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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Chistes viejos, caras nuevas

Dos de los partidos que dieron la campanada en las últimas elecciones europeas coinciden estos días en limar las aristas más incómodas de sus programas para alcanzar el cielo del poder.

La francesa Marine Le Pen planea quitarle grados a la ideología fascista de su Frente Nacional; y el español Pablo Iglesias (júnior) acaba de suavizar las propuestas más radicales de Podemos para situarlo en "la centralidad". Una y otro, tan disímiles en apariencia, parecen haber llegado a la conclusión de que el caladero de votos en el que se deciden unas elecciones está en el centro. Y, por lo visto, quieren acercarse a esos votantes.

Razón no les falta. Es de mal tono, desde luego, presentarse ante los electores con el adjetivo fascista o comunista, dada la reputación un tanto deplorable que esas dos ideologías se ganaron tras su paso por el poder. Salvo error u omisión, no queda en Europa un solo partido que se titule de fascista, por obvios motivos de orden comercial.

Algo muy similar ocurre por la banda de la izquierda. Aconsejados por sus asesores de marketing, los partidos del viejo comunismo huyen de esa palabra como del mismísimo demonio y suelen acudir a las elecciones bajo títulos más amables. En Francia, un suponer, el Partido Comunista se ha travestido en un Frente de Izquierda, de parecida manera a cómo el PCE concurre a las urnas en España bajo la marca Izquierda Unida. Más pragmáticos todavía, los comunistas italianos optaron directamente por desprenderse del adjetivo "comunista" para rebautizar su formación como Partido Demócrata de la Izquierda.

Todo este baile de denominaciones remite a una casi arqueológica sección de los cuentos del TBO que se titulaba "Chistes viejos con caras nuevas"; pero lo cierto es que nadie podrá censurarles a los nuevos partidos emergentes su deseo de revocar un poco la fachada. Se conoce que huelen el poder; y el poder, como París, bien vale una misa o los pequeños retoques necesarios para no espantar a los electores más tibios.

Por abismales que sean sus diferencias, el ultraderechista Frente Nacional y los izquierdistas de Podemos -un partido marxista más bien clásico- han crecido como la espuma al calor de la crisis. La candidata del FN, triunfante en las elecciones europeas, sería a día de hoy la más votada para la presidencia de la República Francesa; y el telegénico líder de Podemos ha situado a su partido en el tercer lugar de las preferencias de los votantes en todas las encuestas. Lo ha hecho tras fagocitar a sus parientes más próximos de Izquierda Unida, además de sustraerle votantes a los socialdemócratas del PSOE.

Entra dentro de la lógica. Sofocados como están por la peste de la corrupción, las apreturas del bolsillo y -en el caso de Francia- el miedo a la inmigración, muchos ciudadanos parecen haber encontrado refugio a sus desdichas en las proclamas de la parte más extremada de la izquierda y la derecha. Poco importa que los partidos en auge ofrezcan soluciones simples y hasta simplonas a problemas muy complejos; o que algunos de estos remedios sean imposibles de financiar.

De perdidos, al río, parecen pensar los paisanos lógicamente cabreados por lo que ocurre. Quizá no tengan en cuenta que otros se lanzaron antes que ellos al agua allá por los años treinta del pasado siglo. Y los de ahora bien pudieran ser los mismos chistes con diferentes caras.

stylename="070_TXT_inf_01">anxel@arrakis.es

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