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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Un "retratico" de la reina Isabel de Borbón en Ourense

La miniatura-retrato procede de dos modelos iconográficos: el retrato en relieve (sellos, monedas y medallas) y los retratos en los códices miniados (miniaturas ilustrativas de los libros). La procedencia etimológica de miniatura se encuentra en el "minium", color rojo usado para iluminar los manuscritos en la Edad Media. Cuando se produce su amplia difusión por toda Europa, desde la segunda mitad del siglo XVI, se denominaron "iluminaciones" a los pequeños retratos realizados con la técnica de los códices y "retraticos", "retratitos", "pequeños retratos" o "retratos de faldriquera", a los pintados al óleo. Ya en el siglo XVIII, se prescinde de su conexión con los miniados medievales y, partiendo de Francia, se designan a ambas variantes como "miniaturas", lo que alude solamente a su condición de "mignard", es decir pequeño.

El "retratico" fue un valioso documento de la sociedad aristocrática y cortesana de la época, cuya difusión fue muy extensa por toda Europa y particularmente en España, tal como se desprende de la elevada frecuencia con que aparecen en literatura, sobre todo en las comedias españolas, de las que son claro ejemplo La vida es sueño (1636) de Calderón de la Barca y El vergonzoso en palacio (1621) de Tirso de Molina. Los pequeños retratos eran pintados casi siempre al óleo sobre naipe (cartulina) o cobre, en menor frecuencia sobre plata, bronce, madera o marfil, y de forma excepcional sobre pizarra o tortuga. Su forma era ovalada, rectangular u octagonal y su tamaño tan pequeño que era transportable y podía sostenerse en la palma de la mano o llevarlo consigo, colgado de una cadena -sobre el pecho, cerca del corazón o en la bocamanga- o en lo dedos a modo de sortija. De acuerdo con la finalidad y el destinatario se encuadraban con un borde de metal, o se enmarcaban con perlas y diamantes hasta constituir una valiosa joya. En ocasiones llevaban inscritos lemas, divisas, emblemas y/o símbolos que hacían referencia a la condición social del retratado. Los "retraticos" eran guardados dentro de un estuche, a veces con otro u otros retratos, y registrados en los inventarios de la pertenencias de miembros de la familia real o de personas ilustres, habitualmente asentados como una joya y muchas veces sin especificar quién era el retratado, de lo que se deduce su carácter suntuario e íntimo, alusivo a vínculos de parentesco o afecto. Como consecuencia, en la mayoría de los casos el retrato no ha sobrevivido a la montura o nos ha llegado suelto. Estos retratos en miniatura expresaban proximidad en el recuerdo sobre personas presentes, ausentes o muertas. Es decir, su función era semejante a las fotografías actuales. Sin embargo, también representaban una imagen fronteriza entre lo privado y lo público en la sociedad cortesana. Así, de forma repetida los pintores cortesanos ejecutaron miniaturas de los reyes y de los miembros de la familia real, en unas ocasiones, como testimonio de afecto y subordinación; en muchos casos, para facilitar la imagen de los posibles contrayentes -tanto en gran formato como en miniatura- en las negociaciones diplomáticas para emparentar dos coronas y, en otras circunstancias, como signo de agradecimiento o distinción (para saber más leer a José Luis Colomer: Uso y función de la miniatura en la corte de Felipe IV. Boletín del Museo del Prado. 2002; 20-38: 65-84).

Como consecuencia de lo expuesto, los retratos en miniatura españoles de los siglos XVI y XVII conservados son muy limitados y están desperdigados por museos y colecciones privadas de todo el mundo, siendo muchos absolutamente desconocidos. Además la mayoría de los que existen no están firmados y la composición se reduce a la cabeza y el busto, espacio restringido que entorpece la interpretación de las características y como consecuencia la identificación del retratado y del retratista. A estas dificultades se suma que la documentación sobre retratos-miniatura es muy escasa, pues se limita a la de la Casa Real, y que son muy pocos los estudios publicados (en esta línea constituye un completo trabajo, la memoria de tesis de Julia de la Torre Facio: El retrato en miniatura español. Universidad de Málaga, 2009).

En cualquier caso, aunque el número de retratos en miniaturas sea pequeño, la calidad de muchos de ellos es excelente y entre los retratadores hay grandes pintores (Moro, Sánchez Coello, Liaño, Pantoja de la Cruz, Sofonisba Anguissola, Rúa, Moys, Bartolóme González, Villandrando, Maíno, Velázquez?). La oportunidad de haber examinado una de esas miniaturas, un "retratico" barroco del siglo de Oro, inédito y original, que forma parte de la colección privada de un ourensano, justifica mi artículo de hoy en el que, además de darlo a conocer, hago un intento de aproximación a su estudio, aceptando de antemano que tanto su descripción como la atribución han de ser ratificados.

El retrato en miniatura a considerar aparece encuadrado en un marco de madera dorado, con un paspartú de tela de terciopelo rojo. Sus dimensiones son de 6,5 cm de alto por 5,5 cm de ancho. Está pintado al óleo sobre cartulina o naipe. Es un retrato de busto o plano medio corto, en el que la retratada aparece sobre fondo neutro, marrón oscuro, levemente girada hacia la derecha, si bien mira frontalmente al espectador, con el que conecta directamente. Lleva una amplia, incluso exagerada, gorguera de lechuguilla independiente, amplia y abierta, con doble fila de abanillos, de una regularidad perfecta y con el borde decorado con encaje de randas. Muy bien peinada, lleva perlas en el cabello y en las orejas. Aparece ataviada con un traje bicolor de gran riqueza, decorado con flores, de color verdoso oscuro, que se repiten simétricamente. Asimismo, está alhajada de forma ostentosa con cadenas y otros adornos de oro, así como piedras preciosas, sobre todo perlas, engarzadas en el vestido. Completando el enjoyado, sobre su pecho, exhibe el denominado "joyel rico", compuesto por el diamante "El Estanque", del que pende la perla La Peregrina. La dama representada es, sin lugar a dudas, la joven reina Isabel de Borbón "La Deseada", pues es exactamente igual a la imagen que aparece en un óleo de gran tamaño y de más de medio cuerpo, procedente de la Colección Real (Quinta del duque del Arco, El Pardo), hoy conservado en el Museo del Prado de Madrid, que ha sido autentificado como un retrato de esta reina española. En este retrato viste a la española, siguiendo la moda de la primera mitad del siglo XVII, con saya de terciopelo labrado en seda bicolor, con mangas de punta y puños amplios de encaje. Presenta una decoración ordenada a modo de red con motivos vegetales y roleos, sobre los que hay pasamanería de hilos de oro, piedras preciosas y perlas. También luce el rico joyel de los Austrias. Es más, es tal la similitud entre el retrato del Prado y la miniatura, que parece que ésta es el resultado de haber recortado el busto. Toda la miniatura está realizada con técnica precisa, dibujo minucioso y pincelada pequeña. En ambos retratos, la moda, el estilo y la técnica determinan la cercanía o incluso la atribución al pintor Rodrigo de Villandrando. Es verdad que el retrato grande figura como anónimo pero, con el debido respeto a los expertos, creemos que habría que reconsiderarlo pues, a través de la comparación con retratos conocidos de Villandrando, la atribución a él parece inequívoca. Un cuadro concreto de Villandrando, denominado Retrato de dama desconocida (Colección privada), también se ha interpretado como que representa a la reina, y las características de tipo y ejecución pictórica se repiten y también adopta la misma postura, apoyando su mano derecha en un abanico articulado.

Rodrigo de Villandrando (Madrid, 1588-1622) fue un pintor manierista, discípulo aventajado de Juan Pantoja de la Cruz. Siguió los pasos de su maestro, prolongando el estilo de Sánchez Coello, según el cual representaba a los personajes con gran severidad y rigidez, pormenorizando con mucho cuidado los detalles. Destacó por el retrato áulico, aunque también realizó pinturas de tema religioso. Entre sus obras están diversos retratos de la familia real. En la Corte obtuvo el título de ujier de cámara. La mayoría de su obra está recogida en el Real Monasterio de la Encarnación de Madrid y en el Museo del Prado, si bien algunas de sus obras están en colecciones particulares.

La retratada, Isabel de Borbón (Fontainebleau, Francia, 1602 - Madrid, 1644), era la hija del rey de Francia, Enrique IV y de su segunda esposa María de Médici. Contrajo matrimonio en 1615, con el entonces Príncipe de Asturias, Felipe (futuro rey de España, como Felipe IV), si bien no haría efectiva su unión conyugal hasta 1620, cuando contaba con 17 años de edad. Es a esa edad cuando su suegro, Felipe III, le mostró y entregó las joyas de la Corona española, entre las que se encontraba el joyel. Dada la muy joven edad que aparenta, posiblemente son estos retratos en los que lo luce por primera vez. Después lo haría con profusión en otros cuadros, que incluyen uno de los más famosos de Villandrando, el que le realiza con motivo de su primera visita a Portugal, entonces perteneciente a la monarquía española, en que Isabel aparece con vestimenta blanca con brocados dorados, propia de los usos y costumbres portugueses.

La historia de El Estanque y La Peregrina es larga y curiosa. Fueron adquiridos por Felipe II para su esposa y joven reina, Isabel de Valois, que las exhibe en dos cuadros de Antonio Moro. El diamante, considerado "la piedra más hermosa de Europa", terminó en manos de Francisco I, rey de las dos Sicilias. Por su parte, la perla estuvo en poder de José Bonaparte y acabó siendo adquirida por el actor Richard Burton para su esposa, la también actriz Elizabeth Taylor.

En cuanto al "retratico" de Isabel de Borbón, también atravesó una curiosa peregrinación hasta llegar a Ourense, pero esa es otra historia que algún día les contaré si me autoriza su propietario.

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