No hay prácticamente nada en el comportamiento social actual que los antiguos no hayan resentido y legado por la vía del mito. Pero el ser humano moderno habituado a otro tipo de racionalidad, aún sin poder liberarse de lo ancestral, es consciente del miedo, del desvalimiento tribal ante un entorno que nuestros antepasados solo podían interpretar en claves que hoy llamaríamos superstición. Una de las supersticiones más profundamente ancladas en nosotros, que dio a quienes nos precedieron mucha esperanzada fortaleza para sobrevivir, fue la del paraíso edénico al que el mundo habría de retornar. Un mundo delimitado entonces para hordas, tribus y aldeas por los inclementes mares, desiertos, montañas o enemigos que las rodeaban. Al parecer, hay quienes siguen en las mismas. Aún nos queda Astérix, deben pensar. La aldea for ever.

La religión pre-islámica de Irán creía en dos divinidades enfrentadas, Ormuz, creador, principio del bien, Arimán, destructor, principio del mal. Uncido a la esperanza mítica para sobrellevar las dificultades de la vida el zoroastrismo adhería a la creencia de que la lucha terminaría con la victoria de Ormuz y el mundo devendría edénico para siempre. Substituyan ustedes las palabras que correspondan por España y Cataluña (o Galicia o Euskadi) y comprobarán la pervivencia ideológica de los mitos. Y las ideologías de fundamentación mítica son, ante todo, supersticiosamente intimidatorias. Hablemos por tanto de intimidación.

Gómez

Tengo un amigo catalán -llamémosle Gómez- buen escritor de novelas policiacas, a lo Chandler, firmadas con seudónimo, que le dejan poco dinero. Portero de locales nocturnos, entrenador de boxeo, escritor negro al servicio de ricos impostores/as, apto al doblaje de escenas peligrosas cuando algún productor cinematográfico le da trabajo, también vendió un par de guiones firmados por otro. Estas actividades le ayudan a ambientar sus novelas y, sobre todo, le suministran una fauna de personajes prefabricados que solo piden ser trasladados a un argumento más o menos potable. En una me caracterizó de cardenal -Pippino von Patos- pero para desprestigiarme, el muy cabrón, me dio el papel del bueno.

Con esa ventaja comparativa, Gómez saca una novela al mes en la que cambia nombres, locales e indumentarias pero el final, siguiendo el magisterio que Marcial Lafuente Estefanía impuso en las de vaqueros, no varía: la chica se casa con el caballo. Si bien se mira lo que cuenta Gómez -a la manera de James Ellroy en la "La dalia negra", creación cumbre del género- es su propia vida. La vida de un mozárabe cristiano en tierras catalano-mahometanas: muchas leyes y pocos derechos. Pero no está solo, monologa con su osa en catalán -cuando está borracho- o en búlgaro, cuando sigue borracho. Además, Gómez habla otros cinco idiomas. Yo dos, español y cubano.

Belagorda

De Bulgaria, donde residió algunos años, trajo la osa ya adiestrada, en principio para ganarse la vida recorriendo ferias y fiestas de pueblo si bien le cogió tanto cariño que Belagorda -así se llama- acabó viviendo a cuenta de Gómez. No es que le pusiese piso y estanco a la plantígrada -sin ánimo de ofender- como hacían antaño los casados pudientes con las mantenidas, pero casi.

Gómez es caballero a la antigua, de enorme pundonor, inteligentísimo, poseedor de una cultura asentada en amplias y bien colocadas lecturas tamizadas por la experiencia. Y es asimismo el mejor conocedor de la realidad política y social catalana que pueda haber. Con frecuencia lleva a sus domicilios en estado comatoso, cobrando, a algunos de la noctámbula biutiful nacionalista que le dejan el biscúter apestando a billetes de quinientos, fariña, orina y vomitona. A los de ERC se les reconoce inmediatamente, cotillea, por la montura violeta de las gafas y la camisa oscura con corbata haciendo juego. Van uniformados, seguramente porque añoran la mili.

La política vudú

Respecto a sus paisanos nacional-independentistas, Gómez extrae dos conclusiones. La primera, que practican el vudú sin darse cuenta. La creencia vudú aconseja buscar siempre una causa exterior a las desgracias. Y eso es esencialmente lo que hacen los patriotas catalanes: imputar supersticiosamente al nacionalismo español todas las desgracias propias de torpezas e impotencias personales. De ahí que se echen en manos de magos y hechiceros que practican exorcismos culturales y políticos sacrificando todo lo español en el altar de la independencia que acabará, eso prometen, con la maldición españolista. No es exagerada leyenda urbana sino cruda realidad que en casa del nacionalista arquetípico, para evitar la maldición, a las visitas, aunque sean los abuelos murcianos, se les prohíba hablar en español si hay niños delante.

Dialéctica Erística

La segunda conclusión a la que llegó mi buen amigo es que los nacional-independentistas están muy avezados en erística. De la autoría de Schopenhauer, el inconcluso tratado de Dialéctica Erística, o arte de disputar, establece que la dialéctica debe limitarse a enseñar cómo atacar y defenderse en el curso de una discusión, independientemente de que la razón esté de nuestro lado o no. Para Schopenhauer, la dialéctica erística -esto es, que abusa del procedimiento dialéctico hasta convertirlo en vana disputa- es el arte de cargarse de razón y ganar, por fas o por nefas. Y, prosigue Gómez, como en la discusión intervienen también la escenografía corporal, la impostación de la voz, el movimiento de manos, los gestos airados, los recursos a lacrimosos chantajes sentimentalistas, en ocasiones, cuando el contrincante es incluso más retorcido y teatral que uno mismo, lo definitivo es concluir con un par de sopapos. Verbigracia, los que le ha propinado el señor Rajoy al señor Mas sin despeinarse. Quién lo hubiera dicho, Rajoy no solo lee Faro de Vigo y Marca sino también a Schopenhauer y a Gómez en catalán.

Razonamientos al por mayor

Gómez pone dos ejemplos de cómo argumentan los independentistas. El primero lo toma de Joseba Sarrionandia. Este delincuente se fugó de la cárcel, en 1985, donde cumplía condena por pertenencia a banda armada. Sigue publicando desde paradero desconocido cosas del siguiente calibre intelectual porque, a buen seguro, las angulas financiadas por el sindicato del crimen deben contener mucho fósforo: "Los nacionalismos son como la halitosis, solo molesta la de los otros". Y dice Gómez, a mí el nacionalismo sueco no me molesta, quizás porque los suecos lleven gardenias en el pico imitando a Oscar Wilde. Pero sí hiede el aliento del alma de los que portan en el pico, aunque fuere de oro, una gavilla de asesinados. Y siendo hombre leído cita un poeta nacionalista gallego que hace años escribió: "Tengo tanto rencor que me duele hasta el aliento" o algo así. El segundo ejemplo de razonamiento independentista lo enlaza Gómez con el anterior sirviéndose de su osa. Tesis: A Belagorda le molesta el ruido cuando come. Antítesis: El teléfono es ruidoso cuando suena. Conclusión: No debo telefonear a Belagorda a la hora de comer.

Animales dañinos

Antes de volver a España, Gómez exhibió su osa en varios países. En Turquía estudió algo el Islam, religión y costumbres. Al parecer, Mahoma prescribió el exterminio de cinco animales dañinos y todos los que por analogía les sean comparables: rata, escorpión, perro rabioso, buitre y milano (por comer ratas). En España no somos así, opina Gómez, incluso los perros rabiosos tienen derecho a juicio garantista, a visitas de la familia y a la libertad, en su momento, aunque no se hayan curado de la rabia ¿Y qué pasa con las astutas serpientes? le pregunto. Lo de las serpientes es cuestión aparte en el Islam. Si te encuentras con una en casa, por mucho que domine la erística y quiera convencerte de que la casa es suya amenazándote, llegado el caso, con el veneno para ponerte en la calle, le darás, según Mahoma, tres oportunidades de rectificar. Si persiste en las amenazas o pasa a la acción hay que aplicar la ley de la casa. No hay otra. Gómez está sopesando hacerse mahometano.

Pobres niñas catalanas, nos recuerdan a Nell

Siempre en vena literaria, Gómez abomina de la vulgaridad de Dickens cuyo falseamiento de la realidad, recurriendo a empalagosos trucos sentimentalistas, compara con la erística independentista. Cuanta mayor vehemencia se emplee en la dicotomía buenos/malos, catalanes/españoles, más cala en el vulgo la superstición edénica y mayor grima produce en las personas sensibles a las que la sensiblería repugna. Nuestros maestros, los auténticos, combatieron la superstición clerical y el autoritarismo político. Gómez -y, modestamente, también servidor- combatirá mientras viva la plaga independentista solo asumible en quienes añoran la vulgaridad brutal, ancestral, racial y asfixiante del calor del establo.

En su desprecio a Dickens fue precedido por Chesterton (recuérdese su Dickens) Y por Aldous Huxley que -Vulgarity in literature (1930)- lo catalogó de epítome de la vulgaridad. La muerte de la pequeña Nell en "La tienda de antigüedades" - nada que ver con la muerte de Cataluña en España- pergeñada para hacer llorar a las masas, sacaba a Huxley de sus casillas. Oscar Wilde se burló del celebérrimo episodio -triste a más no poder, casi como ver a una niña catalana de dieciséis años a la que no dejen votar por la independencia- limitándose a comentar "Se necesita tener un corazón de piedra para no reírse de la muerte de la pequeña Nell". O duro como el de Gómez que rompió a reír viendo depositar la ofrenda a Casanova a un tipo al que la noche anterior arreó un guantazo porque intentó besarlo. La primera vez sin su consentimiento.

*Economista y matemático