo presidente de la World Transhumanist Association (ahora Human+) es el sueco Nick Bostrom. La Transhumanidad sería, en opinión de sus proponentes, una humanidad técnicamente mejorada, perfecta, siguiendo el modelo ciborg/cyborg. Un ciborg/cyborg (organismo cibernético) es una criatura compuesta de elementos orgánicos -humanos o animales- y dispositivos cibernéticos para mejorar las capacidades de la parte orgánica. O sea, un Pistorius exponente 25.

Nos está permitido suponer, empero, que los procedimientos de perfeccionamiento del ser humano, via clonación, robótica o manipulación genética, quedarían reservados, durante mucho tiempo, a una minoría de personas ricas mientras la inmensa mayoría de habitantes del planeta serían humanos inferiores. Para los tecnoprofetas de la cibercultura, las desigualdades que produciría una "mejora" de la especie, una transhumanidad, son asunto secundario sin el mínimo relieve visto desde el futuro. Verbigracia, no tiene ninguna importancia, con la perspectiva actual, que los tiranosaurios se hayan extinguido. Asimismo, el destino de los humanos dejados por el camino carecerá de interés para los robots súper-inteligentes del futuro, que en lugar de cerebro tendrán un ordenador cuántico con todos los procesos posibles de inteligencia artificial, capaces de fabricar robots aun más inteligentes y así continuamente. Ciencia ficción aparte, el asunto, que esconde evidente antropofobia, se las trae.

Antiespecismo

El término especismo (Speciesism, en inglés) fue introducido por el sicólogo británico Richard Ryder en 1970 y retomado por Peter Singer en 1975. Según Singer, el especismo es una ideología condenable y un movimiento de liberación animal es necesario para adecuar las prácticas de nuestra especie con el Zeitgeist, "espíritu de la época" o clima intelectual, paradigma cultural del momento histórico que vivimos. El antiespecismo afirma que la especie a la que pertenece un ser vivo no es un criterio moral pertinente para decidir de qué manera debe ser tratado y qué derechos deben concedérsele. En opinión de la ideología antropofóbica del antiespecismo, la representación más común del especismo es el antropocentrismo moral, es decir, la infravaloración de los intereses de quienes no pertenecen a la especie Homo sapiens.

El antiespecismo no se limita a la pura especulación filosófica, también inspira a activistas que militan en el Frente de liberación de los animales cuyos métodos casan mal con la democracia. El antiespecismo constituye un elemento clave de la ideología contemporánea globalmente antropofóbica cuyo mensaje central es que siendo el ser humano un animal no puede arrogarse derechos sobre el resto y no se le debe permitir que con su actividad destructora trastorne el entorno natural que comparte con otras especies. En consecuencia, el antiespecismo percibe la zarpa del ser humano, su impronta, como una forma de arrogancia, una ofensa, una brutalidad infligida a la Naturaleza, representada bajo los rasgos de Gaia/Gaya primigenia deidad de la mitología helena que personificaba la Tierra.

En esas circunstancias, el amor a los animales es el reflejo simétrico del odio a los humanos, lo cual resulta completamente natural si, siguiendo el razonamiento antropofobo, los animales son nuestros iguales.

Vauban y Dumont

El ingeniero y arquitecto militar Sébastien Le Pestre, marqués de Vauban (1633-1707), escribió un tratado cuyo título comienza por De la cochonnerie (De las porcalladas en traducción algo golfa aunque, la verdad, su contenido no tiene nada de libertino). Se trata de un cálculo estimativo para conocer la producción máxima de una cocha/gocha/cerda bajo una serie de hipótesis naturales. Al cabo de diez generaciones, en ausencia de epidemia porcina, suponiendo que las hembras de la primera y siguientes camadas se asignen a la reproducción, dado que la sucesión manifiesta crecimiento exponencial, de la primera hembra se habrán obtenido 3.217.437 más. La sucesión de Vauban recuerda a la de Fibonacci, más conocida, aplicada a la reproducción de conejos. Hoy día, Vauban pasaría por asesino a ojos de los animalistas si propusiera optimizar la producción de carne de cerdo.

René Dumont, ingeniero agrónomo, fue el primer candidato ecologista a la elección presidencial en Francia, 1974. Solo obtuvo 1,32% de los votos emitidos pero su clara pedagogía, su serena convicción, su rigor, sorprendieron muy favorablemente. No es exagerado afirmar que nadie contribuyó como Dumont a la difusión del ideario de la ecología política en el país vecino. Invitado a un programa de France Inter, al llegar al estudio de grabación se negó a entrar: un letrero advertía que no se admitían animales. La razón que dio Dumont fue que en tanto ser humano él también era animal y por tanto no podía entrar.

Dumont tenía razón, somos animales. Los estudios comparativos de ADN muestran que el hombre y el chimpancé tienen el 98,77% de ambos genomas idénticos. La diferencia entre el ser humano y su pariente zoológico más próximo (1,23%) es inferior a la que hay entre el caballo y la cebra (1,5%). Bueno ¿y qué? Denle una máquina de escribir a un chimpancé a ver si les contesta con una carta de agradecimiento.

La esencia de seres humanos y animales es irreconciliablemente distinta. La narración mítica del Génesis deslinda la frontera que separa al ser humano del animal. La posibilidad de distinguir el bien del mal representa el efecto más manifiesto de nuestra libertad de juzgar. Si antes del pecado primordial hombres y animales comunicaban libremente, la entrada de los primeros en el imperio del juicio moral, de la razón, los extrae definitivamente de la pureza de las bestias que, intelectualmente, siguen aún en el Edén.

Lo de Dumont puede pasar pero no entiendo que el amor a las bestias pruebe la limpieza de alma y la bondad. Quien maltrate a los animales, a las plantas o se dedique a dar patadas a la nevera probablemente no sea persona muy recomendable -y no digamos si además participa en la repugnante celebración del Toro de la Vega- pero Hitler, vegetariano que adoraba a sus perros, no es mejor ejemplo humano que el estudioso y carnívoro Vauban.

*Economista y matemático

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