Entendiendo que resulta legítimo desobedecer las leyes cuando estas son injustas o, simplemente, no son de nuestro agrado, el presidente de la Generalitat Artur Mas va a llamar a los catalanes a consulta para que refrenden -o no- su deseo de crear un Estado independiente en Cataluña. Mas entrará de este modo en un abierto proceso de desobediencia a la Constitución, al Gobierno y hasta al sursum corda, en la confianza de que el respaldo de sus ciudadanos basta para alcanzar la independencia de forma indolora y, por supuesto, incruenta.

Nada habría que objetar a este propósito, de no ser porque parece algo contradictorio que un gobernante incite a sus gobernados a transgredir la ley. Jurídicamente, Mas es la primera autoridad del Estado en Cataluña y, en consecuencia, debiera ser también el primero en vigilar el cumplimiento de las normas por las que se rige la comunidad bajo su mando.

Suena algo raro todo esto, pero en realidad hay precedentes que acaso justifiquen la actitud de Mas. Tampoco su lejano predecesor en el cargo y patriarca del moderno nacionalismo catalán, Jordi Pujol, era partidario de someterse a las leyes españolas: mayormente en la parte que toca al pago de impuestos.

Convencido, tal vez, de que la Hacienda de España no era la suya, Pujol depositó en Andorra y otros paraísos fiscales los dineros obtenidos de una herencia paterna -o del 3 por ciento de comisión sobre obras al que aludía Pasqual Maragall- durante los treinta y tantos años de su mandato como presidente de Cataluña.

Hay, por lo que se ve, una cierta tradición de desobediencia a las leyes vigentes entre los inquilinos del palacio de la Generalitat. Empieza uno por evadir la legislación en materia de tributos -como hizo Pujol- y acaba por saltarse la mismísima Constitución, según pretende ahora su compañero de partido Artur Mas.

El actual presidente apela al sentir mayoritario de la multitud que el otro día salió a la calle perfectamente uniformada con los colores de la camiseta que el Barça luce en ocasiones especiales; pero eso ya había sucedido antes. También una masa de entre 75.000 y 300.000 personas se manifestó hace treinta años ante la sede de la Generalitat para desagraviar al entonces presidente Pujol por la querella presentada contra él y otros veinticuatro exdirigentes de Banca Catalana.

"Pujol, presidente; Cataluña, independiente", corearon en aquella ocasión algunos de los manifestantes que consideraban la querella un ataque a su país, más que un mero acto judicial. Una famosa máxima establece que "detrás de las banderas, esquilman las carteras", pero también pudiera ocurrir que los fans de Pujol la ignorasen.

Bien es verdad que el británico Harold Laski alertó en un famoso ensayo sobre "los peligros de la obediencia" que entorpecerían el progreso de la Humanidad en la medida que las leyes deben ser cambiadas cuando la sociedad cambia.

Extraña, si acaso, que esa insumisión a la ley -tan necesaria en ocasiones- la protagonicen ahora los gobernantes encargados de velar por su cumplimiento, como sucede con Mas. Tal actitud puede conducir a resultados imprevisibles. Si las autoridades invitan a desobedecer las leyes vigentes, nada impediría que los ciudadanos tomaran ejemplo para negarse a pagar impuestos o cumplir las reglas del Código de la Circulación. No es que uno quiera dar ideas, pero?

stylename="070_TXT_inf_01">anxel@arrakis.es