Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Almodóvar, Pavlov y los gallegos

Un famoso cineasta español se ha sentido en la obligación de disculparse por cierto comentario en el que vinculó los términos "analfabeto" y "gallego" a propósito de no sé qué asunto de acciones preferentes. No había por qué. Ni Pedro Almodóvar tuvo ánimo de ofender, ni -aunque así fuese- eso pillaría de nuevas a los vecinos de este reino. Acostumbrados por reiteración al menosprecio, los gallegos tienden a escuchar estas cosas con la misma indiferencia de quien oye llover.

Más que una metedura de pata, lo de Almodóvar fue probablemente un reflejo condicionado como el que, según Pavlov, provoca la salivación de los perros ante la visión de la comida. Uno oye hablar de timos (como el de las preferentes), piensa a continuación en tontos, luego en analfabetos y por mero acto reflejo acaba asociando todo eso con los gallegos, sin saber muy bien por qué.

Los menoscabados en su fortuna por las tan mentadas preferentes son en realidad vecinos de muy distintos lugares de España, como el propio Almodóvar hizo notar al referirse a su deseo de "cortarle el gañote" a Miguel Blesa y a Rodrigo Rato. Parece difícil, si bien no imposible, que esos dos directivos de Caja Madrid les tangasen su dinero a los ahorristas de Galicia -que ya tenían sus propias cajas-; pero aun así, el subconsciente le llevó a poner de ejemplo ilustrativo a un gallego carente de estudios.

Es natural. Almodóvar, que dijo lo que no quiso decir durante un acto en el que publicitaba una película argentina de su producción, tal vez conozca la afición a los chistes "de gallegos" existente al otro lado del Atlántico. Son burlas que han llegado a constituir todo un género en las que se retrata a los gallegos (es decir: a los españoles) como gente más bien torpe y de subterráneo cociente de inteligencia.

Todo tiene su explicación, como es lógico. Los gallegos que hace décadas emigraban por cientos de miles a América desde esta esquina noroccidental de la Península procedían en su mayor parte de la Galicia rural o, lo que es lo mismo: de una sociedad económicamente deprimida y con escasas posibilidades de acceso a la instrucción. Fácilmente se entiende que la imagen arquetípica del galaico fuese la de Manolito Goreiro: el personaje de Mafalda al que el genial Quino pintaba como un niño de cejas boscosas y aire de bruto no desmentido -sino todo lo contrario- por su manera de comportarse.

Ese estereotipo del gallego corto de luces, tan exitoso en las antiguas colonias, acabó por trasladarse inevitablemente a la propia España. Famosa es, por ejemplo, la costumbre de tildar de "gallegos en el peor sentido de la palabra" adoptada por la eurodiputada Rosa Díez para referirse a Rajoy, a Feijóo o a cualquier otro político que no sea de su agrado. Una idea en la que han incurrido otras personalidades como el expresidente catalán José Montilla, cuando reprochó a la oposición su "comportamiento gallego"; e incluso el fiscal del caso Wanninkhof, que no dudó en cargar a la acusada -erróneamente- del crimen con el agravante de tener "una personalidad muy gallega".

Tan larga y extraña vigencia de esta clase de prejuicios contribuye a explicar, sin duda, el traspié sufrido el otro día por Almodóvar cuando, sin desearlo, mezcló en un mismo cóctel a los preferentistas, a los analfabetos y a los gallegos. Cualquiera puede ser víctima del efecto Pavlov y no hay por qué disculparse.

stylename="070_TXT_inf_01">anxel@arrakis.es

Compartir el artículo

stats