Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

El Gobierno regala una hora

Para que se vea cómo manda incluso sobre los relojes, el Gobierno nos va a devolver esta madrugada la hora de sueño que nos robó allá por la primavera. A las tres serán las dos, aunque en realidad sea la una si hemos de atender al más autorizado criterio del meridiano de Greenwich. A Rajoy y a la Unión Europea en general, lo de los meridianos se la trae al pairo cuando se trata de ahorrar luz.

Quiere esto decir que entraremos por decreto en el solsticio de invierno que los celtas llamaban Samhain y aquí se conocía como la víspera de Difuntos; aunque las dos denominaciones hayan perecido ante el empuje del norteamericano Halloween.

Erigido en dios Cronos, el Gobierno se reserva por su parte el derecho a decirnos qué hora es y a cambiarla un par de veces al año. Habrá quien no entienda muy bien esta obsesión de las autoridades por traficar con las horas, tal que si fuesen sustancias estupefacientes. Probablemente se trate de una mera exhibición de poderío con la que los gerifaltes al mando exhiben su capacidad de variar incluso el curso de un factor de suyo inaprensible como el tiempo.

Tan absurdo chalaneo de minutos atiende, según la versión oficial, a la necesidad de ahorrar luz y fuerza; aunque sean muchas ya las organizaciones que impugnan la veracidad de estas supuestas economías. La costumbre de cambiar de hora en primavera y otoño fue introducida, en efecto, a raíz de la crisis económica de los primeros años setenta, cuando la morisma propietaria de los pozos de petróleo se conjuró para ponerle crudas las cosas al infiel Occidente.

En respuesta a la amenaza sarracena, los países de este lado del hemisferio acordaron la reducción de alumbrado público, inventaron sistemas para limitar el consumo de energía y -por último- establecieron el cambio bianual de hora con el fin de aprovechar al máximo la luz diurna. De tan vasto repertorio de medidas queda tan solo como anacrónico residuo la costumbre de adelantar y atrasar una hora los relojes un par de veces al año.

No faltan médicos y psicólogos que reputen la medida de inútil y hasta perjudicial para el buen orden de los biorritmos humanos, a tal punto que algunos países -como Portugal o el Reino Unido- han optado muy sensatamente por acercar su hora oficial a la solar. Parece lógico. Fáciles son de deducir los perjuicios que causa al cuerpo y al ánimo el empeño del Gobierno en decretar que sean las ocho de la mañana en España (o las nueve, en verano), cuando en realidad el sol indica que son las siete. Uno puede cambiar la hora del despertador, pero no el ritmo del sueño ni los sabios hábitos del cuerpo.

Visto el asunto por el lado bueno, no queda sino felicitarse por la generosidad de las autoridades, que este fin de semana regalarán a la ciudadanía una hora extra para que cada cual la gaste como mejor le venga en gana. Unos la invertirán en dormir; otros, en actividades horizontales más placenteras y los bebedores en añadir algunos grados a su índice de alcoholemia, aprovechando que el cambio de hora los pilla en la alegre madrugada del sábado.

Dado que lo propio de los gobiernos consiste más bien en quitarle cosas a la gente -como el dinero que les sustrae con los impuestos-, este obsequio de sesenta minutos libres de tasas ha de ser apreciado en lo que vale. Tiempo habrá de que nos roben otra vez el sueño en la próxima primavera.

stylename="070_TXT_inf_01">anxel@arrakis.es

Compartir el artículo

stats