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Joaquín Rábago.

Todo por la empresa

Hemos leído estos días una noticia que en los tiempos que corren no puede ya siquiera sorprendernos.

Se trata de la oferta que han hecho dos gigantes del mundo de internet -Facebook y Apple- a sus empleadas para costearles las operaciones de congelación de óvulos a que decidan someterse.

Así, las mujeres que deseen anteponer su carrera profesional al deseo de ser madres puedan retrasar su maternidad mientras se supone que hacen méritos para ascender en esas multinacionales.

En la jerga neoliberal se habla de "empoderar" a las mujeres, de dejar que decidan seguir sus carreras profesionales sin verse "presionadas" por el tictac del reloj biológico.

Pero si lo miramos bien, se trata de decirles simplemente que el trabajo y sobre todo la promoción profesional de la mujer son incompatibles con los embarazos y que si quieren equipararse a los hombres deberían renunciar al menos por unos años a sus deseos de maternidad.

Y ello a pesar de que, según las estadísticas, superada una determinada edad, disminuye la capacidad de concebir y aumenta la posibilidad de abortar, sobre todo cuando se utilizan óvulos congelados en lugar de frescos.

Precisaba la noticia que cada ciclo de estimulación ovárica para la toma de muestras cuesta el equivalente de unos 7.900 euros, a los que hay que sumar unos 394 euros anuales para su conservación hasta que la mujer decida finalmente embarcarse en una maternidad, costes que sufragarán totalmente ambas empresas.

¿No sería más razonable, es lícito preguntarse, que esas y otras empresas tan preocupadas por la mujer diesen permiso de paternidad o maternidad a quienes optan por ser padres y les permitiesen compaginar carrera y vida familiar en lugar de sacrificar esta última a la primera?.

Pero sería demasiado pedir porque ya sabemos que hoy sólo parece contar el mercado. Ocurre también en el mundo universitario, donde ha terminado imponiéndose gracias al proceso de Bolonia el modelo anglosajón frente al que podríamos llamar alemán o humboldtiano -por su inspirador, Wilhelm von Humboldt-, que deja más margen al alumno para investigar por su cuenta y desarrollar su individualidad.

Con el pretexto de promover la movilidad estudiantil y atraer de paso a alumnos de otros continentes, asegurando la compatibilidad de los estándares académicos y las cualificaciones, se busca sobre todo adaptar a los jóvenes al mercado de trabajo, formar expertos en disciplinas cada vez más estrechas, en lugar de fomentar en ellos un espíritu inquisitivo y crítico.

Y, sin embargo, en tiempos de confusión como los actuales, es esto último lo que más necesitamos: mentes capaces de un pensamiento radical, es decir que vaya a las raíces de los problemas, porque, como dice el filósofo Slavoj Zizek (1), "pensar no es resolver problemas", sino que el primer paso es hacerse preguntas como éstas: "¿Es esto realmente un problema?, ¿es ésta la manera correcta de formular un problema?, ¿cómo llegamos a esto?

Preguntas concretas como "¿cuáles son los riesgos de mantener la protección petrolífera?, ¿qué clase de industria puede reemplazarla" o "¿somos realmente conscientes de los riesgos de la biogenética?". No se trata, pues, sólo de resolver problemas tecnológicos.

Pero la mercantilización progresiva de los estudios superiores va sin duda a acelerarse con los patrocinios privados ya que serán las propias empresas quienes establezcan sus prioridades en función de sus intereses comerciales. Y entonces, ¡adiós pensamiento crítico!

(1) "Pedir lo imposible", Editorial Akal.

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